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​Asesinos pixelados

​Cuando era pequeño crecí al calor de una estufa mientras anunciaban por televisión que habían encontrado los cuerpos de las tres niñas de Alcàsser
Eduardo Cassano
sábado, 7 de diciembre de 2019, 11:34 h (CET)

Cuando leo noticias como la del asesinato de Marta Calvo, me entran ganas de matar. Y el mero hecho que, por no encontrar el cadáver pueda librarse de la prisión permanente, me dan ganas de descuartizarlo a él. No quiero ni imaginar cómo se sentirán los padres si yo que no la conocía, estoy así.

Cuando era pequeño crecí al calor de una estufa mientras anunciaban por televisión que habían encontrado los cuerpos de las tres niñas de Alcàsser. Entonces era demasiado pequeño para entender todo el circo que montaron después a su alrededor los medios de comunicación.

Por suerte, mi trabajo me impide ver los programas matinales en los que parecen competir por decir la burrada más grande. Pero voy leyendo por Twitter los titulares, y sobre todo las opiniones de la gente. Y después de lo que leí esta semana pensé, no hemos avanzado nada.

Una reflexión que sí me encantó, magnífica, que resume mucho el panorama actual fue la siguiente: “Algo va mal cuando la víctima sale en noticias a cara descubierta y el hombre que confiesa haberla matado con la cara pixelada...” (@aalba395)

Para estos temas yo no tengo medida, lo siento. Creo que una persona que declara que la chica murió mientras practicaban sexo y tomaban cocaína, que no lo pongo en duda, se merece morir de la misma forma cruel, cuando en lugar de avisar a una ambulancia no se le ocurrió mejor solución que descuartizarla; y a tirarla en diferentes contenedores. ¿Hay algo más ruin que pueda hacer un ser humano?

Y ‘El Chicle’… que se va a librar, lo veo venir, de la prisión permanente. O Iñaki Undargarin, que no ha cometido delitos de sangre pero se ha llevado el dinero a manos llenas, y ahí lo tienes, disfrutando de permiso en Navidad mientras los robagallinas siguen bien encerrados.

La justicia en este país es una auténtica mierda, y hay que decirlo en voz alta ya. Cómo envidio a Francia y sus huelgas, con un par, que serán unos gabachos pero como sociedad está mucho más avanzada que la nuestra.

Como hombre, muchas veces me siento agredido por la mirada insegura de mujeres que por el simple hecho de ser hombre, ya les parezco un presunto culpable. Hemos llegado al extremo en el que no encontramos el término medio de habitabilidad, de concordia. Y es normal, porque mientras existan hombres capaces de matar, habrá cada vez mujeres más desprotegidas ante la triste realidad, y más desconfiadas ante angelitos como yo.

Y no, lo siento… eso de que “le conoció por una aplicación de citas por Internet” como una forma de justificar el delito me parece deleznable. Mientras ‘solo’ mueran 54 mujeres al año como llevan ya, no cambiará nada; los políticos lamentan, critican y denuncian la situación, pero no ponen las suficientes medidas preventivas para que esas madres y padres pudieran haber tenido a sus hijas estas navidades en casa. Porque aunque les votáis, no se interesan por vosotr@s.

Decir que no sé si esta columna aparecerá arriba o abajo entre los demás, porque quizás me he dejado llevar demasiado por las emociones y además Guillermo está desaparecido hace días… pero siempre he agradecido a este diario el poder expresarme exactamente como pienso y que jamás me hayan corregido nada, cosa que agradezco especialmente en casos como éste.

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Corría el mes de abril de 1994 cuando un grupo de malagueños celebramos la Semana Santa en el lejano cantón Valais de Suiza. Por aquellos tiempos dedicaba buena parte de mi tiempo a transmitir, en la medida de mis posibilidades, el Evangelio. Estaba totalmente involucrado en las tareas de evangelización del Cursillo de Cristiandad. Una tarea gestionada por seglares.

Al referirnos a las expresiones del habla cotidiana, las quejas son las principales protagonistas. Independientemente de cómo se exprese cada cual, somos muy perspicaces en la crítica dirigida a los demás y poco propensos al examen del escaparate propio. Sin embargo, no es tan sencillo pronunciarse al respecto, debido a las imprecisiones propias, las tretas ajenas y los muchos factores implicados.

Los que desde muy pronto y ya sin interrupción hemos tenido un contacto frecuente con los libros sentimos cierta incomodidad al oír consejos y expresiones como “leer es bueno”, “un libro es un amigo” o “lee lo que quieras, pero lee”. Es como si alguien dijera: “¡viva la comida!, da igual qué comas, lo importante es que comas”, o “beber es vivir, sea lo que sea que bebas, bebe”.

 
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