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El planeta y la persona

“Nos haría falta que los gobiernos respetasen mucho más sus compromisos con los acuerdos internacionales”.
Víctor Corcoba
jueves, 12 de diciembre de 2019, 09:06 h (CET)

Lo más importante que tenemos es nuestra herencia cultural, que nos transmite lo transcendente que es nuestro quehacer diario, sobre todo aquel que nos vincula a trabajar unidos y a ser promotores de dos elementos claves, lo auténtico a la hora de mostrarse y ese espíritu solidario que nos convierte en donantes perpetuos. Ahí radica ese gran deber que, entre todos, tenemos que llevar a buen término; el de poner en el centro a la persona y al planeta.

Ciertamente, es tiempo de acción/reflexión, de fomentar debates menos interesados y más objetivos. La tarea no es fácil; puesto que nos viene desbordando la percepción de una distribución injusta de la riqueza entre todos los moradores de la tierra. Nos haría falta que los gobiernos respetasen mucho más sus compromisos con los acuerdos internacionales. Ojalá surjan alianzas reales y duraderas, forjadas sobre la base de una cooperación y solidaridad manifiesta, que ayuden a la gente a superar la pobreza, el hambre y las enfermedades. No podemos retroceder.

Tenemos que sensibilizarnos sobre la necesidad de entendernos, siendo más constructores que destructores, más poesía que poder en suma.

El ser humano requiere de cuidados y de otro espíritu más amoroso. También nuestro hábitat común nos exige de otra consideración más poética. No puede continuar este tremendo deterioro que nos degrada y nos deshumaniza. Es hora de activar nuestras obligaciones, tanto para con nosotros mismos, como también para ese cosmos del cual procedemos. Quizás nuestro primer empeño deba ser la de conciliar la forma en la que producimos con la manera en que consumismos. Sea como fuere, tenemos que innovar, buscar otros fondos más del alma, otras estrategias más armónicas, sin que nadie se quede atrás, puesto que la preocupación de cada cual requiere de una acción conjunta. A propósito, ya nos consta que algunos ciudadanos ya están cambiando su estilo de vida para ayudar a proteger el clima y el planeta. A propósito, nos injerta ilusión y esperanza ese Acuerdo Verde Europeo, que establece cómo hacer de Europa el primer continente neutral para el clima en 2050. Sin duda, lo considero un buen propósito extensible a lo que somos, una sola familia humana. No podemos seguir sometiéndonos al poder del dinero, a una tecnología y a unas finanzas que nos esclavizan, lo fundamental es que prevalezca el bien social sobre el interés económico.

Tampoco escatimemos energías ante una realidad planetaria que nos convoca a un esfuerzo conjunto, que requiere de la identidad de todo ser humano. Hoy sabemos que buena parte de menores de cinco años nunca se han registrado oficialmente. Se dice que una cuarta parte de los niños del mundo permanecen aún invisibles. Sin esta prueba, indudablemente, a menudo son excluidos de la educación, la atención médica y otros servicios vitales, haciéndolos más vulnerables a la explotación y el abuso. No olvidemos que todos tenemos una pertenencia al planeta, una historia que nos trasciende; y, así, nos enriquecemos cada día más a nosotros mismos. De ningún modo, entremos en ningún juego de ventas, nuestra hondura es nuestra, somos personas con raíces propias, que requieren del diálogo para poder avanzar entre diversos. Crecemos con el contraste de culturas. No levantemos, pues, muros entre nosotros. Nos merecemos la sintonía de hermanarnos. Necesitamos cobijarnos unos a otros. Jamás olvidemos ese camino de interioridad, de escucharse y de atender al otro, esencial para retomar otro espíritu menos tenso y más fraterno. Ya está bien de tantas disputas entre nosotros, muchas veces motivadas por la volatilidad de los mercados y el estrés de las finanzas, cuando lo verdaderamente importante de este mundo envejecido, es la persona y su afán conciliador.

Desde luego, no es saludable activar la pasividad y rehuir el encuentro con el análogo, fomentar el desprecio y la exclusión, menospreciando vidas semejantes a las nuestras que requieren de una oportunidad. Dejemos de ser injustos.

Hagamos un ejercicio responsable y generoso de nuestro diario de vida. Hay que perder el miedo a caminar, a sentirse más vivos y también más humanos. Por desgracia, se está calentando más rápido de lo que en ningún tiempo hubiéramos imaginado posible nuestra casa común, e igualmente, se está enardeciendo un brío corrupto que todo lo corrompe. Algunos desisten de luchar por la justicia y optan por subirse al carro del poder. Otros se recluyen y se distancian de situaciones dolorosas. Sin embargo, hay quienes trabajan por la paz a destajo y piden que nos unamos a ese viento reconciliador, a sabiendas de lo aportado por nuestra herencia cultural, que nos señala que la unidad de corazones es superior al trance de usuras. Sé que no es nada es fácil, lo reconozco, construir esa armónica convivencia que no excluye a nadie, sino que integra a los extraños, a las personas difíciles y complicadas. Al fin y al cabo, se trata de ser amantes de la palabra, porque formar parte de ese jubiloso poema existencial, requiere mucho entusiasmo, no desfallecer ninguna vez, creatividad a todas horas, destreza e implicación como poeta en guardia permanente. Aplauso, por tanto, para aquellos que se comprometen a donar su tiempo en tender puentes.

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