Ante esta atmósfera de desconciertos, donde se mantienen las apariencias y se acrecienta el soplo hipócrita, urge tener el valor de interrogarse así mismo, al menos para poder revertirse de otros anhelos y calmar la innata sed en nuestras entrañas. Es verdad que hemos evolucionado, pero aún no hemos revolucionado nuestros interiores, con esa gran proclama hacia lo auténtico, que es lo que verdaderamente nos sacia hasta trascendernos, en un pasional encendido de la voluntad en gozo. Hay demasiado sufrimiento en el mundo. Apenas hay cariño entre análogos. Todo lo confundimos y lo mezclamos de intereses mundanos. Activamos el mercado en vez de impulsar el encuentro. Olvidamos que la genialidad interna de cada cual tiene razones que la razón desconoce. Allá cada cual con su don y su manera de utilizar la gracia, al menos para dejarnos observar y sentir por lo innato de la legislación natural.
Lo cierto es que revivimos contiendas en lugar de recapitular sueños. Por desgracia, a demasiados hogares el timbre de la alegría no llega ni por Navidad. Todo es división y soledad. Apenas nos escuchamos unos a otros. Tampoco solemos acariciarnos con la mirada. El afecto suele estar perdido y, por ende, la felicidad también. Ojalá este espíritu fraterno, que hoy lo tenemos abandonado, volviese con la escena de la Natividad, cada día más representada con carácter comercial y menos experimentada, en su virtud de acercamiento, entre los moradores. A lo mejor tenemos que mejorar la conciencia y tomar como propósito estar más cerca de la naturaleza, poner más reposo y júbilo en lo que hacemos, situarse en servir mejor, con otro carácter más dulce y alegre, que nos haga más vivos y también más humanos. Vengan a nosotros, pues, esos latidos armónicos, y gocemos de esa visión de ver una fiesta por todos los rincones.
Realmente, nos puede la egoísta ambición mundana, en vez de ahondar en esos momentos de nuestras vidas en los que experimentamos la emoción por vivir y donarse. Claro, para eso, también hay que saber perdonar y perdonarse. Quizás tengamos que volver a sentir y a tocar nuestros sentimientos más profundos, pues será un buen modo de rectificar caminos, dejándonos acompañar por quienes habitan justo al lado, algunos en la sombra del sufrimiento a la espera de una sonrisa nuestra. Justamente, son estos gestos de generosidad, los que nos hacen entregarlo todo al presente para construir un futuro más de todos para todos, no de todos para algunos. El día que esto suceda, nuestras vísceras se encontrarán repletas de gozo, con ese buen hacer de entrega a los demás, pues es la voluntad de querer ese cambio, lo que francamente nos transforma existencialmente.
Por eso, creo que tan importante como aprovechar las oportunidades que se nos presentan, es la de dejarse ayudar. Estamos ausentes de tantas motivaciones, que será bueno impulsar la gran revuelta de la ternura. Jamás perdamos ese niño que todos llevamos consigo a pesar de los años vividos. Abramos nuestros órganos y dejémonos asombrar por la mística de las madrugadas y las noches. Aprendamos a convivir unos con otros. No nos encerremos en nosotros, nuestro aliento mejora cuando todo se comparte. El lenguaje de las formas nada sirve sino va acompañado de un buen fondo, que en realidad es lo que nos hace crecer en la belleza. De lo contrario, nos hundimos en la desesperación, porque lo que trae alegría a nuestros interiores, y no se desgasta con el paso del tiempo, es precisamente ese afán por unirse y reunirse, sin otro interés que el poder acompañarnos.
Sea como fuere, cada cual camina como lo hace su corazón. Ojalá no lo destrocemos, seguramente entonces habremos vivido los talentos al servicio de la verdad. Las falsedades nos trastornan, en la medida que pensamos justamente lo contrario de lo que decimos, y esto acaba por destruirnos a nosotros mismos. Ya está bien de dejarnos eclipsar por la mentira. Sin duda, es tiempo de aclarar rumbos y acciones, de poner de manifiesto el vínculo que nos hermana, de que los diversos gobiernos de los Estados presten más oído a las protestas mundiales, las tomen en serio, y hagan frente a tantas desigualdades injustas. Se nos parte el alma de que a veces la ayuda humanitaria no llegue a sus verdaderos destinatarios. Por otra parte, cuesta entender ese desprecio continuo por los derechos humanos.
En cualquier caso, tampoco podemos caer en el desaliento, tenemos que continuar sumando voces, ofreciendo latidos que nos fraternicen, celebrando abecedarios que nos concilien. Se me ocurre pensar en lo que rememora Gabriela Badillo, creadora de “68 voces, 68 corazones”, un proyecto sin fines de lucro que intenta retratar las 68 agrupaciones lingüísticas indígenas de México, en animaciones de cuentos y relatos tradicionales, uno por cada lengua. Son, de veras, estos movimientos diversos los que nos abren hacia otras identidades y herencias que también nos aportan esperanza. Por consiguiente, nadie puede sentirse en un mundo globalizado extranjero. Al fin, somos conciudadanos y la puesta del esfuerzo en común, es nuestro mejor aliado armónico. Sin duda, esta diversidad de ánimos es lo que nos lleva hacia adelante y nos hace caminar. De ahí, que seamos gentes en camino perpetuo, lo que nos exige el cultivo del abrazo permanente; pues no hay mejor dicha que la de quererse. Quien así lo hace, perdura en esa fuente de vida con su inolvidable rostro en paz, al haber sabido amar, el amor de amar. El rastro será eterno porque nos enternecerá como ese Niño que resultó ser Dios.
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