En el evangelio de San Lucas, Jesús cuenta a sus discípulos la parábola de un hombre rico que decide despedir a su administrador porque estaba derrochando sus bienes, pero éste urde una estratagema para que los deudores de su amo lo acojan y el amo felicita a este mal administrador por la sagacidad con la que había procedido y Jesús añade que los que pertenecen a este mundo son más sagaces con su gente que los que pertenecen a la luz.
Si miramos a nuestro alrededor podemos comprobar que los agentes del mal tienen efectivamente una sagacidad sorprendente frente a los que dicen buscar el bien, a los que quizás podíamos llamar buenos, pero que a menudo fracasan y resultan utilizados por los sagaces señores del mundo para sus propios fines.
Los señores del mundo están continuamente tratando de cambiarlo todo y lo van consiguiendo a gran velocidad. Manejan el dinero y los medios de comunicación que imponen a la gente lo que tienen que pensar, defender, odiar, la forma en que han de actuar, vestir, consumir o divertirse...
La sagacidad de los señores del mundo ha conseguido que cada día haya más gente convencida de que no estamos sometidos a la voluntad de Dios, ni siquiera de que tal Dios exista, por lo cual podemos hacer lo que nos venga en gana, eliminando todo aquello que se oponga a nuestros deseos. Lo que formaba el entramado social en el que hemos vivido: religión, familia, matrimonio e incluso el propio sexo está disponible para su eliminación.
A pesar de todo, esta sensación de libertad absoluta no llega a calmar nuestras ansias de plenitud, es como una borrachera que exige constantemente un poco más de todo pero que nos deja vacios y hastiados.
Los señores del mundo, desde sus posiciones de fuerza, comprueban que está en sus manos cambiarlo todo, no solo las personas y sus relaciones, sino también unir o desunir naciones, trasladar a gentes de un país a otro, influir en cualquier organismo nacional o internacional, para imponer el aborto, la ideología de género o el uso de los recursos del planeta.
Lo que cada cual pensamos, lo que escribimos, lo que publicamos en facebook, en twiter, en google, en instagram o en un blog, ni es confidencial ni está guardado en ninguna “nube” lejana, sino bien almacenado para ser utilizado por los señores del mundo en este inmenso laboratorio en el que pueden etiquetarnos, condenarnos, señalarnos, presionarnos, cambiar nuestra forma de pensar o de sentir.
Estos señores del mundo son, como no puede ser de otra manera, los dueños del dinero que utilizan a su antojo para comprar voluntades, fabricar armas, originar crisis... A menudo las ayudas económicas que muchos creen recibir para hacer el bien terminan con su libertad.
Todo esto queda facilitado en gran medida por un deficiente funcionamiento del sistema democrático que hace posible que, determinados partidos que no buscan el bien de su país, resulten financiados por otros países con aviesas intenciones.
Los que busquen decididamente el bien no pueden olvidar nunca que sólo en Dios hay una fuente inagotable de perdón, de caridad, de amor al hombre pero que tienen que trabajar con inteligencia y sagacidad y con su ayuda.
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