El pasado martes 8 de Abril en la Carrera de San Jerónimo los
diversos partidos políticos, la mayoría parlamentaria, después de
una tarde-noche ajetreada discutiendo sobre la Constitución, que
no sobre los derechos ciudadanos que la misma recoge aunque
sean papel mojado, dieron un sonoro portazo en las narices a los
representantes del Parlament catalán que habían acudido a Madrid
con el fin de que sus señorías del Congreso de España autorizaran
al Govern de la Generalitat a convocar una consulta para conocer
cuántos catalanes están dispuestos a que Catalunya obtenga de
manera oficial el rango de nación, título que hace siglos que tiene
históricamente.
Casi trescientos parlamentarios españoles, faltó uno para los tres
centenares, dieron con la puerta en las narices a las aspiraciones
de más de un 80 % de catalanes que, en diversas encuestas y
en las últimas elecciones, han demostrado sus ansias de ejercer
el derecho a voto, acudiendo a las urnas para decidir sobre su
presente y, especialmente, sobre su futuro. El resultado, ya antes
de la sesión parlamentaria, era conocido, cada grupo había
calentado motores antes de la reunión exponiendo sus motivos para
votar a favor o en contra de la propuesta.
Pero lo verdaderamente interesante fue escuchar algunas de las
intervenciones que se escucharon el 8-A en sede parlamentaria
para evitar a toda costa que los catalanes acudan el 9-N a votar
eligiendo su futuro, optando a seguir como hasta ahora ejerciendo
el papel de fieles vasallos y estupendos contribuyentes al Gobierno
español de turno o comenzar a tomar un camino que les lleve a ser
dueños y señores de su futuro administrando sus caudales tal vez
hartos de ser, junto con las CC.AA. de Madrid, les Illes y el País
Valencià los primos tontos de la solidaridad, esos primos tontos
que pagan más que nadie y a los que los mismos que aumentan
sus presupuestos gracias a esa solidaridad, les insultan en lugar de
darles las gracias.
No me sorprendió ninguno de los discursos de la negativa a la
demanda catalana. Mariano Rajoy se envolvió en las
páginas de la Constitución, ese texto que ahora defienden a capa
y espada cual bálsamo de Fierabrás pero que en 1978 el mismo
Aznar aconsejaba en sus artículos de fervor falangista no
votar como hicieron los diputados de AP, padre y madre de
la actual muchachada de la gaviota, y Rajoy, hecho un lío ante tanto
artículo y tanta disposición enmendó la plana a uno de los padres
constituyentes como Herrero de Miñón para negar el agua,
la sal y las posibilidades de consulta de los catalanes.
Llegó el turno de palabra a la socialdemocracia, cada día con el
puño más abierto y la rosa más ajada, y un veterano de la política
como Alfredo Pérez Rubalcaba, años y años viviendo del
erario público, también se lió entre los artículos constitucionales
ofreciendo reformar la Constitución de 1978 para abrir un camino al
Estado federal. O nos quiso engañar o no tuvo en cuenta que para
reformar la Constitución hacen falta lo votos del PP, que
no está por la labor, además de olvidar que durante años, mientras
el PSOE tuvo mando en plaza con González y
Zapatero nunca se les ocurrió hablar de federalismo y para
mayor escarnio olvidó u ocultó a la audiencia que él y su partido
defenestraron a Pasqual Maragall cuando como President
de la Generalitat quiso hablar de una España federal.
A lo largo de la tarde se había confeccionado una tarta con los
colores rojigualdas de la bandera española, por los pasillos del
Congreso resonaban viejos cánticos de unidad, aunque fuera a la
fuerza, los espíritus de “Isabel y Fernando, el espíritu impera” que a algunos nos hicieron cantar cada mañana en la escuela
junto con el “Cara al Sol” joseantoniano se ocultaban en los
agujeros que las balas de Tejero y sus hombres dejaron
en el edificio de la Carrera de San Jerónimo. Y llegó la guinda del
pastel, más envuelta que nadie en amor a la patria y a la bandera,
más gritona que nadie en aras de la unidad española, ella, Rosa
Díez bramó desde el estrado contra la propuesta catalana y
mezclando churras con merinas mezcló el derecho a decidir con
la pena de muerte y la ablación. Ella, Rosa Diez, una política que
habla de renovación cuando lleva décadas viviendo de la sopa
boba del erario público engañó al pueblo español en un ejercicio
antidemocrático olvidando sus palabras al diario La Vanguardia en
1999 cuando dijo claro y alto que “Si alguna vez la mayoría de
los vacos quisiesen la independencia, la democracia se adaptaría,
porque la democracia es la capacidad de adaptarse a lo que deseen
los ciudadanos libremente en las urnas”. Si, ella, la adalid
del españolismo, no se ruborizó al ocultar su pensamiento ni su
cambio de chaqueta. Desde que Zapatero le ganó en un Congreso
del PSOE esta vieja, en el sentido de los muchos años que lleva
comiendo del momio, política ha pasado de la socialdemocracia
al más rancio estilo del nacionalismo español, que también existe
aunque sus seguidores lo disfracen y no quieran reconocerlo.
El 8-A se perdió una buena y gran oportunidad para el dialogo,
primaron los deseos electorales de los partidos mayoritarios y
de UPyD, todos ellos quieren ganar votos a base de dar
patadas en el culo y portazos en las narices a los catalanes. Hasta
ahora les ha funcionado muy bien pero los votantes comienzan
a despertar del letargo, despertamos a base de recortes y de ver
como cada día desaparecen más y más derechos sociales. El
personal está harto, y quiere votar libremente, los catalanes quieren
poder ejercer su derecho a decidir y muchos españoles quieren
poder votar también libremente si desean seguir manteniendo una
oligarquía monárquica por nadie elegida o tener la oportunidad de
cambiar cada cuatro años de Presidente de la República.
|