El tema de la corrupción del PP en tierras valencianas es un “día de la marmota” a la valenciana, cada mañana al levantarnos y leer las noticias tenemos la impresión de volver a estar viviendo algo que no hace mucho ya vivimos. Las páginas de los medios de información y las noticias de los telediarios siguen estando ocupadas por los mismos nombres: el caso Gürtel se lleva la medalla de oro en esta Olimpiada de la corrupción pero en el podio de los más trileros le acompañan los casos Brugal y Emarsa. Entre ellos la única diferencia existente es que en el caso Gürtel hablamos de delincuentes de guante blanco ataviados con elegantes ternos, corbatas de seda y brillantes zapatos y oliendo a los mejores aromas y los casos Brugal y Emarsa además de oler a podrido proviene el primero de las basuras alicantinas y el segundo de los malolientes lodos de la depuradora de las aguas de cloaca de Valencia. Pero el dinero no huele.
Cuando parecía que iban a comenzar a sentar sus nobles posaderas en el banquillo de los acusados algunas de las señorías parlamentarias del Partido Popular el juicio se aplaza por pérdida de la condición de aforados de los presuntos delincuentes. Con su dimisión del cargo en el Parlament ahora las actuaciones pasarán a la jurisdicción de la Audiencia de Valencia con lo que ganarán tiempo y el PP podrá iniciar la campaña electoral europea sin nadie pasando las horas mañaneras en el banquillo. Supieron elegir el momento justo para dimitir, pero todavía queda mucha tela por cortar y demasiados imputados entre los parlamentarios del PP en el Parlament valenciano.
Y, de repente, el nombre de Francisco Camps, aquel prepotente President que se vio obligado a dimitir y al que un jurado popular, en el sentido más genuino de la palabra, especialmente amigo salvó de ver mancillado su expediente con una condena por cohecho como si les sucedió a sus conmilitones Rafael Betoret, jefe de gabinete de la Consellería de turismo, y Víctor Campos, Vicepresidente de la Generalitat valenciana. Estos dos se “comieron el marrón”, como se dice en el argot carcelario, y se declararon culpables de haber recibido regalos por parte de Francisco Correa, capitoste de la trama Gürtel, regalos que tenían como objetivo ablandar sus corazones y que en un “do ut des” muy corriente en algunos políticos amañaran concesiones para beneficiarles.
Camps se salvó, dimitió de su cargo de Presidet y marchó al cómodo retiro del Consejo. Su nombre desapareció de los carteles de la primera línea política y no ha vuelto a aparecer hasta que se le ha citado como testigo en la instrucción que el juez Castro lleva a cabo en el denominado caso Nóos donde, entre otros, está implicado el todavía yerno de Juan Carlos I. Desde el País Valencià tres millones de euros volaron a las arcas de Iñaki Urdangarín y su socio simplemente por no hacer nada, sencillamente por “ser vos quien sois”, entonces Duque de Palma consorte y marido de una Infanta de España.
El ex president hace unas semanas en su primera declaración, que hizo después de dos llamadas ya que la primera vez se escondió sin ningún tipo de vergüenza, simplemente contestó “no recuerdo” a la mayoría de preguntas. Ahora, después de casi cinco horas de declaración por escrito creo que estamos en el mismo punto de partida. Afirma no haber perdido la memoria pero “las cosas que no se recuerdan, es porque no las recuerdas”. Camps es católico practicante, cuando se le llamó la primera vez a declarar se escondió entre cirios, sotanas e imágenes, y para alguien con estas creencias es pecado mentir, pero como después se acercan al cajón del confesionario y le dicen al sacerdote que pecaron y éste les perdona no pasa nada, mañana pueden seguir mintiendo y volviendo al confesionario y seguir afirmando como Camps ha hecho que “La Generalitat ha actuado siempre bajo el imperio de la ley”, otra mentira más, y ya son muchas las que el PP ha esparcido por todas partes, especialmente por Valencia.
Ahora alguien podrá vestirse con la lujosa ropa que los trileros de Gürtel regalaron a Rafael Betoret, un juez ha ordenando que la misma, sin etiquetas identificadoras, se deposite en los contenedores de beneficencia que, a tal efecto, hay en el Ayuntamiento de Valencia. Quién les iba a decir a toda esta pandilla que unos trajes, que se podían comprar con sus elevados sueldos de políticos, acabarían con su carrera política, aunque tal vez en estos momentos estén riéndose de todos nosotros al grito de “Ande yo caliente y ríase la gente”. Pero aquí la gente no se ríe, la gente, los votantes valencianos piden justicia, y justicia rápida.
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