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Las Naciones Unidas, la Agencia de Protección Medioambiental y la última imprudencia del cambio climático

Los simples mortales no sólo no pueden predecir el clima futuro, no podemos controlarlo con la tecnología cortoplacista actual
Mark W. Hendrickson
lunes, 21 de abril de 2014, 09:26 h (CET)
Cuando escribí acerca del Fondo Monetario Internacional la pasada semana, mencioné que las burocracias tienden a hacer todo lo posible para perpetuarse en el tiempo. También pasa con las Naciones Unidas y la Agencia de Protección Medioambiental.

Hace mucho que las Naciones Unidas hicieron causa común con los gobiernos partidarios de la redistribución de la riqueza en torno a la cuestión del cambio climático/ calentamiento global, vomitando la teoría alarmista de un desastre inminente a menos que nosotros los estadounidenses rebajemos el crecimiento económico y que los gobiernos de los países más ricos aporten más dinero de sus contribuyentes a los gobiernos de los países más pobres a fondo perdido. Como era de esperar por tanto, el Panel Intergubernamental del Cambio Climático de la ONU acaba de dar a conocer su quinto informe de valoración, en el que sigue alarmando con el calentamiento provocado principalmente por las crecientes concentraciones de dióxido de carbono en la atmósfera. También afirma que los países en vías de desarrollo necesitan de 70.000 a 100.000 millones de dólares por ejercicio para llevar a cabo los cambios necesarios — dinero que se espera que proporcionen los países desarrollados, aun a costa de reducir sus propios PIB.

La Agencia de Protección Medioambiental viene ampliando progresivamente sus competencias, posicionándose con éxito como árbitro omnipresente de nuestras vidas y estableciéndose como una de las agencias más poderosas del gobierno estadounidense. Su última jugada consiste en tratar de regular las emisiones de flatulencias de oveja — importante fuente de metano, gas que retiene mucho más calor que el dióxido de carbono. La iniciativa de la Agencia de Protección Medioambiental reviste implicaciones mucho mayores, puesto que la única forma de reducir el volumen de gas emitido por la cabaña ganadera puede ser limitar nuestro consumo bovino a base de reducir el número de cabezas de la cabaña.

La postura alarmista reviste múltiples defectos. Examinemos sólo unos cuantos:

1) Los gurús del cambio climático no pueden predecir el futuro. Esto va más allá del problema de que los alarmistas dispongan de docenas de modelos informáticos que no explican las series de datos del mundo real y que se contradicen unos con otros en una especie de Torre científica de Babel. El problema insalvable es que gran parte del clima es un "sistema caótico de magnitudes paralelas no lineales", que significa que podría ser imposible predecirlo con exactitud.

2) No sólo no podemos "demostrar" que la tierra se va a calentar o enfriar durante las próximas décadas, ni siquiera conocemos las pérdidas o ganancias netas de cualquiera de las alternativas. A lo mejor (no digo saberlo) un clima más cálido es más rentable a nivel neto, a lo mejor un clima más frío es mejor (aunque basándome en la serie de los 2.000 años últimos, me inclino por más cálido).

3) Los simples mortales no sólo no pueden predecir el clima futuro, no podemos controlarlo con la tecnología cortoplacista actual. El informe de las Naciones Unidas advierte que "el problema será progresivamente más difícil de gestionar”. La creencia en que los seres humanos pueden "gestionar" el clima de alguna manera es lo que Friedrich Hayek llamaba "el engaño fatal", pero a gran escala.

Mire, los mismos alarmistas han saboteado ya su propia teoría. Durante los últimos años, un buen número de ellos han empezado a realizar sus apuestas sugiriendo que la actual horquilla de no calentamiento de 17 años puede prolongarse varias décadas. Evitan mencionar que las emisiones de dióxido de carbono debidas al ser humano seguirán creciendo probablemente a lo largo de ese período. Eso refuta casi por completo su tesis de que el dióxido de carbono es el principal impulsor del cambio climático. Esencialmente, reconocen la validez del punto de vista de los escépticos que dicen que hay otros factores con mayor impacto sobre las temperaturas del globo que el dióxido de carbono.

Hace más de 20 años, el Instituto George Marshall publicó un estudio que demuestra que todas las pequeñas subidas de la temperatura del mundo entre 1900 y 1990 pueden atribuirse a incrementos de la actividad solar. A lo largo del curso de la historia del planeta, los cambios en la órbita terrestre alrededor del sol, los cambios en la orientación del eje terrestre y los cambios en el albedo (reflexión de la luz debida en parte a las nubes) han dirigido los cambios en el calentamiento terrestre. En cuanto al efecto invernadero en la atmósfera, la mayor porción de ello con diferencia es atribuible al principal gas de efecto invernadero — el vapor de agua (que ni siquiera las Naciones Unidas o la Agencia de Protección Medioambiental son tan imprudentes como para proponer su regulación). En cuanto al reducido porcentaje del efecto invernadero debido al calentamiento global, puesto que los seres humanos solamente representan alrededor del cuatro por ciento del total de emisiones globales de dióxido de carbono, es evidente que en términos de su impacto sobre el cambio climático, nosotros los humanos somos como monos a espaldas de un elefante — no somos conductores, sólo pasajeros.

Hemos de recordar lo híper-politizados que están el Panel Intergubernamental de la ONU y la Agencia de Protección Medioambiental. Tienen sus agendas. Me entrevistaron acerca del cambio climático para un programa de Voice of America hace unas semanas, y al ser escéptico, me preguntaron si recibía dinero de las petroleras. Mi respuesta fue que no, pero qué parcial es preguntar a los escépticos si reciben dinero del petróleo sin preguntar a los alarmistas si reciben dinero público. ¿De dónde sale esta presunción que dice que el dinero privado es corrupto pero el dinero público es puro y noble? Qué postulado más ingenuo, irreal y engañoso quizá. Miles de millones de dólares del contribuyente se han destinado a impulsar el programa/ escenario alarmista. Los alarmistas recuerdan a algo que escribió hace tiempo H.L. Mencken: “Todo el objetivo de la política práctica es tener alarmada a la población a base de amenazarla con una cadena sin fin de cocos, todos ellos imaginarios”.

Que no le dé miedo que venga el coco.

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