“Integrar la Nación implica derechos y obligaciones, por lo que ésta co representación y un frente nacional conjugado no negaría las críticas de las minorías; se debe procurar la idea de una representatividad política compartida, que surja del efecto derrame del ejemplo de nuevos cuadros militantes. Merecería enumeración especial la noción de “Gestión compartida”. Pero esta pequeña premisa ¿no es acaso la receptada y adoptada por los modelos de los países nórdicos que tanto gusta citar? Se trata de confluir primero, para consensuar después”.
La cuestión es
Estamos inmersos en una sociedad híper globalizada e híper participativa, y como añadiría el gran sociólogo Zygmunt Bauman, en una “Sociedad de daños colaterales”. En hora buena, ello no hace más que sostener aún más el pesado edificio de la democracia que, con aciertos y errores, se somete diariamente a la prueba de su convalidación. Convalidación que en definitiva, solo le podrán dar sus actores inmediatos, es decir, los que se involucren, los que la doten de contenido.
La democracia cuenta con instituciones legitimadas para esa misma convalidación y, por ende, envuelta en procesos más o menos versátiles que hacen a su esencia. La consigna de que el “Pueblo no delibera ni gobierna, sino que lo hace por medio de sus representantes”, es una premisa jurídica y garantía constitucional que merece una consideración especial, digamos un instante de meditación. Esta máxima constitucional, discutida a veces como la “doble cara de un sistema jurídico”, es en realidad, la piedra angular de las discusiones en lo que atañe a la representatividad en el marco del juego democrático, que en palabras de Habermas, conforman “la esfera pública”. Debemos distinguir entre los representantes elegidos por el voto popular y entre los representantes asumidos por las consignas organizativas que el propio proceso democrático contempla y legitima, de allí la importancia del discurso en cuanto a “esfera pública”, de allí la importancia de generar nuevos cuadros militantes. En este sentido, me permito una breve digresión: los dos grandes movimientos de masa de la Argentina – el Radicalismo y el Peronismo – no pueden no encontrarse en una nueva forma de concebir al poder, que de ahora en más debe ser de co – re presentación. Debe nacer de ellos, de sus cuadros – en lo posible los nuevos militantes – un efecto derrame del ejemplo de las nuevas formas de concebir al poder.
Debemos advertir a los dirigentes y militantes que esta máxima constitucional no debe ser cargada de dualidad conceptual, sino de acciones legitimadas no desde la violencia o el extremismo, sino del estudio analítico y metodológico de la acción constante, lo que se traducirá en el empoderamiento de herramientas que contribuyan a una praxis de transformación social.
Los sindicatos, las asociaciones civiles, los colectivos que son los que aún siguen conquistando derechos, tambien las empresas y cada voluntad emprendedora, los movimientos políticos han nacido al amparo de luchas históricas y la conquista de derechos fundamentales. Debemos admitir que luego vino una oleada (que es relativa en cada país) que los baño bajo un sesgo de confirmación ideológica, que por antonomasia, los confirmaría en la pertenencia ideológica en la cual estarán inmersos muchos de los actores citados. Es el caso del Peronismo en Argentina en su rol con el sindicalismo y ello fue más que perjudicial para el sindicalismo como parte estructural del sistema democrático, no por sus aciertos claramente. Cuando enarbolo el termino co – representación, debemos entender que este debe ser de propuesta y no de resistencia, hablo de cooperación sin que por ello se caiga en la ingenuidad de no reaccionar ante los abusos. La máxima maquiavélica nos ha enseñado que la política no puede ser reducida a un paquete de leyes, y eso en esencia de la esencia misma de la política y un aspecto que se ha olvidado: la virtud (la virtú).Entonces, al margen de cualquier diagnóstico sobre las variables gubernamentales y el rol de la gestión política actual del gobierno nacional, que es totalmente discutible, tenemos que poder recuperar los resortes de la democracia, insisto de la “esfera pública”:
El caso del sindicalismo puntualmente
Puedo animarme a marcar que hay muchos que creen que el sindicalismo como parte del proceso democrático debe y que por ende, puede vislumbrar los signos de los nuevos tiempos dejando de lado el vicio en el que lo han hundido y que por enredo lo ha alejado de la legitimidad de representación, y no así de su esencia representativa en la acción colectiva en sí. Este no es señalamiento esloganista. Pretendo que identifiquemos en la propia crisis de representación a las piedras angulares del sistema democrático, que deben ser traídas a pulir y de las que las disquisiciones sobre la realidad social, en palabras de Polibio de Megalópolis, podrán ser hechas una vez bien pulidas, ser hechas desde la “observación directa sobre ella”. Estas transformaciones convalidaran la legitimidad enunciada y validaran por la experiencia el estilo de vida de quienes claman ayuda. No podremos procurar cambios sociales sin la terea aunada con los sindicatos. Es aún una gran deuda de la representatividad política, es una tarea que en última instancia procurara aunar la coincidencia de los intereses nacionales, que tienen su germen en los aspectos de la nación toda: el trabajo, la educación, el transporte, la producción y tantos más.
Los sindicatos son parte principal de la comunidad nacional que está integrada por todas las clases sociales, es republicano y democrático, pero también están enquistados en una burocracia servil y que juega con las reglas jurídicas en cuanto a las personerías gremiales que los propios dirigentes sindicales se disputan, dispersándose de la representación convalidada. De allí la importancia de conjugar intereses. Entonces, confluir para consensuar
Integrar la Nación implica derechos y obligaciones, por lo que ésta co-representación y un frente nacional conjugado no negaría las crítica de las minorías; se debe procurar la idea de una representatividad política compartida, que surja del efecto derrame del ejemplo de nuevos cuadros militantes. Merecería enumeración especial la noción de “Gestión compartida”. Pero esta pequeña premisa ¿no es acaso la receptada y adoptada por los modelos de los países nórdicos que tanto gusta citar?. Se trata de confluir primero, para consensuar después. Todos los actores que enumeré son parte principal de la comunidad nacional, que se debe pactar un juego de reglas claras y compartidas en el Estado de Derecho y que se traducirá en la conjunción de fuerzas nacionales y populares, el verdadero anhelo progresista que debe unir este frente co – representativo es el de la propia justica social.
Con una doctrina y una concepción nacional de co-representación y co-gobernabilidad, que esto no se entienda por pragmatismo, los objetivos de la clase sindical y de la clase política y dirigencial – social, de las empresas y los colectivos, en su lucha por la nación estarán a la vista sana y perfectamente bien definida. En otras palabras, la consolidación de una nación fuerte, apoyada firmemente en la estabilidad, propenderá a la expansión y la defensa de las luchas bajo el imperio de la Ley y bajo un solo denominador en el marco de un efecto derrame del ejemplo: la Nación.
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