El historiador mexicano Enrique Kranze dijo: “Hemos olvidado que la democracia es mortal. Hoy nos parece la manera más natural y lógica de gobernarnos, pero desde una perspectiva universal y milenaria veríamos que ha sido una preciosa y frágil excepción en el tiempo y en el espacio”
En febrero de 2020 se celebró en Múnich la conferencia de Seguridad en que lo acordado puede resumirse en que se han erosionado los valores democráticos. En la conferencia inaugural que fue a cargo del presidente de Alemania <b>Frank-Walter Steinmeier</b>, el conferenciante se refirió a la propagación del odio en Alemania y en el resto del mundo. España no es inmune a la epidemia. El primer ministro de Canadá <b>Justin Trudeau</b> contribuyó al desánimo de los asistentes cuando dijo: ”La gente está perdiendo la fe en sus mandatarios”. Recordemos lo dicho por el mexicano <b>Kranze</b>: “Hemos olvidado que la democracia es mortal”. ¿Dónde recae su debilidad? La democracia es el gobierno del pueblo, de las personas. Por experiencia conocemos la fragilidad de los seres humanos, incluso de los más fuertes. A menudo nos preguntamos: ¿Cómo ha podido haber hecho esto esta persona? Jamás me lo hubiera creído. Pero es así. La fragilidad humana se manifiesta de mil maneras. Investidas del poder que les concede las urnas a determinadas personas, la investidura no las convierte en <i>supermen</i> ni en <i>superwomen</i>. Siguen siendo personas de carne y huesos, con la misma fragilidad y miserias que el resto de los mortales.
Jerusalén era asediada por el ejército asirio. El emisario del rey Senaquerib le dijo a Ezequías el monarca asediado: “He aquí que confías en este báculo de caña frágil, en Egipto, en el cual si alguien se apoya, se le entrará por la mano, y la atravesará. Tal es faraón rey de Egipto para con todos los que confían en él” (Isaías 36: 6). Esta era la opinión que se tenía de la gran potencia de la época. ¿Qué piensa Dios de dónde debe irse a buscar ayuda en los momentos de necesidad? “Así ha dicho el Señor: maldito el hombre que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta del Señor” (Jeremías 17: 5). Las cosas no funcionan bien para el hombre que se ha apartado de Dios y que no sabiendo dónde apoyarse en el momento de necesidad busca la protección en el hombre. El rey Ezequías ante el asedio asirio fue a buscar ayuda en la superpotencia que era Egipto, pero no fue el poderío militar de Egipto que impidió la destrucción de Jerusalén sino la intervención de Dios que la protegió en respuesta a la oración de Ezequías que buscó la ayuda divina.
A Europa se le podría aplicar perfectamente el mensaje que Jesús que le hace llegar a la iglesia de Sardis, una de las siete iglesias de Asia (actual Turquía). “Yo conozco tus obras,, que tienen nombre de que vives, y estás muerta” (Apocalipsis 3: 1). Europa como la antigua iglesia de Sardis tiene que arrepentirse de sus pecados. El pecado que es la madre de todos sus males consiste en haber levantado el trono de la democracia, el gobierno del hombre. Ha probado el invento y el resultado es el fracaso. No le queda otra solución que sustituir democracia por <i>teocracia</i>, del gobierno de Dios. Aterroriza oír la palabra <i>teocracia</i> porque tenemos la nefasta experiencia de los efectos negativos de la presencia del catolicismo en todos los ámbitos sociales. Esto no es <i>teocracia</i>. Es la dictadura de una religión.
Quienes hemos nacido antes de la Guerra Civil recordamos los efectos del nacionalcatolicismo que imperaba en todas las esferas sociales. Se nos obligaba a la práctica del catolicismo sí o sí. Era muy difícil escaparse de sus tentáculos. Quienes vivimos el nacionalcatolicismo nos quedan un amargo recuerdo de la dictadura de la religión.
Al referirme que para liberarnos de los males que afligen a la Europa democrática es recuperar la <i>teocracia</i>, es decir, el gobierno de Dios, no quiero decir que los hombres tienen que volver a Dios, sin coacciones. Voluntariamente. Un ejemplo de lo que digo lo tenemos en el profeta Jonás que fue enviado por Dios a predicar el arrepentimiento a la ciudad de Nínive que debido a su impiedad Dios tenía previsto destruirla en el plazo de cuarenta días. En su misericordia envía al profeta para que avise a los ninivitas para que se arrepientan. El mensaje fue escuchado y obedecido. Se produjo el arrepentimiento y los cuarenta días se convirtieron en unos ciento cuarenta mil antes de ser destruida por una coalición de ejércitos medos, babilónicos y escitas.
Desconocemos el día que tocarán las campanas anunciando la muerte de la Unión Europea. Que sonarán, seguro. Pero los cristianos esperamos confiadamente la implantación del Reino de Dios eterno para gozar en todo su esplendor los beneficios de la <i>teocracia</i>. En el Reino de Dios no se encontrará el más mínimo vestigio de democracia porque en él “mora la justicia” (2 Pedro 3: 13) en todo su esplendor.
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