Ana Vidal Egea finaliza su escrito ¿Quién quiere vivir para siempre? con estas palabras: “La pregunta es: ¿debemos preocuparnos para vivir para siempre o por vivir en las mejores condiciones posibles? La periodista cita al billonario Larry Ellison, de 73 años que “está invirtiendo obsesivamente para prolongar la vida, lo que es lo mismo, retasar el envejecimiento”. <b>Ana Vidal</b> añade: “Vivir eternamente es un anhelo de antaño, bien suscrito en la cultura popular cuando se comentaba que beber o inyectarse sangre de las vírgenes hacía la vida más longeva. La <i>start-up</i> norteamericana Ambrosia Medical hacía transfusiones de sangre de jóvenes que revertería la edad de quien la recibiera. Aunque no había ninguna prueba que garantizara resultados. Las pacientes pagaban hasta 7.500 dólares por un litro de sangre de donantes de 16 a 25 años, arriesgándose a sufrir infecciones, alergias y complicaciones respiratorias y cardiovasculares. En febrero se dejaron de hacer tratamientos”.
Detrás de la lucha encarnizada contra el envejecimiento con cosméticos que cuesta una millonada a quienes quieren conservar la juventud, se añaden ahora las transfusiones de plasma de donantes jóvenes que se dice mejoran el Alzheimer. . “Pero los límites éticos se disparan a favor del negocio. El Maharaj Institute de Florida ofrece ensayos clínicos de transfusiones de plasma de donantes jóvenes al elevado coste de unos 251.000 euros aprovechándose de aquellos que buscan desesperadamente una cura”.
La vida eterna no está reñida con la muerte física. El cuerpo y el alma son dos elementos inseparables de la persona. Se separan temporalmente con la muerte física pero se reencontrarán en la resurrección. “Está establecido para los hombres que mueran una vez, y después de esto el juicio” (Hebreos 9: 27). Se descarta la reencarnación como proceso purificador para alcanzar la unión con el absoluto. El destino eterno se sella con la muerte. La condición en que se produzca de deceso se conservará en la eternidad.
Es muy controvertido que la terapia de sangre pueda promover la longevidad. Los guerreros de tribus paganas bebían la sangre de animales porqué creían que les transmitía su vigor. En la antigua Roma, se dice que se animaba a los enfermos, especialmente a los epilépticos a que bebieran sangre de los gladiadores recién muertos. Todo este proceder que consideramos supersticioso tiene su razón de ser. La Biblia refiriéndose a Jesús como “el Cordero de Dios que borra el pecado del mundo” (Juan 1:29) ya había sido profetizado: “Sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor a vosotros” (1 Pedro 1: 18-2). Esta información si no es por revelación ninguna mente humana puede hacer declaración de tanta importancia. Cuando únicamente existía Dios en las tres Personas se planificó la muerte del Hijo para salvación de su pueblo.
En el inicio de la Historia, para dar solución al problema del pecado, fue el mismo Dios quien sacrificó dos corderos para cubrir con sus pieles la desnudez de Adán y Eva. “Sin derramamiento de sangre no es posible la redención” (Hebreos 9: 27). La sangre de los corderos que Dios sacrificó no borra el pecado. Es un símbolo para que pusiesen la mirada en el Cordero que derramaría su sangre en la cruz del Gólgota. Esa es la sangre que sí borra los pecados (1 Juan 1: 7).
No podemos olvidar la presencia del malvado personaje que tiene el propósito de desbaratar la obra de Dios. El primer intento de este perverso fue cuando incita a Caín a no adorar a Dios de la manera establecida por Él. Lo impulsa a asesinar a su hermano Abel que sí adora a Dios según su propósito, es decir ofreciendo “de los primogénitos de sus ovejas de lo más gordo de ellas” (Génesis 4: 4). Es la primera guerra de religión: Caín asesina a su hermano Abel. Satanás cree que ha ganado la partida a Dios, que ha extirpado la línea de la que vendrá el Salvador. Se equivocó porque la muerte de Abel fue sustituida por Set. De su descendencia vendrá el Cristo en el momento establecido por Dios.
Satanás es infatigable y pretende hacerle la puñeta a Dios pervirtiendo la religión. La pureza de los sacrificios establecidos por Dios los pervierte al ir acompañados de bacanales sexuales y de sacrificios de niños para calmar la ira de los dioses. Esta degradación ahora no nos interesa.
El hilo de sangre que caracteriza a la religión verdadera comienza en Adán cuando Dios sacrifica a los dos corderos. Prosigue con Set y los patriarcas. Después con Moisés y los sacrificios en el tabernáculo. Continúa con la monarquía y los sacrificios en el templo de Jerusalén. Con la muerte de Jesús en la cruz del Gólgota para remisión de los pecados concluye el simbolismo sangriento. Cuarenta años más tarde el templo es destruido por los romanos.
Jesús en la última Cena enseña a sus discípulos la manera cómo deben recordar su muerte. Lo tienen que hacer con el pan y el vino en lo que llamamos la Cena del Señor. Según Jesús el pan simboliza su cuerpo y el vino su sangre. Así se hará hasta que Jesús venga en su gloria a buscar a su pueblo. El hilo de sangre se alargará hasta a eternidad. Los redimidos, ciudadanos del Reino de Dios eterno entonarán este cántico: “Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos porque Tú fuiste inmolado, con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación” (Apocalipsis 5: 9). El hilo de sangre redentora iniciado en la eternidad pasada seguirá presente en la futura. Las señales de los clavos y de la lanza que atravesaron el cuerpo mortal de Jesús siguen visibles en su cuerpo glorificado.
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