El pasado 11 de Setiembre cerca de dos millones de ciudadanos de Catalunya llenaron las calles de Barcelona para, con alegría y pacíficamente, construir con sus cuerpos una enorme V que llenó las dos principales arterias de la ciudad, la Diagonal y la Gran Vía. La concentración fue todo un éxito, Barcelona se llenó de una multitud que con sus camisetas amarillas y rojas daba un especial toque de color a las calles de la ciudad donde gentes llegadas de los cuatro puntos cardinales de Catalunya mostraban sus ansias de llegar a poder vivir un día en un país libre para tomar sus propias decisiones. Aquel 11 de setiembre la opinión internacional se miró en el risueño pero reivindicativo espejo de las calles barcelonesas.
Pero estas movilizaciones masivas del pueblo catalán reclamando poder ejercer el derecho a decidir cómo quieren que sea su país no han nacido de la noche a la mañana. El caldo de cultivo que ha hecho crecer los deseos de independencia entre los catalanes ha sido la actitud prepotente y despreciadora del Gobierno del Partido Popular presidido, a veces desde una pantalla televisiva, por un Mariano Rajoy tan incapaz para dirigir los destinos de una nación que ni tan siquiera ha podido cumplir ninguna de las promesas electorales que hizo constar en su programa electoral.
Cuando Catalunya aprobó mediante referéndum un nuevo Estatut la muchachada de la gaviota, entonces en la oposición, lanzó a las calles de España el grueso de su aparato de agitación y propaganda para recoger firmas contra el texto que los catalanes habían elegido para regirse y también para que marcase sus relaciones con el Gobierno del Estado. Mariano Rajoy y el resto de pesos pesados del Partido Popular se pusieron al frente de aquella recolecta de firmas que ya no eran contra el texto del Estatut sino que, por arte de un extraño juego de manos, las firmas se volvieron contra todo lo que hiciera olor a catalán e incluso hubo conatos de boicot contra los productos derivados de tierras catalanas. Además de utilizar la agitación callejera el Partido Popular se escondió, como suele hacer, bajo las togas y las puñetas de los magistrados del Tribunal Constitucional, un tribunal partidario de las tesis derechistas y de las del más puro nacionalismo españolista presidido por un afín, antiguo militante, del Partido Popular. Como ven todo muy legal pero demasiado parcial. Una sentencia del citado TC deshizo el primitivo Estatut aprobado por el pueblo de Catalunya y por el Congreso de los Diputados con la alegre algarabía de los diputados de la bancada de la derecha y también del diputado más añejo en los escaños de la Carrera de San Jerónimo, ese Alfonso Guerra que iba presumiendo entre sus pares de haber “pasado el cepillo” al texto catalán para dejarlo en nada.
Aquella sentencia fue el disparo de salida y muchos recordamos entonces las palabras escritas por el poeta Joan Maragall en 1898, justo cuando España perdía sus últimos restos coloniales, “On ets Espanya?.No et veig en lloc./ No sents la meva veu atronadora?/ No entens aquesta llengua que et parla entre perills?/ Has desaprès d’entendre els teus fills?/ Adéu, Espanya!” (¿Dónde estás España?.No te veo en ningún lugar./ ¿No escuchas mi voz atronadora?/ ¿No entiendes esta lengua que te habla entre peligros?/ ¿Has dejado de entender a tus hijos?/ ¡Adiós, España!), los versos de la “Oda a Espanya” de Maragall volvían a ser actuales y su final resonaba más fuerte que nunca en el sentimiento de muchos catalanes.
Pero desde la meseta el Gobierno de España seguía haciendo oídos sordos a cualquier petición que llegara desde Catalunya. Rajoy estaba enrocado en la negación y escondido entre las páginas de una Constitución, que ya nació viciada entre ruido de sables, negó un pacto fiscal y después la posible celebración de un referéndum al estilo del escocés. El dialogo entre Rajoy y Artur Mas era y es imposible ya que para entablar un dialogo hace falta voluntad por ambas partes e intención de llegar a acuerdos y aquí Mariano Rajoy siempre contestó con negativas y esgrimiendo como arma arrojadiza un tomo de la Constitución a las propuestas de la Generalitat de Catalunya. Y cada día y cada semana y cada mes el número de catalanes partidarios de la independencia iba en aumento.
El 80 % de los catalanes, según las encuestas, se mostraba partidario de poder votar en una consulta, para ello el Parlament catalán aprobó una ley y Artur Mas convocó los catalanes a las urnas, y una vez más desde la aridez política de la meseta Rajoy se acogió al paraguas del Tribunal Constitucional para no dejar que Catalunya, en una consulta no vinculante, dijera cómo quería gobernarse. Pero los catalanes son tercos y Artur Mas convocó a la ciudadanía catalana para que acudieran a votar el 9-N en un llamado proceso participativo con el que se quería conocer la opinión de los ciudadanos de Catalunya al respecto de una posible independencia. Y una vez más Rajoy acudió corriendo en demanda de socorro a las togas del Constitucional que, una vez más, se avino a lo solicitado por el Gobierno del Reino de España y también prohibió a los catalanes acudir a expresar su opinión mediante las urnas el segundo domingo de Noviembre.
Pero a pesar de todas las piedras puestas en el camino hasta las urnas por parte del Gobierno del PP que ha utilizado desde las cloacas de algunos ocultos servicios estatales hasta el sabotaje informático pasando por la amenaza de la fiscalía, a pesar de todo esto el 9-N dos millones trescientos mil ciudadanos catalanes acudieron a votar sin miedo y con alegría, sin miedo pese a estar desobedeciendo a un Gobierno que lleva años sin saber ni querer solucionar lo que en Madrid llaman el problema catalán, y con la alegría, especialmente de la gente de edad más avanzada, de poder votar aunque sin consecuencias legales pero si políticas por la independencia de su país. Era emocionante ver las lágrimas de algunos ancianos que eran adolescentes cuando Franco y su ejército acabaron, entre otras muchas cosas, con la legalidad republicana y anularon la Generalitat catalana fusilando a su President en los fosos del castillo de Montjuich. Sus ojos enrojecidos por el llanto eran todo un homenaje a aquellos que no habían vivido para ver este momento. Fuimos muchos a los que en el momento de introducir la papeleta en la urna se nos rompió la voz y alguna furtiva lágrima resbaló por nuestra cara. Votar, para muchos fue defender la dignidad de todo un pueblo.
Pero en Moncloa siguen sin entender nada, ahora echan mano de la Fiscalía y en lugar de aplicar el dialogo para resolver las discrepancias se vuelven a enrocar y esconder debajo de la Constitución, vuelven a enseñarnos el miedo como método disuasorio sin comprender que una gran parte de los ciudadanos catalanes han emprendido un camino que no abandonaran porque como decía dirigiéndose a Sepharad (España) otro gran poeta, Salvador Espriu, en su libro La pell de brau : “Escolta Sepharad: els homes no poden ser/ si no són lliures/ Que sàpiga Sepharad que no podrem mai ser/ si no som lliures”. El 9-N contra viento y marea y desafiando el miedo y los tribunales de justicia españoles dos millones trescientos mil ciudadanos de Catalunya le dijeron a Rajoy que nunca podrán ser si no son libres.
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