Dice el diccionario, en una de sus acepciones, que piedra angular es: “la base o fundamento principal de algo”.
En estos días en los que celebramos la Pascua, tenemos muy presente al Cristo Resucitado como piedra angular de la Iglesia y de nuestra fe. Pero hoy me gustaría reflexionar sobre una piedra angular más doméstica.
Con nosotros está constantemente. No la apreciamos ni valoramos. Sin embargo, en estos días, en los que todos estamos conviviendo más intensamente con nuestro interior, estamos cayendo en la necesidad que tenemos de olvidar nuestros antiguos “dioses”; de trocar nuestras jerarquías de valores.
El hombre viejo, el de antes del Covid-19, basaba sus aspiraciones en el dinero, el poder y el prestigio. En ese orden. Resumiendo: en el egoísmo. El hombre nuevo, el enclaustrado en su domicilio, el que tiene tiempo para reflexionar sobre lo divino y lo humano, cambia por completo sus pensamientos, actitudes y formas. Nos hemos vuelto más amables, más complacientes, más comprensivos, más dialogantes, queremos más al próximo y al prójimo. Valoramos y vivimos mucho más el AMOR. Con mayúsculas.
Llevo muchos años reflexionando sobre todo esto. Estos días más profundamente. Pertenezco orgullosamente al segmento de plata, lo que me hace más fácil olvidar el pasado, vivir el presente y dejar el futuro en las manos de Dios.
En estas circunstancias he vuelto a valorar con más intensidad a la piedra angular de la familia: la madre. Digo la madre (y no la esposa) porque a nuestra provecta edad la esposa asume el papel de la madre que perdimos hace años, sin perder su papel de esposa, ni de madre de sus hijos, ni de abuela de sus nietos, ni –en mi caso- de hija de mi suegra que convive con nosotros.
La piedra angular –en este caso mi mujer, Ani- mantiene la sonrisa, la actitud de servicio, el apoyo en los momentos difíciles, la conversación tranquilizante, el WhastApp que provoca risas, la actuación en videos que provocan carcajadas. Ella nos mantiene alegres y aleja la tristeza de nuestro hogar.
Cada día valoro más –y os invito a que hagáis lo mismo- la labor de la piedra angular de nuestras casas. La esposa-madre. Ha estado ahí desde siempre. Lo que pasa es que, como la Virgen María pasa por el Evangelio, las madres están ahí, calladas, en las alegrías y en las penas. Están ahí siempre. Son nuestra piedra angular.
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