Ya hace casi un mes de la tan esperada fecha del 9-N. En
Catalunya los resultados de aquel acto de reivindicación
nacionalista, después de que el Tribunal Constitucional siguiendo
las órdenes del Gobierno de Mariano Rajoy prohibiera la
consulta, el referéndum o, simplemente, un derecho tan
democrático como el de opinión, fueron valorados positivamente, tal
y como correspondía al hecho de que más de dos millones
trescientos mil ciudadanos de Catalunya se presentaran,
voluntariamente, sin ninguna clase de violencia y sin aspavientos
delante de las urnas gestionadas por miles de voluntarios para
lanzar al mundo su opinión a favor en contra de una futura
Catalunya independiente. Los resultados de aquel segundo
domingo de Noviembre, avalados por reputados observadores
internacionales, dejaron muy claro que la gran mayoría de los
votantes, cerca de dos millones, se habían decantado por un futuro
independiente de España para Catalunya.
Aquellos resultados fueron leídos con un cierto temor por parte del
Gobierno del Partido Popular, y también por parte del
PSOE . Pero unos y otros se negaron a aceptar una realidad
que les mostraba claramente que más de una cosa habían hecho
mal. En un principio, cuando se convocó a los ciudadanos catalanes
a las urnas, hubo un cierto aire sardónico e incluso preñado de
ironía por parte del Gobierno y el partido gobernante en el Reino de
España, la prepotencia de la muchachada de la gaviota les impidió
valorar en su justa medida el trabajo que la sociedad civil catalana
desde hacía meses estaba llevando a cabo para poder llevar a las
urnas sus ansias de poder expresar en democracia y libertad sus
deseos, unas ansias y deseos que día a día se veían cercenados,
burlados e incluso vilipendiados por un Gobierno y un partido, el PP,
que lleva años ejerciendo su más rancio nacionalismo españolista
enfrentado al resto de naciones que forman ese ente llamado
España.
Pero de las burlas, y ante el empuje de la ciudadanía, los agoreros
del fracaso del 9-N pasaron a lucir rostros preocupados ante una
situación que, por prepotentes e ignorantes, se les había escapado
de las manos. En las manos del Gobierno y sus acólitos de la
“brunete mediática” las cañas de las burlas se trocaron en lanzas
atacantes con las que continuar fustigando la libertad y la
democracia. Mariano Rajoy y su gabinete de Gobierno volvieron,
una vez más, a esconderse bajo el ala de la Justicia, una justicia
que en España está cada vez más desacreditada por su deriva
hacia el poder y por su genuflexión continua, especialmente la
Fiscalía General del Estado, ante las órdenes del poder
ejecutivo, demostrando así, una vez más, que Montesquieu
ha muerto asesinado por Rajoy y sus corifeos.
Y ante la negativa al democrático derecho al dialogo que el
Gobierno español muestra después del 9-N y la actitud macarra,
chulesca y amenazante de los responsables del Gobierno de
España el Gobierno catalán y sus ciudadanos se sienten abocados
a continuar, sin dar un paso atrás, en su camino hacia ese derecho
a decidir por sí mismos cual ha de ser el destino de su nación:
seguir con el status actual dependiendo de una España que les
explota, vilipendia y desprecia, como hizo Mariano Rajoy hace
pocos días, o comenzar a andar por los caminos de la libertad como
nación independiente, y con una buena vecindad, de esa España
que, a pesar de los años, sigue haciendo honor a aquel verso de
Machado que afirmaba en su día que España
“desprecia cuanto ignora”.
En Catalunya ahora llega la hora de las decisiones, hora difícil y
cuya hoja de ruta debe ser meditada con cautela para no errar. Ya
hemos visto a Artur Mas y Oriol Junqueras
aparecer ante dos auditorios, diferentes pero en parte coincidentes,
para desgranar sus propuestas. Y mientras uno, el President, habla
de acudir a unas elecciones plebiscitarias bajo el paraguas de una
única lista reforzada con nombres preeminentes de la sociedad civil
el otro, Junqueras, se decanta por acudir a unas elecciones
constituyentes cada uno bajo el amparo de sus siglas aunque con
un punto en común, cual es el logro de la declaración de la
independencia de Catalunya.
Ahora las espadas están en lo alto y la pelota en el tejado de
CiU, coalición a la que interesa acudir en lista única para
paliar el descalabro electoral, pese al aumento de popularidad y
aprecio de Artur Mas en las últimas semanas, que puede sufrir en
unas próximas elecciones. Pese a que todos ellos estén a favor de
la independencia de Catalunya es muy difícil conseguir que
CDC- a la Unió de Durán i Lleida ni se la
espera, consiga convencer tanto a ERC como a la
CUP de acudir todos juntos bajo una sola lista a los
comicios. Son muchas las cosas que les separan a ellos y a sus
lectores, especialmente en el aspecto social. Por tanto entramos
ahora en unas semanas de diálogo, discusiones y pactos, y,
especialmente en cálculos matemáticos ya que no siempre el acudir
unidos a las elecciones puede suponer más diputados en el
Parlament. Así que lo más fácil es que CDC, ERC i CUP en pocos
meses acudan a las elecciones juntos pero no revueltos.
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