“La vida real es horrible. Mi padre hacía terror estéticamente bonito, pero el mundo es realmente feo, peor que una película de terror. He visto cien veces la película de mi padre Profundo rosso y sigo chillando, pero lo que es realmente horrífico es hacia dónde va el mundo. Parece que al poder le interese que la gente tenga miedo, porque paraliza y es una manera de controlarnos” (Asia Argento, actriz).
Desde la aparición del terrible coronavirus, el miedo está a flor de piel. El Roto, en una de sus viñetas dice: “El miedo es un microscopio que lo agranda todo”. En otra viñeta muestra a dos hombres huyendo de unos negros nubarrones que los persiguen. Uno de ellos dice al otro. “¡Corre que viene!” “Qué? Pregunta el otro. “¡El miedo!”, responde el primero.
“Permitidme decir que mi creencia más firme es que de la única cosa de la que tenemos que tener miedo, es el miedo, nefasto, no razonable, injustificado temor que paraliza los esfuerzos que se necesitan para convertir la retirada en un avance” (Franklin D. Roosevelt). Jesús que luchó contra el miedo que existe desde el principio, que hace ver fantasmas inexistentes en el horizonte, dijo: “Hombres de poca fe” a su auditorio. Los incrédulos se preocupan por lo “¿qué comeremos, o qué beberemos, o con qué nos vestiremos?” (Mateo 6: 31). Vosotros tenéis que saber que si el Padre celestial se preocupa de que a las aves no les falte comida y viste de belleza a los lirios, “No os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Baste a cada día su propio mal” (v. 34).
La preocupación desmesurada por el futuro, prójimo o lejano, se debe a que nos sentimos desamparados, perdidos, solos, sin punto de referencia al que agarrarnos con fuerza para enfrentarnos al futuro con tranquilidad y serenidad.
Tenemos que ir al origen de la Historia para descubrir el inicio del miedo que nos atenaza y que nos impulsa a vivir con angustia e inquietud permanente.
La primera vez que aparece la palabra <i>miedo</i> en la Biblia es después de que Adán y Eva hubiesen comido el fruto del árbol prohibido y se escondiesen de la presencia de Dios. Éste dirigiéndose a Adán, le dice: “¿Dónde estás?” El hombre le responde: “He escuchado tu voz en el jardín, y he tenido MIEDO porque estoy desnudo, y me he escondido” (Génesis 3,10). “El miedo es la emoción más antigua y más fuerte de la humanidad” (<b>H. P. Lovecraft</b>). El origen del miedo se encuentra en el hecho de que la relación íntima con Dios se ha roto. Con el sacrificio que Dios hace de unos animales con las pieles de los cuales cubrió la desnudez que avergonzaba a nuestros primeros padres, simbólicamente está anunciando la muerte de Jesús en la cruz y que la sangre derramada limpia todos nuestros pecados. Ahora Dios deja de ser un Ente irreal, fabuloso, para convertirse por la fe en Jesús en un Ser real y cercano.
Esta proximidad es la que permite al ser humano invocarle en los momentos de necesidad. Se convierte en la Roca que es el cimiento para edificar una vida estable y que no se tambalee en las vicisitudes de la vida, que son muchas. Testigos de que el perdón de los pecados lleva a la convicción de que Dios es un Ser real, muy cercano y misericordioso:
“Busqué al Señor, y Él me oyó, y me libró de todos mis temores” (Salmo 34: 4).
“En el día que temo, yo en ti confio. En Dios alabaré su palabra, en Dios he confiado, no temeré, ¿qué puede hacerme el hombre?” (Salmo 56: 3,4).
“Alzaré mis ojos al que habita en los cielos, ¿de dónde me llega el socorro? Mi socorro viene del Señor, que hizo los cielos y la tierra” (Salmo 121: 1).
Al Dios del Antiguo Testamento a quien nadie vio jamás se hace visible en la persona de Jesús que muestra el corazón misericordioso del Dios Invisible: “La paz o dejo, mi paz os doy, yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Juan 14: 27).
Con el amor propio de Dios misericordioso, Jesús que vino a la tierra para ser el Camino que conduce al Padre celestial, invita a todos aquellos a los que el pecado les ha inoculado el virus del miedo: “venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas, porque mi yugo es fácil, y ligera la carga” (Mateo 11: 28-30).
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