En unos días se cumplirá un año de ausencia definitiva de Joel Filártiga, quien supo escribir letras sin tiempo sobre armas de soldados y coronas de reyes convirtiéndose en presencia sin fin
Joel Filártiga fue un poeta por sobre todas las cosas, porque supo escribir poesía sin tiempo.
No solo por haber escrito poesía desplegando alas libertarias, también por haber sorprendido con un vuelo literario imponente aunque muchas veces soterrado.
Además de escribir poesía, fue Mecenas de algunos de los más geniales poetas paraguayos de su tiempo, a quienes siempre recibió con las puertas y los brazos abiertos, consciente que la lucha por la libertad se libra por sobre todo, escribiendo palabras en cuadernos, pupitres, en las armas de los soldados y hasta en la corona de los reyes.
El camino no salió amablemente a su encuentro, debió desplegarlo y por el preciado bien que anhelaba pagó el consecuente alto costo sin sentir remordimientos por haberlo hecho.
La poesía impregnó la guerra que luchó arriesgando la vida propia y la de sus seres más queridos, los actos con los cuales honró su vida, el ejercicio de la profesión médica que desarrolló ignorando crueles obstáculos y pérfidas trampas, su grandioso arte gráfico que lo consagró universalmente como un dibujante de excepción.
Fue también poética su devoción por la divulgación de la historia y la ciencia que el establishment pretendía y aún pretende ocultar al ciudadano común. Ingenua ambición de aquellos que devorados por ilusiones vanidosas, demuestran ignorar que si algo no existe es el olvido.
Esas omisiones apenas si ayudan a recordar que el olvido siempre está lleno de memoria, y que nunca es deseable que se lea lo que escribe aquél que escribe lo que ve.
La autoproclamada como buena conciencia del mundillo intelectual paraguayo y su comunidad artística siguen en deuda con Joel Filártiga, aunque desde los menos esperados lugares del orbe haya recibido en tiempo y forma un merecido homenaje.
Es bien sabido que los Grandes del Paraguay solo pueden ser profetas en tierra extraña, algo comprensible en un ambiente plagado de impurezas que conspiran contra el deber de la memoria.
A Joel nunca le incomodó esa norma, y llegó a confesarme que la disfrutaba. Como todo poeta, conocía de los odios que ennoblecen y los desafectos que honran.
Me confesó en una oportunidad que prefería afrontar al más formidable enemigo con todo coraje del cual pudiera ser capaz de armarse, lo consideraba incluso más pragmático que rendirse ante la cobardía y vivir para siempre con el remordimiento de conciencia.
No claudicó de sus ideales, como ocurre con frecuencia entre aquellos luchadores selectivos contra iniquidades durante parte del tiempo y que padecen de flaca memoria. Su guerra no tuvo tiempo, por ello los méritos de Joel se mantienen intactos.
Con total seguridad puedo afirmar que su legado permanece vivo, porque si algo desborda su obra es la vida cargada de simbolismo espiritual. Aunque me confesó en una oportunidad su afición por crear un arte con la cualidad de lograr que el público perdiera su paz espiritual.
También puedo asegurar que poco le importaría saber que le siguen ignorando aquellos que están acostumbrados a vivir en la penumbra y consideran que su tiempo es tan corto como sus miras.
Joel sabía que las letras aunque pudieran ocupar el breve espacio de unas pocas páginas, carecían de tiempo.
Así como la música tiene solo tiempo y no espacio, existen las letras que no tienen tiempo y gozan de un espacio tan infinito. Intentar ocultarlas constituye procurarse inútilmente unos pocos centavos de gloria.
Joel sabía que las letras no tienen tiempo, porque conocía a los que profesan la ingratitud e intentan ocultar la luz con manos tan pequeñas como los papeles que representan en la historia.
Sabía que los personajes de marras son apenas una pobre especie entre tantas de la misma vulgar condición, cuya infinita ignorancia les impide ver cuán luminoso puede llegar a brillar el sol. LAW
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