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​La foto

Hay ocasiones en que una foto te hace reflexionar
Manuel Montes Cleries
lunes, 13 de julio de 2020, 08:36 h (CET)

Recuerdo mis días de estudiante de comunicación audiovisual. En algún momento pudimos dedicar toda una mañana a analizar una fotografía desde todos los puntos de vista. Soy de la opinión de que la más auténtica es la espontánea. Sin preocuparse de luces, de encuadres, de sensibilidad de la película, del revelado y de la pos- producción.

Todo eso queda bastante difuminado con las actuales cámaras integradas en los teléfonos móviles. Se mira por el visor y se recoge todo lo que pasa a tu alrededor. La mayoría de las imágenes que se recogen pasan al sueño del olvido y son eliminadas inmediatamente. Otras se comparten con un montón de grupos a la que maldita la gracia que le hace tu obra. También las eliminan inmediatamente.

Otras no. De pronto suena la flauta y te encuentras con lo que, para ti, son obras de arte. En ellas puedes captar la intención del fotógrafo, la emoción del momento y el recuerdo que puedes volver a rememorar a lo largo de tu vida.

No he tenido la ocasión de conocer a mis abuelos paternos, ni a mi abuelo Enrique, el padre de mi madre. Si conocí a mi abuela Encarna cuando aparentemente, ya era una anciana. No se que edad tendría, pero la recuerdo haciendo croché en una silla de anea.

El grupo que forman mis descendientes han tenido más suerte. Han conocido a sus abuelos, un bisabuelo y a sus dos bisabuelas. La presencia de los mayores es celebrada y festejada en cualquier celebración, sea del tipo que sea. Los mayores son imprescindibles en cualquier acto y se les mima como merecen.

Añoro esa conversación nunca celebrada con mis abuelos. Esa transmisión oral de su vida y sus sentimientos. Esa sabiduría innata de los que vivieron el paso del siglo XIX al XX. Mis nietos van a tener más fortuna. El dialogo intergeneracional es fluido y enriquecedor. Y, por si falta algo, este escribidor deja constancia de su vida y pensamientos en un montón de escritos, de artículos y de cartas. Como debe ser. Ahí tienen datos para hartarse.

Mi buena noticia de hoy es que ha caído en mis manos una foto que me hicieron ayer. En la misma estoy llevando de la mano a uno de mis nietos más pequeños. Nos estamos introduciendo en el mar. Antoñito va sin miedo. Su abuelo le protege del porvenir. Mi hija ha captado el momento y lo dibuja con su cámara.

Dentro de muchos años ese nieto vivirá en un mundo distinto, tendrá otras inquietudes, caminará por otros derroteros.

Pero cuando, a su vez, coja a su nieto de la mano, recordará con orgullo como su abuelo le dio seguridad en su navegar por la vida mientras que pudo. Que su abuelo dejó por escrito el orgullo que sintió aquella mañana del verano maldito de 2020, agarrando con fuerza la mano de su nieto.

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Al referirnos a las expresiones del habla cotidiana, las quejas son las principales protagonistas. Independientemente de cómo se exprese cada cual, somos muy perspicaces en la crítica dirigida a los demás y poco propensos al examen del escaparate propio. Sin embargo, no es tan sencillo pronunciarse al respecto, debido a las imprecisiones propias, las tretas ajenas y los muchos factores implicados.

Los que desde muy pronto y ya sin interrupción hemos tenido un contacto frecuente con los libros sentimos cierta incomodidad al oír consejos y expresiones como “leer es bueno”, “un libro es un amigo” o “lee lo que quieras, pero lee”. Es como si alguien dijera: “¡viva la comida!, da igual qué comas, lo importante es que comas”, o “beber es vivir, sea lo que sea que bebas, bebe”.

Parece tarea ímproba sublimar el grado máximo de curiosidad en un continente que, teórica y realmente, es mágico. Es tan portentoso, que hasta el río más caudaloso del mundo resulta ser un capricho de la naturaleza -según leí y copié literalmente en aquellas tierras- en una de las cordilleras andinas del sur peruano, la sierra de Chila, las nieves perpetuas alumbran centenares de arroyos que se dejan caer hacia occidente, en busca del océano Pacífico.

 
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