Desde niña había escrito alguna poesía o cuento corto, lo hacía en los descansos de los estudios, como terapia de relajación.
La inquietud del escritor se despertaba pues en mí, pero no sería para siempre. Lo juro, no me interesaba que así fuese.
¿Dejar de escribir?, sé que dejaré de hacerlo cuando parta el magnífico amigo, no deseo que se vaya pero la dama manda desde su morada llena de flores silvestres. Ella hace temblar a ese pobre hombre, que acabará marchando con sus maletas, atravesará el bosque, contará las mariposas rojas de tul, se encontrará con el lobo feroz y la dulce caperucita naranja.
Poco a poco se va alejando, ya lo voy pausadamente imaginando marchar. Pero sigo escuchando su corazón latir. Todavía domina mi cuerpo, pero su actuación, pronto terminará.
El escritor ya se muere, se apagará para siempre, no volverá a nacer, yo espero que no, pues nació de un parto difícil y pocas cosas aportó.
Sí, el escritor se acaba, la lluvia marca el ritmo que acerca el momento tan esperado por mí. La lluvia es mi aliada y deseo que llueva tanto y tanto para que esté pronto aquí, su fin.
Dejaré de escribir. Pero pido ser tratada con los mismos derechos de un tal Gabriel García Márquez o de aquel Valle Inclán. No cedo, no presto, no permito trafico de lo por mi escritor escrito.
Ya se aleja y sólo pido, la luz solar.
|