Anoche escuchaba un programa de radio a fin de alcanzar el sueño que te ronda sin llegar a cuajar en las madrugadas de estío. Su planteamiento me hizo pensar. ¿Tienes muchos o pocos amigos? ¿Desde cuando? ¿Son siempre los mismos? ¿Lo son de la misma calidad a lo largo del tiempo?
Unas preguntas que dan pie a horas y horas de ronroneo de la mente ante una incógnita difícilmente desvelable. Hay que partir de la determinación de que es amigo, amigacho, conocido o como dirían los cursis “amistades”. Según la RAE amigo es aquel con quien mantienes una amistad, que es una “Relación de afecto, simpatía y confianza que se establece entre personas que no son familia”.
Creo que aquí estriba una de las claves del asunto, la familia se te da por sangre o por contrato, familiares tengo muchos, el amigo lo eliges tú: tengo menos.
He llegado a la conclusión que el tiempo es una de las premisas más a tener en cuenta para valorar la consistencia de una amistad. Hay amigos que conservo desde la infancia, otros, la mayoría, desde la adolescencia, algunos procedentes de una relación laboral y muchos, desde la búsqueda de la verdad y del camino de la felicidad a través del evangelio. El tiempo da carta de ciudadanía a la amistad, la mili o la relación laboral se diluyen con el tiempo.
Lo malo es que a mi avanzada edad muchos, los mejores se van quedando en el camino. Cuando se es joven los amigos se van incrementando o disminuyendo en función de las circunstancias. La decisión es fácil.
Yo, casi siempre he decidido convivir y aprender de mis mayores. Esto ha traído como consecuencia que, por ley de vida, a lo largo del tiempo, te van dejando los mejores, los que han sido tus maestros.
Esta es una de las dificultades que conlleva el pertenecer al “segmento de plata”. Tu campo donde cultivar las amistades se va reduciendo. Aquí no caben los amigachos, ni los amigos de francachela, ni la “nueva normalidad” que se viene a denominar “amigos con derecho a roce”, ni mucho menos la feísima frase que escuchamos ahora como una gracieta: “los follamigos” (con perdón). Menuda ordinariez que deja a muy baja altura al que la expresa y a la relación en sí.
Ahora el cimentar una amistad es muy difícil, pero no imposible. No debemos renunciar a ello. Es cuestión de estar abiertos al otro, compartir verdades y desechar puntos oscuros. Sobre todo mirar en la misma dirección. Resumiendo; menuda nochecita que me ha dado la pregunta del programa de radio. Tengo amigos. Pero menos que los que tenía. Demasiado pocos. Tendré que cultivarlos.
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