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Agua viva

Las personas que han perdido el sentido de la vida y la consideran un absurdo son las más propensas a suicidarse
Octavi Pereña
viernes, 14 de agosto de 2020, 09:44 h (CET)

Un buen número de personas padecen insomnio, nerviosismo, estrés, angustia y otras dolencias de carácter sicológico. No saben gestionar sus emociones porque no se les ha enseñado a hacerlo. No basta con decirles: No tengas miedo, no te enfades, no estés triste, el tiempo todo lo cura. Estos consejos no sirven para hacer desaparecer sus sentimientos. Las emociones no desaparecen, se tapan. Se las deposita en la mochila del alma, con lo cual empeora el estado emocional y se lucha contra él con pastillas.

Macarena Berlín, directora del taller Depresión y suicidio la realidad silenciada, dice que ha leído una nota de despedida escrita por una joven que se suicidó. Afortunadamente, dice Macarena, dejó una nota que decía: “Estoy rota…lo siento querida familia…jamás tendré paz…nadie merece vivir así…no quiero que me traten como un perro…sólo quería tener una vida normal…pero mi vida es un infierno…lo único que hago es llorar…ya no tendréis que cargar conmigo…he llegado al límite…adiós…lo siento…estoy rota”

Ana González-Pino, presidenta de la Sociedad Española de Siquiatría Biológica, dice: “La mortalidad de niños y adolescentes es una pérdida económica y productiva importante. Y los nuestros jóvenes se suicidan”. Javier Jiménez, presidente honorario de APIS, dice: “El suicidio es una solución radical sufrimiento sicológico irresistible. Pero nosotros defendemos que el trastorno viene por un sufrimiento sicológico provocado por cosas que ocurren en el día a día”.

Una joven que fue hallada muerta en la estación de Roma dejó una nota que decía: “Reconozco que queríais mi bien pero no habéis sido capaces de instruirme para el sufrimiento. Me lo habéis dado todo, incluso cosas superfluas pero no me habéis dado lo que es indispensable, y no me habéis indicado un ideal por el que merezca la pena vivir. Por eso he decidido poner fin a mi vida. No me queda otra solución”

Esta muchacha desesperada acusa a sus padres de su suicidio. No tiene razón. Sus padres no le podían enseñar “un ideal por el que merezca la pena vivir”, por la sencilla razón de que lo desconocían. Ante la caótica situación actual se acostumbra a decir que se han perdido los valores. ¿Qué valores? Lo único que conoce nuestra sociedad es el hedonismo, doctrina filosófica que considera el placer como el único o principal propósito de la vida. La joven anónima que se quitó la vida en la estación de Roma reconoce que sus padres le “habían dado todo incluso cosas superfluas”.

Quizás la joven se encontraba en Roma porque sus padres la habían ayudado. Quizás suspiraba con ver la “Ciudad Eterna” y, al tenerla al alcance de la mano no encontrase lo que esperaba. Se desilusionó como todas las cosas que había tenido. Todo lo que sirve para satisfacer los sentidos decepciona.

Los padres de la joven, como la mayoría de los padres ven en sus hijos carne bautizada que se mueve, piensa, siente, llora, ríe…pero sin alma que es lo que los distingue de las mascotas que tienen en sus casas. Es por eso que en los momentos insoportables se quejan de que sus padres “no les han dado un ideal por el que merezca la pena vivir”. “El suicidio es la solución radical al sufrimiento sicológico por cosas que ocurren en el día a día”.

La chica que se quitó la vida en la estación de Roma, en su desespero encontró a faltar algo por lo que valiese la pena vivir. En vez de pedir para recibir, buscar para encontrar, llamar para que se le abriese la puerta, la salida más fácil fue quitarse la vida. La joven se queja de que sus padres no “le han dado lo que es importante y no le han dado un ideal por el que merezca la pena vivir”. Esta carencia que descubre la adolescente antes de quitarse la vida, ¿la poseen los padres para que puedan enseñarla a sus hijos para que no opten por el suicidio? Las estadísticas manifiestan que se dan demasiados casos de suicidios entre niños y adolescentes. No son casos aislados.

Jesús fatigado y sediento por la caminata se sienta junto a un pozo. Una samaritana se acerca acarreando un jarro para llenarlo de agua. Jesús le dice: Dame de beber”. Es así como se rompe el hielo entre un judío y una samaritana. Debido a prejuicios religiosos, judíos y samaritanos no se relacionaban. Del agua del pozo pasan a hablar del agua viva que apaga la sed para siempre, que es Jesús. De la sensualidad a la espiritualidad. De las necesidades corporales a las del alma. Jesús le dice a la mujer: “Cualquiera que beba esta agua, volverá a tener sed, mas el que beba el agua que yo le daré, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salta para vida eterna” (Juan 4: 4-42).

Más tarde Jesús explica a sus oyentes quien es el agua viva. Les dice: “El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en Él” (Juan 7: 38,39). Los padres que hayan creído en Jesús, aun cuando dé la sensación de que no haya ocurrido nada, interiormente, por el

Espíritu Santo recibido se encuentran en otra dimensión haciendo que estén en condiciones de transmitir a sus hijos lo que la joven que se suicidó en la estación de Roma se quejase que no lo había recibido de sus padres: “Lo que es indispensable y el ideal por el que valga la pena vivir”. No basta con que los padres hayan creído en Jesús, la riqueza hallada deben compartirla con sus hijos. Si no aceptan el ideal por el que vale la pena vivir, potencialmente son candidatos al suicidio.

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