Recuerdo que a fines de Octubre de 1998, estaba en casa de mi amigo y editor Joel Filártiga, cuando irrumpió Martin Almada, quien se encontraba a horas de tomar un vuelo rumbo a Londres. Unos días antes, había sido arrestado el ex dictador chileno Augusto Pinochet por un pedido de extradición proveniente de España, y debía testificar al respecto.
Almada necesitaba todos los documentos posibles que pudieran involucrar a Pinochet en la Conjura internacional que hoy conocemos como Plan Cóndor, y por pedido de Joel, al día siguiente acompañe a Martin a los archivos de la Cancilleria Nacional. Recuerdo que camino a esa secretaria de estado, Almada me confesó que aunque el descubrimiento de los Archivos del Terror le había dado fama mundial, tenía plena seguridad de que en los archivos diplomáticos de Stroessner contenían información tanto o más valiosa que los testimonios del estado policiaco que lo habían convertido en celebridad mundial a fines de 1992.
Al día siguiente, entre instrucciones de la Cancillería de Stroessner a la embajada paraguaya en Santiago de Chile que demostraban que el gobierno de Asunción participaba activamente para derrocar a Salvador Allende en 1973, en un documento se presento a mi ojos un nombre conocido: Leon Trotski.
En el documento me sorprendió constatar que mientras Paraguay y Bolivia libraban una trágica y sangrienta guerra por la posesión del Chaco Boreal, el gobierno paraguayo no tenia remordimientos, penas ni excusas para perseguir a comunistas extranjeros, que además se encontraban a miles de kilómetros, mientras no tenia escrúpulos para enviar a la muerte a soldados descalzos.
Corría mayo de 1934, y el creador del ejercito rojo deambulaba por varios países europeos huyendo de su poderoso y mortal adversario, Joseph Stalin. El gran ideólogo nacido en Bereslavka subestimó siempre a su adversario, que aunque no era una lumbrera, era un gran estratega cuando se trataba de maniobrar dentro del partido comunista.
Explotaba los celos, la envidia y otros rasgos negativos de la sicología humana de manera magistral. Es bien sabido que no es bueno hacerse de enemigos que están a la altura del conflicto.
Cuando Trotski descubrió su equivocación, ya se encontraba desterrado en Kazajistán y sin tener a donde ir. El insistente hostigamiento lo obligó a salir de la Unión Soviética para establecerse en Turquìa.
Errando por Europa Occidental, las controversias sobre la guerra entre Paraguay y Bolivia relativas al Chaco Boreal, elevadas a la Liga de las Naciones, lo sorprendieron a mediados de 1934 exiliado en Francia.
Fue en aquel tiempo que sus emisarios se presentaron en el consulado paraguayo en Paris, de acuerdo al documento diplomático cuya copia publiqué en mi libro Fuego y Cenizas de la Memoria.
El cónsul responsable de apellido francés, se jactó ante las autoridades paraguayas de haber negado la visa al “peligroso agitador” Leon Trotski. En esos mismos días de mayo de 1934, la olvidada guerra del Chaco había alcanzado su cumbre de visibilidad en la prensa mundial, pues un embargo de armas en perjuicio del Paraguay se debatía en la Liga de las Naciones. También por las mismas fechas, en el mismo senado norteamericano Huey Long lanzaba sus acusaciones contra Wall Street acusando a grandes empresas y banqueros estadounidenses de haber inspirado y sufragado la matanza que se consumaba en el Chaco.
El celebre intelectual, escritor y revolucionario ruso, finalmente debió viajar a México donde sería asesinado en 1940 por un agente español de Stalin. Era el triunfo del oscuro pero pragmático burócrata, por encima de una mente creativa y brillante.
Leyendo la producción intelectual de Trotski en México, autor de Literatura y Revolución y gran lector de Dostoievski, no pude menos que lamentar una biblioteca de Alejandría malograda por la diplomacia paraguaya con la decisión de negarle pasaportes.
Otro famoso personaje de la historia universal, Friedrich Nietzsche, había descartado viajar al Paraguay, a pesar de los ruegos de su hermana Elisabeth Förster-Nietzsche argumentando que le era imposible ir a un lugar donde no encontraría una buena biblioteca. A Trotski, alguien que quizá pudo haber enriquecido con su genial intelecto la bibliografía sociológica, histórica y politològíca paraguaya, la misma diplomacia paraguaya le negó visa.
En Paraguay, país al que alguien llamó cementerio de todas las teorías, es difícil esperar una nueva oportunidad dado que no rigen las ideas de la revolución permanente ni del eterno retorno.
Aunque tratándose de lugares donde todo es posible, nunca se sabe. LAW
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