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Etiquetas | Dios | Muerte | Felicidad

​¿Qué hacemos con nuestra vida?

Nuestra vida es un regalo del que se nos pedirá cuenta
Francisco Rodríguez
martes, 1 de septiembre de 2020, 08:53 h (CET)

Según el diccionario, la palabra culto es el honor que se tributa religiosamente a lo que se considera divino o sagrado pero cada vez más gente no considera nada como divino y sagrado ni se siente obligada a tributar culto a Dios.

La cultura no es solo, ni primariamente, el saber de cosas humanas sino regirse por un culto religioso. Desaparecido todo culto referido a Dios, las personas dan culto al mundo, pero el mundo le exige que comparta sus ideas, sus banderías, sus valores, sus ideologías, en un batiburrillo de cosas a escoger y así escojo mi propia voluntad como razón última de mi existencia.

Huimos de las obligaciones que nos impone la religión cristiana, en nuestro caso, como la fe, la esperanza y la caridad, y aceptamos esoterismos, manuales de auto-ayuda, reiki o cualquier mercancía que nos ofrece la new age, siempre dispuestos cambiar de ideas y de conducta. Creo que es cierto que cuando se deja de creer en Dios se cree en cualquier cosa.

Pero hay algunas tendencias permanentes: ganar dinero, gozar del placer, triunfar en nuestras empresas ya sean profesionales, amatorias o deportivas.

En el libro llamado Imitación de Cristo que escribió Tomás de Kempis se nos dice: Escucha, hijo mío, mis palabras trascienden toda la ciencia de los filósofos y letrados de este mundo pues mis palabras son espíritu y vida y no se pueden ponderar partiendo del criterio humano.

No deben usarse con miras a satisfacer una vana complacencia sino recibirse con humildad y gran afecto del corazón.

Los más, oyen de mejor grado al mundo que a Dios, y más fácilmente siguen las apetencias de la carne que el beneplácito divino. El mundo ofrece cosas temporales y efímeras y se le sirve con diligencia. Dios promete lo sumo y eterno y los corazones de los hombres languidecen presos de la inercia.

Lo que escribía Tomás de Kempis en el siglo XIV ¿no es aplicable hoy a los que vivimos en el XXI? Pero pocos lo leen entretenidos con cualquier programa de televisión o las aplicaciones del móvil.

Las palabras y las promesas de Dios no pasan y al que no quiera escucharlas se le pedirá cuentas el último día, porque ese último día siempre llegará y a todos aquellos que las escucharon y se esforzaron por cumplirlas entrarán en la eterna bienaventuranza, esa en la que muchos han dejado de creer para su daño.

Si es que ha llegado a leerme hasta aquí, es posible que abandone su lectura tachándola de aburrida, de ilusoria, de engañosa. Por favor, piense que existe un Dios que le ha regalado la vida y vida no hay más que una y será una locura desperdiciarla.

Aunque nos vendan todos los adelantos del mundo, ninguno nos librará de la muerte y lo que es más grave, de la vida futura de la vida sin fin.

No creamos a quienes nos dicen que después de la muerte no hay nada. Ya sería un gran fracaso haber vivido muchos años para que todo quede en unas pocas cenizas, pero si hay otra existencia feliz o desgraciada pero eterna, el riesgo de no escuchar a Dios que nos ha hablado por medio de Jesucristo y de su Iglesia, hay que valorarlo en toda su importancia.

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Transcurren días de confusión, o así me lo parece, inmerso en la actual vorágine de dichos y hechos en la que se percibe, aunque pueda parecer lo contrario, un predominio del olvido sobre la memoria, pues se superponen pequeños y grandes olvidos (la magnitud, en cada caso, queda a cargo de cada cual). Pienso, en relación con ello, acerca de lo esencial y de lo accesorio. No es fácil discernir entre uno y otro.

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