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El nuevo orden mundial

​La excelentísima ministro Celaá dice, con toda la razón del mundo, que los hijos no son de los padres
Manuel Villegas
lunes, 5 de octubre de 2020, 10:37 h (CET)

Hoy se habla de él en todos los medios de comunicación, y a los políticos no se les cae de la boca. Hay que instaurar un NUEVO ORDEN MUNDIAL, y, en consecuencia, luchar para conseguirlo. Es el propósito de todos los dirigentes universales.

Como decían los romanos “Nihil novum sub sole” (no hay nada nuevo bajo el sol). La pretensión de instaurar un nuevo Orden mundial viene de antiguo, tanto que se lleva tres siglos con ese propósito, pero ¿Quiénes son los que quieren imponerlo? Los masones, que componen una sociedad secreta, cuya finalidad es, desde hace tanto tiempo, eliminar la civilización cristiana (especialmente el Catolicismo) de la faz de la Tierra e implantar un nuevo estilo de vida sin conexión con el anterior.

Como anécdota, aunque fuese firme su propósito, los padres de la Revolución francesa, masones todos, cambiaron el nombre de las estaciones, de los meses, la duración de estos, de los días y de la fecha de inicio del año, pero en su intento de tal mudanza fueron tan poco originales que copiaron el Zodíaco griego. No perduró esta innovación pues de la noche a la mañana no se puede suprimir una nomenclatura de siglos.

Esta sociedad secreta ha tenido tres etapas en su historia:

-La masonería Operativa

- La Masonería de los Aceptados, y

- La Masonería especulativa.

Eludamos las dos primeras y prestemos especial atención a la última

Esta, nace cuando, el 24 de junio del año 1717, en la fiesta de S. Juan, se reunieron en Londres cuatro logias de masones aceptados con la determinación de crear una gran logia que se denominaría Gran Logia de Londres. Esta se regía por las Constituciones de Anderson del año 1723 y su finalidad, como hemos dicho, es subvertir el orden establecido en nuestra civilización, y crear uno nuevo.

Este propósito se encuentra claramente explícito en el anverso de los billetes de un dólar estadounidense. El mismo está plagado de simbología masónica cuyo desciframiento desborda los límites de este escrito.

Sí podemos leer, en la parte inferior del óvalo izquierdo del billete, en el que se encuentra una pirámide truncada coronada por un triángulo con el ojo de Horus, con algo de esfuerzo: NOVUS ORDO SECLORUM, frase latina que vertida ad pedem literae significa: NUEVO ORDEN DE LOS SIGLOS, más libremente NUEVO ORDEN MUNDIAL

Este es el que ellos desean imponer, y, puesto que están infiltrados y copan la mayoría de los estamentos sociales, desde ellos lenta, paulatinamente, con paciencia y tesón están imponiendo sus objetivos.

¿En qué consisten estos?
-En la implantación de un feroz maltusianismo con un rígido control de la natalidad que ha llegado a legalizar, y que las mujeres consideren como un derecho la supresión del ser más indefenso de la

Tierra mediante el execrable aborto.

Las que están por ello, hacen valer su derecho a disponer de su cuerpo. En esta falacia se asienta este execrable asesinato. El ser que se suprime no forma parte del cuerpo de las mujeres como un brazo, una mano o un ojo, es una criatura totalmente independiente que, desde el primer momento de su gestación es un ser vivo que, pasados nueve meses, aparecerá en el mundo con todos los derechos y obligaciones de una persona.

-En la imposición de la eutanasia. Abominación tan aborrecible como el aborto, ya que se ceba en personas desvalidas y, en la mayoría de los casos, sin capacidad de decidir. En los Países Bajos, está legalmente aceptada desde hace tiempo.

¡Cuántas personas encubrirán bajo esta falta clemencia su deseo de hacerse con la fortuna de sus mayores, buscando su eliminación con la “piadosa” eutanasia!

Si el enfermo soporta un dolor insufrible y a veces llega a pedir su muerte, la eutanasia no es el remedio, pues existen, para mitigar este tormento, los cuidados paliativos que son la rama de la medicina que se encarga de prevenir y aliviar el padecimiento de los enfermos así como para proporcionarles una mejor calidad de vida posible tanto para su bienestar como el de su familia.

-En la incapacitación cuando no eliminación de los mayores de edad. Ya ha habido en España políticos de Podemos o de cualquiera de sus múltiples cabezuelas que han pedido explícitamente su aniquilación.

-En la anulación del esfuerzo, capacidad de superación y la persecución de la excelencia de los estudiantes con el adocenamiento de estos y la permisión de que puedan migrar de un curso a otro sin haber aprobado las asignatura del anterior aunque las tengan todas suspendidas.

Recuerdo los años en los que para conseguir una beca para Bachillerato o Estudios superiores, se necesitaba una media de notable, y, como había tanta competencia, los que la pretendían procuraban tener un sobresaliente. Hoy día, para la mayoría de los estudios. Con un 5,5, es decir un aprobado dejando “los pelos en la gatera”, es suficiente.

La excelentísima ministro Celaá dice, con toda la razón del mundo, que los hijos no son de los padres. ¡Ya lo creo! Los hijos no son una cosa que se pueda poseer o desechar, pero los padres sí son responsables ante la Ley, de su educación, formación y preparación para que sean personas útiles a la Sociedad, sobre todo mientras son menores de edad, pero tampoco pueden ser propiedad del Estado para que este anule su personalidad y atiborre sus mentes con las ideas del partido de turno que gobierne. En tal caso nuestra civilización retrocedería a los tiempos en los que, en Esparta, los progenitores estaban obligados a entregar a los hijos a la Asamblea y Consejo de Ancianos para que no recibiese mas enseñanza que la que esta quisiera inculcarle.

Esa responsabilidad paterna obliga a que los padres procuren el mejor bien para sus hijos y tengan la libertad de elegir la enseñanza que consideren más conveniente para su formación, no la que decida el Estado, como ocurre en las dictaduras.

Si nos consideramos libres, es nuestra obligación no aceptar este nuevo Orden mundial que solo pretende imponer una sociedad de personas adocenadas y sin criterio propio, ni capacidad de discernir, en la que, como borregos, nos conduzcan por donde los políticos dirigentes quieran, aunque nos despeñemos en el precipicio de la ignorancia e incompetencia.

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