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Orfandad extraviada

La algarabía no permite las valoraciones adecuadas
Rafael Pérez Ortolá
jueves, 12 de noviembre de 2020, 17:25 h (CET)

Los disimulos sirven de escaso consuelo, al más presuntuoso se le esfuman los agarraderos de sus raíces cuando se encuentra proyectado al sentido final de sus vidas. Siente en carne propia ese carácter solitario de sus decisiones existenciales; esa hora de la verdad despojada de los aditamentos sociales. El guión se pierde en las INCERTIDUMBRES del orígen, transformadas en elucubraciones calibradas en la intimidad de cada sujeto. Ese inquietante comienzo vuelve comprensibles las diversas maneras particulares de enfocar el asunto en las actuaciones posteriores. El mismo concepto de interpretación correcta se desparrama, configura los matices propios de la aventura vital.

Somos muy propensos a la táctica del avestruz, en especial cuando topamos con incógnitas tozudas; hacemos como si hubiéramos introducido la cabeza en un lugar deshabitado sin enterarnos del asunto cuestionado. De los INDICIOS orientativos e incluso de los propios elementos constituyentes conocidos -antecesores, genética, relaciones con la física, entendimiento del factor psicológico-; no queremos entrar a fondo en las posibles consideraciones, solemos entretenernos en las comidillas de la frivolidad. Como consecuencia, elegimos de entrada una amputación importante de lo que realmente somos. Desdeñamos las aproximaciones factibles, detentadores de una ceguera inconsecuente.

Vaya, será un simple desinterés por lo ocurrido en el pasado, de sus posibles repercusiones sobre el presente ajetreado. No se reducen a eso las actitudes extendidas por las múltiples actividades de la fogosa actualidad. El desdén por las mejores cualidades a tener en cuenta se proyecta tambien hacia el FUTURO, el esfuerzo de la investigación oportuna renquea por aquello de la inmediatez. Es curiosa la situacion, preconizamos un aislamiento sospechoso limitado a las actuaciones inmediatas; cualquier otra perspectiva suena a propuestas extrañas. Vamos exponiendo nuestra desnudez al pairo de los contratiempos surgidos desde los frentes insospechados.

Acaso llegáramos a pensar en algún aturdimiento silencioso por falta de iniciativas; pronto descubriríamos el error. Ocurre en realidad todo lo contrario, nos atosigan las propuestas más inverosímiles en una incesante retahila. Se acumulan los expertos de toda laya, al menos en su consideración nominal, poco relacionada con la profundidad de sus aportaciones. La credulidad de unos receptores sumidos en la mediocridad contribuye al bullicio. Hay manifestaciones adaptadas a los gustos del momento sin parar mientes sobre sus fundamentos. Por lo tanto, a eso sí hemos llegado, a una ALGARABÍA sin precedentes; parafraseando a Arquímedes, esperando un punto de apoyo, en este caso, previamente desdeñado.

No cabe duda, el tan manido canto a la libertad con la consiguiente autonomía personal lleva aparejada la exigencia de una serie de requisitos. Entre ellos, molesta el esfuerzo necesario para ponerse a la altura de las circunstancias. No es suficiente con proclamarlo, la preparación adecuada es laboriosa, la constancia de las actuaciones le confiere consistencia y la adaptación a los diferentes ambientes precisa de una atención minuciosa. Las numerosas repercusiones de las acciones emprendidas añaden el concepto de las RESPONSABILIDADES para otogarle ligazón en el resultado final inseparable de la convivencia comunitaria. Cada olvido de las exigencias supone un retroceso absurdo.


Persiguiendo la comodidad propia a toda costa, surge ese desvío tan manifiesto de escudarse en las acciones ajenas, como si uno no contara en las labores ejecutivas. Suenan los altavoces contestatarios de rango simplista; para algunos siempre tiene la culpa Madrid, tenemos derecho a, echamos de menos la calidad de los servicios. Como si las concesiones tuvieran que venir desde los centros superiores incapaces de meterse en los entresijos de cada persona. El matiz de las VIBRACIONES individuales no tiene alternativas foráneas. Para su buen ejercicio son perjudiciales los excesos normativos cargados de intereses tendenciosos; así como la diligente actitud activa de cada persona.

Uno de los fenómenos dominantes de la actualidad gira en torno al exceso de luces como impedimento para apreciar los detalles. La oscuridad es necesaria para ver bien las estrellas y cuesta encontrar esos espacios favorables incluso en pleno campo. Cuando estamos saturados de supuestas evidencias, cómo vamos a pensar en las CARENCIAS; ni siquiera perseguimos las mejores cualidades, desde nuestra prepotencia aparente ni las necesitamos. Sobran las provisiones en una intendencia empeñada en manipularnos, con la anuencia de esa comodidad que nos anestesia. Languidece la sensibilidad imprescindible para no dejarnos embaucar, aunque la desdeñemos por trabajosa.

La jauría avasalladora haríamos bien en examinarla a fondo y desde la cercanía, porque dispone de muchos elementos foráneos fáciles de detectar; pero describiremos hablar de la perversa INGENUIDAD de la cual adolecemos con frecuencia, para disimular esos numerosos agentes distractores tan dañinos para el buen hacer a lo largo de cuantas actividades emprendemos. No puede servir de excusa, nadie sustituye el rango decisorio de una persona concreta. La simpleza de sus evoluciones favorece la proliferación de dichas actitudes, con la consiguiente despoblación comunitaria de sujetos cabales.


En el camino hemos ido perdiendo caracteres de mucho peso específico para mantener el buen tono en las diversas actuaciones. El oficio, con su preparación, experiencia y desempeño, se reduce con frecuencia a un empleo ceñido al mero funcionamiento superficial. La disciplina propia suele relajarse a base de exigencias derivadas a otra gente. La conversación no se vislumbra como nexo de unión en tiempos de aislamientos cibernéticos. La excelencia ni se menciona entre los sujetos abrumados por el pragmatismo ramplón. Son DESPRENDIMIENTOS de enorme influencia en las acciones desempeñadas, representan una poda inoportuna de las raíces básicas para la vida confortable.

Convendremos en lo irremediable de la orfandad natural por la desaparición de los progenitores, con sus repercusiones de diverso calado sobre sus descendientes. Pero adquiere condiciones nefastas la orfandad de carácter ESTÚPIDO derivada del rechazo voluntario de los orígenes elementales, embarcados en aventuras vacías de contenido, sin rumbos adaptados a la condición pensante de los humanos; es una tendencia deplorable muy generalizada.

La experiencia cotidiana demuestra la poca consistencia de la mediocridad colectiva. Nadie podrá sustituir la decisión personal. Las carencias originales, los defectos posteriores, exigen la IMPLICACIÓN decisiva del individuo; sin ella queda cercenada la supuesta dignidad de esa persona.

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