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El demoledor coste humano de la pandemia

“Hay que salir de esta visión del mundo siniestra que nos lleva al derrumbe”
Víctor Corcoba
lunes, 23 de noviembre de 2020, 16:37 h (CET)

Necesitamos reponernos como generación, tomar el espíritu solidario como deber y el ánimo cooperante como obligación ciudadana. Sin duda, el COVID-19 es algo devastador, puesto que detrás de los fríos números de las estadísticas, quedan vidas truncadas, corazones heridos, familias hundidas en nuestras propias miserias humanas. Ciudades y pueblos han de responder a la pandemia atacando la desigualdad e impulsando un inclusivo renacer para todos. Este ha de ser uno de los primeros objetivos, para hacer frente a este demoledor coste humano. Las políticas, por tanto, han de centrarse en que todos los avances sean accesibles y asequibles a todos los moradores; esto también significa que la esperanzadora vacuna sea un bien público mundial. Impulsar en todos los gobiernos la justicia social y promover, a la vez, un trabajo verdaderamente digno para todas las personas, asimismo es algo indispensable. Confiemos en que este dolor, nos haga invertir las cosas, al descubrir que nos necesitamos como especie, que todas las manos y todas las voces, además de las sonrisas y hasta las lagrimas, hemos de compartirlas más allá de las fronteras que nos hemos inventado.


Seguramente, los principios y derechos fundamentales de este mundo laboral puedan jugar un papel fundamental en la reconstrucción de nuevas respuestas efectivas y consensuadas que apoyen este espíritu reconstituyente. Ahora bien, quizás nos haga falta, para salir de esta auténtica ruina, otros relatos más reales y de mayor compromiso con los arrinconados por sistemas injustos. Por eso, es vital una toma de conciencia de todos los actores sociales, también de cada uno de nosotros, para que se produzca verdaderamente ese responsable cambio en nuestro propio estilo de vida, en los modelos de producción y de consumo, en las mismas estructuras consolidadas de poder que rigen hoy la sociedad. Algunas de ellas, por cierto, se encuentran contaminadas de corrupción. Desde luego, el clima de inseguridades hace que se vaya creando un terreno fértil para las mafias, que todo lo embadurnan de vilezas y perversidades. Sea como fuere, hay que salir de esta visión del mundo siniestra que nos lleva al derrumbe. Para bien o para mal, cada cual ha de colocar su personal ladrillo. Confiemos en su sentir cabal.


En realidad, a todos se nos llena la boca de transformaciones, pero lo innegable es que padecemos una fragmentación tan brutal que paraliza ese reforma, que todos invocamos. Naturalmente, creo que nos falta coraje para iniciar nuevos caminos, ampliar horizontes, tejer otros lenguajes más del alma y poder activar ese futuro verdaderamente equitativo, que tanto pregonamos conjuntamente. Ya está bien de que mientras unos privilegiados derrochan, otros se mueran de hambre. Hablamos, hablamos, hablamos…., pero no hacemos casi nada por modificar esta actitud, por reencontrarnos en ese aliento batallador, capaz de forjar un mundo mejor para toda la humanidad. Este ejercicio de sumar voluntades, de entenderse y consensuar posturas es lo que en realidad nos hace avanzar en la acción personal y comunitaria. Pensemos que todos tenemos algo que aportar; téngase en cuenta que nuestra entrega a los demás lo que acrecienta es la supervivencia del “nosotros”, o sea, la continuidad del linaje.


En efecto, la gran lección del COVID-19 debe ayudarnos a despertar de este endiosamiento que nos aísla, pues en realidad no somos nadie para excluir nada, ¡nos necesitamos todos! Hemos de apiñarnos para trabajar juntos, apoyándonos unos a otros, para luchar contra la ideología del odio, la sed de venganza que persiste en muchas existencias y el hambre de justicia que aún perdura en gran parte de la ciudadanía. Por desgracia, aún no tenemos vacuna contra estas maldades, ni contra esa disposición maligna que nos deja sin aire, además de permanecer envueltos en la escalada de la miseria, la desorientación causada por la plaga de la desinformación y la falta de valores, como resultado de la parálisis docente y también económica derivada de la actual epidemia.


Puede que nos sorprenda, no tardando mucho, un efecto dominó de bancarrotas, que sumada a esta deshumanización que venimos cultivando desde hace décadas, nos deja sin nervio para luchar; en un momento difícil, en el que nos enfrentamos al mayor conjunto de desafíos globales, desde el terreno de la salud hasta el de la economía, el clima y nuestra propia subsistencia, libre de violaciones y violencias. Evidentemente, hoy más que nunca, no podemos perder el tiempo en discusiones absurdas. Ha llegado el momento preciso de reconstruir lo derrumbado, de coordinar lo descoordinado, de cooperar en aquellos desatendidos, actuando sin adormecerse, ya que el adecuado camino diario se gana, como la vida misma se posee, sólo dándola, ofreciéndola a los demás como servicio. Al fin y al cabo, no es cuestión de ir tirando, tampoco de continuar el andar sin desgastarse ni gastarse. En consecuencia, es menester salir de este estado de confrontación y pasar a que se haga realidad la universalización de los derechos humanos, utilizando nuestro entusiasmo permanente a través de la cultura del abrazo entre sí. Toca, por ende, laborar para comprenderse. 

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