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Puro vicio, el "porro" de Paul Thomas Anderson

El autor de Pozos de ambición se atreve con el enigmático escritor Thomas Pynchon
Ricardo Pérez
martes, 24 de marzo de 2015, 09:41 h (CET)
Los Ángeles, 1970. Larry “Doc” Sportello (Joaquin Phoenix) es un detective privado hippy y adicto a la marihuana, que se ve envuelto en una enmarañada trama delictiva por intentar ayudar a su ex novia, la atractiva Shasta (Katherine Waterston).

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Vaya por delante que no he leído Vicio propio (desistí tras las diez primeras páginas), la novela de Thomas Pynchon que Paul Thomas Anderson adapta en Inherent Vice. No obstante, no lo creo necesario, puesto que cualquier obra cinematográfica que parta de otra literaria, debe funcionar como un ente autónomo de ésta. De lo contrario, estaríamos ante una mala adaptación. Hecha esta aclaración, principalmente para rebatir la opinión de quienes ya apuntan que la película de Anderson no se puede entender si no se ha leído con anterioridad el texto original de Pynchon, vamos a tratar de analizar el filme que nos ocupa: interesante por momentos, aunque fallido en su conjunto, como ocurre con otros trabajos previos del realizador.


Puro vicio se enmarca en California a comienzos de la década de los setenta, unos años después de la erupción en Estados Unidos del movimiento contracultural hippy. Movimiento que hizo bandera del pacifismo, el amor libre, el sexo duro y las drogas. El arranque de la cinta no puede ser más prometedor, colocando sobre la mesa los tres elementos básicos del relato negro clásico: la figura del detective pardillo, la de la mujer fatal y un asunto turbio de por medio. Shasta le pide a “Doc”, el cual sigue enamorado de ella, que la ayude. Al parecer, Shasta es la amante de un rico promotor inmobiliario, un tal Mickey Wolfmann, contra el que conspiran su mujer y el amante de ésta. Estos tienen la intención de incapacitarlo encerrándolo en un manicomio, y pretenden que Shasta los ayude. El prólogo, que tal y como está filmado parece el resultado de una ensoñación del protagonista (o de una alucinación si tenemos en cuenta la adicción de “Doc” a la marihuana), se cierra con un magnífico plano secuencia que se abre con “Doc” acompañando a Shasta hasta su automóvil. A partir de ahí, “Doc” inicia una investigación que se extiende a lo largo y ancho de casi dos horas y media de metraje, dando lugar a una trama plomiza y confusa en la que abundan nombres y personajes cuyos vínculos tenemos que intuir, ya que rara vez se explican. Un batiburrillo narrativo en toda regla, pese a los esfuerzos por "aclararlo" de esa voz en off femenina que puntea la historia de vez en cuando, y que pertenece a un personaje que probablemente sólo exista en la cabeza del colocado “Doc”. ¿Es su conciencia?

La cinta goza de un tratamiento visual excelente (nadie duda del talento de Anderson al respecto), además de contar con una brillante envoltura musical formada por la partitura original de Jonny Greenwood (ex Radiohead) y una cuidada selección de éxitos musicales de la época. Sin embargo, el director no termina de acertar con el tono general de la película, que combina sin mucho acierto la comedia negra y el absurdo con un trasfondo claramente dramático: el de una generación destrozada por el uso y abuso de las drogas.

En el reparto aparecen muchos nombres conocidos (Benicio del Toro, Owen Wilson, Eric Roberts, Reese Witherspoon…), entre los que destacan las composiciones de Katherine Waterston (las mejores escenas son las suyas) y Josh Brolin como el ambiguo policía “Bigfoot”.

En definitiva, Paul Thomas Anderson apunta pero no dispara (otra vez). Sólo para los convencidos del autor de Magnolia.

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