El estallido de la guerra del Chaco, en 1932, fue el fracaso final de la Comisión de Neutrales de Washington, gestada en tiempos del aislacionismo que signó la política exterior norteamericana en la década de 1920.
La doctrina aislacionista, fundacional de Estados Unidos, fundamentada en expresiones de George Washington, determinó el alejamiento de Estados Unidos de la Liga de las Naciones, aunque un presidente estadounidense había inspirado la creación del organismo multilateral.
Fue durante la última etapa del mandato del presidente Herbert Hoover (1928-1932), que el conflicto del Chaco se agravó como evidente subproducto de la Gran Depresión.
Aunque la disputa por el Chaco se había mantenido congelada por más de un siglo, entre dos países cuyos pueblos no se odiaban ni se conocían, las riquezas del subsuelo boliviano facilitaron créditos para armar a un país que suponían podría tomar el Chaco rápidamente y a bajo costo.
Como contrafigura a los amos de las finanzas de Wall Street, se oponían capitales de una Argentina que por entonces sostenía relaciones carnales con Inglaterra, en tiempos del claudicante pacto Roca Runciman.
En los años veinte del siglo pasado, luego de la Primera Guerra Mundial, Estados Unidos había comenzado a disputar al Imperio Británico la hegemonía como potencia mundial financiera e industrial y su presencia en el mercado argentino aumentaba frente a la británica.
En esta década Argentina exportaba materias primas a Gran Bretaña siendo superavitaria comercialmente, mientras importaba productos manufacturados de Estados Unidos, comercio que arrojaba déficit a la balanza.
Esta situación generaba preocupación tanto en Argentina como en Gran Bretaña, que veían una amenaza en el avance estadounidense, ya que los productos argentinos no eran comprados por los Estados Unidos y las ventas lentamente iban descendiendo debido a los problemas económicos británicos.
El aumento de los aranceles de los demás compradores europeos, la competencia con otros países y la baja de los precios ganaderos, deterioraban la relación argentina con su histórico comprador, mientras que Gran Bretaña sufría un fuerte déficit comercial en su relación con el pais sudamericano.
Argentina desestimaba progresivamente los productos industriales ingleses y los sustituía por norteamericanos.
Con la Gran Depresión que se desató como consecuencia del Jueves Negro de 1929, Gran Bretaña, principal socio económico internacional de la Argentina, tomó medidas tendientes a proteger el incipiente mercado de carnes en la Commonwealth, en defensa del tambaleante Imperio Británico. Por estas medidas se obligaba a comprar carnes sólo a sus colonias y dominios, particularmente Canadá, Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica.
Fue por ello que el acuerdo que permitió a la Argentina vender carne a Inglaterra a pesar de las restricciones, hizo declarar al vicepresidente Julio Roca que su país era económicamente, a través del pacto Roca Runciman, parte integrante del imperio británico.
Este relacionamiento entre Argentina e Inglaterra determinaron un contrapeso que permitió al Paraguay afrontar la guerra, pues vastas áreas que el ejército paraguayo defendía eran dominios anglo-argentinos.
Casado, Sastre, Mihanovich y otros grandes capitalistas argentinos habían presionado al canciller Saavedra Lamas para que sean defendidos sus intereses.
A mediados de 1933 el subsecretario William Phillips, cercano al embajador argentino en Washington Felipe Aja Espil, recomendó a Roosevelt desentenderse de la cuestión del Chaco, con el argumento de que no existían intereses estadounidenses en el territorio en discordia . Premisa falsa, por supuesto, porque en ese momento Bolivia encargaba municiones en Estados Unidos y potenciaba su Fuerza Aérea con varias decenas de aviones adquiridos a la Curtis Wright.
No se trataba exactamente de un aislacionismo, sino de fingir ser tonto.
Al año siguiente, en mayo de 1934, el Senador Huey Pierce Long desenmascaró la maniobra y sus denuncias, junto a las del senador Gerald Nye, sensibilizaron a la opinión pública estadounidense acerca de una guerra sudamericana de la cual la administración Roosevelt era inequívocamente responsable.
Al no ejercer control sobre lo que las empresas que reclamaban existencia bajo la bandera de Estados Unidos hacían más allá de sus fronteras, Washington era parte en una guerra imperialista.
Todavía estaban frescos los horrores de la primera guerra mundial, que investigaba el recordado comité Nye.
En el segundo semestre de 1934, la aceitada diplomacia norteamericana, con una ley de prohibición de venta de elementos bélicos estadounidenses a los beligerantes en la mano, aceleró el final de la guerra estrangulando el suministro a los ejércitos de Paraguay y Bolivia.
El final de la obra se parecía al principio, todo quedaba como empezó y una matanza insensata concluía sin vencedores ni vencidos al decir de Eusebio Ayala, que pronto acabaría derrocado por pensarlo en voz alta. LAW
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