La base de nuestro bienestar se halla en los espacios armónicos. Todo depende de nosotros, desde la salud del planeta hasta nuestro propio vivir en sociedad, que lleva a aceptar al similar como parte de este orbe. De ahí, lo importante que es avivar una actitud de servicio, máxime en un período en el que persisten problemas graves, como agudas crisis financieras, inseguridad, pobreza, exclusión y desigualdad. En efecto, frente a los desplazamientos masivos los obstáculos no cesan, lo que dificulta la integración enormemente. Tampoco el aluvión de atrocidades se aminora. Solo hay que explorar la cantidad de países necesitados, en situaciones de conflicto armado o la crisis humanitaria. Además, junto a este cúmulo de dificultades, observamos una falta de ética. Así, en este momento crítico, la mayor prueba moral que encara la comunidad global es la equidad en la distribución de vacunas. Sin embargo, vemos que está siendo tremendamente desigual e injusta su repartición.
Desde luego, no hay nada más injusto que barnizar realidades, para privilegiar a ese mundo que nada en la abundancia, sin preocuparse por los más débiles. Al fin y al cabo, el poderoso don dinero todo lo contamina y desvirtúa. No es fácil, actuando en la falsedad, estar en paz consigo mismo. Olvidamos que lo armónico se conquista con la entrega generosa. Tenemos que recuperar, por ende, tanto los espacios auténticos de amor como aquellos territorios naturales que nos instan al encuentro. Está visto que la sorprendente fuerza y la única verdad que hay en esta vida es la donación. Hemos venido, pues, para servirnos mutuamente. Lo que no puede ser, es regresar a lo ya sufrido, a esos ambientes donde se impone el terror entre la población. Necesitamos otras atmósferas de mayor sosiego y, para ello, tenemos que profundizar en el diálogo. Las barreras se superan, sin duda, con valores y convicciones, no en ganar una discusión o en que nos den la razón.
Junto a este continuo conflicto entre moradores, hay que añadir la batalla contra el COVID-19, aún sin ganarla por más deseos que pongamos en ello; habrá que mirar asimismo, tras la victoria, esa “nueva normalidad” como la concebimos, si vamos a continuar cargando contra la población más desfavorecida, o si cambiamos de rumbo e intentamos rectificar; forjando un futuro más ecuánime, junto con otros retos imposibles de postergar, como son la cuestión climática, digital y demográfica. Sea como fuere, no llegaremos a esa dimensión de quietud hasta que no seamos capaces de armonizar divergencias, de hermanar divisiones y de unirnos en torno a la supervivencia. Sea como fuere, hemos de sacudir la sordera y ver que la vida de cada uno, vive en la de todos, en la medida en que nos demos al deseo de entregarnos. El acercamiento real es nuestra gran asignatura pendiente. Restablezcamos, el reino de la poesía, para reducir el lobo que todos llevamos consigo. A poco que nos iluminemos entre sí, reconoceremos que el que más y el que menos, requiere de auxilio o compañía. Los tiempos no son fáciles para nadie. A medida que la pandemia y la crisis del empleo evolucionan, más acuciante se vuelve la necesidad de protegernos entre sí. Para millones de gentes, la ausencia de ingresos equivale a la privación de alimentos, de seguridad y de futuro. No podemos continuar encerrados en nuestros deseos, esto nos dificulta hasta nuestra propia secuencia humana. Lo trascendente es reconstruirse cada jornada, acoger una nueva vida, discernir afinando el oído del corazón, también para superar nuestros conflictos interiores de forma noble, lejos del fanático griterío actual de odio que se suele desparramar por doquier.
Urge, por tanto, trabajar como mediadores en la restauración de los puntos conciliadores, abriendo las sendas de la escucha y no levantando muros. Seguro que nos vendrá bien, hacer memoria del camino recorrido para abrir horizontes y vislumbrar otros andares que permitan una convivencia amistosa que de consistencia a las relaciones humanas. En consecuencia, hemos de reflexionar más en conjunto, al menos para poder reparar, reutilizar y reciclar dominios que nos ahorcan en vez de liberarnos. Por desgracia, cada instante son más los atrapados por la esclavitud moderna, que nos deja sin espíritu; y, lo que es peor, sin identidad humanística. Deberíamos, por consiguiente, repensar con ánimo paciente y tranquilo que, ese afán coleccionista del peculio, es lo que realmente nos destruye y corrompe.
La efectiva armonía llega a través de nuevos aires, si acaso más puros, sustentados en construir unidad desde la sintonía con lo diverso. Nadie tiene la exclusividad de nada. Lo sustancial radica, precisamente, en esta alianza de continentes, que ha de mundializarnos hacia un espacio más de vida compartida, por lo que estamos llamados a enfrentar nuestros propios problemas en cooperación y colaboración entre análogos. Al presente, hace falta sumar fuerzas coherentes para restar desigualdades y multiplicar los abrazos sinceros para achicar los abandonos entre las personas; pues, cada cual, es un caminante que debe aspirar a construir un peldaño viviente más, basado en la justicia y en la adhesión recíproca para proseguir con la continuidad del linaje.
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