La aventura literaria de Eduardo Halfon bien con la ficción o la realidad, se sitúa por encima de la cada día más miserable realidad. Donde el descaro de los hechos que suceden, se pueden apartar de nuestro malestar con la inventiva literaria que la supera.
Creo haber leído hasta ahora la muy cuidada escritura de todo lo que se ha publicado en español del escritor Eduardo Halfon (Ciudad de Guatemala, 1971). La lectura apacible y el estilo narrativo de sus historias lo sitúa como el escritor que me atrapa. Su pericia literaria navega a velocidad de crucero.
Crea una línea argumental en la que describe las vicisitudes de su propia vida. Es el nieto y heredero responsable de ir tejiendo una subjetiva trama que se adentra por el jardín de las interioridades e historias aventureras que representa su abuelo. Y que de nuevo, como en anteriores historias, en esta obra corta demuestra una vez más el variado protagonismo de ese abuelo emigrante y judío. En la calidad de la escritura manifiesta su corriente creativa y la serenidad frente a lo que le preocupa. Como si fueran fragmentos de un tiempo recordado en toda su biografía, ¿ficción, realidad? No importa dada la complicidad que supone seguirlo por su sencillez narrativa.
Esta obra sorprendente con el título de Canción que, aunque no se cante en ella, su ritmo de escritura, es un descanso de la lectura. Se asoma a la realidad sin deseo alguno de sentirse envuelto con más mentiras que contar para distraer sin hacer muchos cálculos mentales. La ficción literaria sin impaciencia que todo buen lector apremia, esperando ese mundo que como una melodía le invita el transcurrir de la horrible verdad de lo cotidiano para navegar por el placer de los recuerdos de los personajes de la leyenda. Lo que significa, una vez más como la aventura literaria de Eduardo Halfon bien con la ficción se sitúa por encima de la cada día más miserable realidad. Donde el descaro de los hechos que suceden, se pueden apartar de nuestro malestar con la inventiva literaria que la supera. Con una investidura como calmante a través de una narración sorprendente.
Es un autor, seleccionado en 2007 por el Hay Festival y Bogotá Capital Mundial del Libro como uno de los treinta y nueve escritores latinoamericanos menores de 39 años más importantes. En 2018 obtuvo el Premio Nacional de Literatura de su país.
Nacido en una familia de origen judío-polaco por una parte y judío-árabe por otra, pasó en Guatemala los primeros diez años de su vida, edad a la que sus padres emigraron a Estados Unidos. El quiebre que esto le produjo hizo que la búsqueda de la identidad se convirtiera más tarde en uno de los temas centrales de su obra. Como él mismo señala, sus libros son “una búsqueda de raíces, de comprender la identidad, mi identidad”.
Su abuelo polaco, persona de aventuras que era de Łódź, fue arrestado por la Gestapo en septiembre de 1939; la inmensa mayoría de los judíos de esa ciudad no sobrevivieron, entre ellos los padres de este abuelo suyo y los tres hermanos, pero él sobrevivió en Auschwitz gracias a los consejos de un boxeador. El número de prisionero (69752) en ese campo de concentración su abuelo lo tenía tatuado en el antebrazo y cada vez que el pequeño Eduardo le preguntaba qué era eso, contestaba era su teléfono y que se lo había tatuado porque no quería olvidarlo. El autor guatemalteco se define de esta manera "Yo soy muy contenido, soy cuentista. Soy de libros muy breves. Duelo es una novelita cortísima, o un cuento largo, pero sentirás lo mismo, sentirás una contención del lenguaje, muy cuidado. Es mi voz, es mi manera de contar. Me encantaría poder escribir un libro que un libro de 300 páginas, y a mis editores también les encantaría porque es más normal, más vendible. Yo escribo el relato que me pide ser escrito, no impongo una extensión. Me dejo llevar y se van apareciendo cosas en el camino. Es todo muy intuitivo, muy espontáneo, muy musical. Lo siento más que lo pienso, pero es mi manera de contar.
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