Once de marzo. Me cuenta Toni Hill que en Barcelona luce un sol primaveral, un día luminoso que apetece pasear. Igual ocurre en València, la ciudad desde la que le telefoneo para entrevistarle. ¿Motivo? Podría ser cualquiera, pero en este caso es la publicación de su nueva novela, titulada ‘El oscuro adiós de Teresa Lanza’ (Grijalbo), en la que el escritor barcelonés nos habla de Castellverd, un lugar idílico, residencial, burgués, cercano a la ciudad condal, de anchas avenidas y cuidados jardines, donde nunca pasa nada hasta que una mañana se ve invadido por unas extrañas esquelas, pegadas en los árboles, las verjas y las puertas de las casas, a las que se asoma la fotografía de una muchacha, acompañada por una cruz negra y una pregunta dirigida a nadie y a todo el mundo a la vez: ¿Quién mató a Teresa Lanza? Con el piloto rojo de la grabadora ya encendido y sin más preámbulos, comenzamos a conversar sobre este universo de ficción que, a lo largo de tres años, Hill ha tejido y destejido para contar su nueva historia de intriga.
Toni, ¿cómo te cruzas tú con esta novela? La verdad es que fue una cosa un poco rara. Fue como el nacimiento de una imagen, la de Teresa muerta, una inmigrante hondureña que, de alguna manera, seguía yendo a las casas donde había limpiado mientras vivía. Surgió con mucha fuerza, tanta que la novela está montada en torno a ella, ya que los demás personajes nacieron porque Teresa existía.
A lo largo de tu trayectoria como escritor, has visitado distintos momentos históricos, ¿te gusta cambiar de época? En realidad, cambiar de época solo lo hice en ‘Tigres de cristal’, pero en mi anterior novela viajé a los años setenta y es algo que me gusta, porque creo que me activa y me obliga a escribir de una forma distinta. También me interesa la actualidad y por eso siempre estoy navegando entre esas dos aguas, el pasado y el presente. De alguna manera, cada proyecto te embarca en un viaje distinto.
Has empleado un estilo calmado, mayoritariamente en tercera persona, envolviendo al lector, sin prisa por captar su atención, ¿ese es tu sello de identidad como escritor? Creo que un poquito, sí. Siempre ha de haber un anzuelo al principio, que el lector debe morder, pero a mí me gusta que las novelas tengan su tempo, que la gente se interese poco a poco, porque así es como se involucra de verdad y puede empatizar con los personajes y comprender sus puntos de vista. Es mejor que la trama te vaya atrapando a medida que avanza la novela. Si esto no ocurre, entramos en uno de esos libros de consumo rápido y que, una vez acabados, no dejan mucho poso en el lector. Yo los empiezo a llamar libros Netflix, porque los lees y dices ¡mira qué bien!, pero al día siguiente no sabes si los has leído o no, porque todos son muy parecidos.
Si tuvieras que etiquetar ’El oscuro adiós de Teresa Lanza’, ¿cómo lo harías? Yo creo que no la incluiría dentro del género de thriller propiamente dicho, porque el thriller pide otro tempo narrativo, aunque a veces se utilice esta palabra como un sinónimo. No es lo mismo leer una novela de Patricia Highsmith que una de Raymond Chandler. Creo que la calificaría más bien como una novela de intriga. En mis últimos libros, me muevo en un territorio ambiguo, en el que hablaríamos de ficción en general con un elemento de misterio. Pero esta novela pueden leerla los aficionados al género negro clásico, porque plantea un misterio, y también los que no lo son, porque es una historia de personajes que formula preguntas, cuyas respuestas va descubriendo el lector a medida que avanza en su lectura. Si no fuera así resultaría una literatura muy limitada, muy de vivencia personal.
En el libro aparecen muchos personajes como Max, Lourdes, Xenia, Dante, Greta, Jimmy, Daisy, Simon, Rodrigo, Álvaro, Coral, Eneko, Ander, Olga, la propia Teresa, los policías, Íñigo, Mireia… ¿Estamos ante una novela coral? Sí, es una novela coral. Sin duda. Incluso hay un personaje que se llama así, Coral, aunque hasta ahora que tú la has nombrado no había caído en ese detalle. Es difícil manejarse con tantos personajes, no solo a nivel de trama, que también, porque cada uno de ellos ha de hacer algo, sino porque has de caracterizarlos psicológicamente a todos. Sin embargo, cuando llevas leyendo un rato, los conoces bien y sabes quién es quién, porque sus personalidades están muy marcadas y los identificas con facilidad.
A lo largo del texto abres muchas ventanas al lector, pero luego te las apañas para dar respuestas y cerrarlas todas. Sí, las cierro aunque sea momentáneamente, porque yo les enseño a los lectores unos meses de la vida de todos estos personajes. Luego les dejo que piensen qué sucederá con algunos de ellos. Sus vidas no acaban cuando se cierra el libro. Esta gente continúa viviendo, al menos en mi cabeza.
‘El oscuro adiós de Teresa Lanza’ guarda algún parecido con las series de televisión ‘Arriba y abajo’ o ‘Downton Abbey’, en el sentido de que en el pueblo de Castellverd convive un grupo dominante, burguesía acomodada y con su vida propia, y otro constituido por los sirvientes. Las interacciones entre unos y otros desencadenan la acción. Sí, creo que es algo de eso, pero trasladado al siglo XXI y con otra temática. Incluso el personaje de Lourdes, en un momento determinado de la novela, hace referencia a una de esas series y dice: «Oiga, que no estamos en ‘Downton Abbey’». Las chicas que trabajan como limpiadoras o cuidadoras de ancianos las tenemos como parte integrante de la familia y las tratamos muy bien, algo que ya pensaban en ‘Downton Abbey’. En el fondo, hemos cambiado las formas, pero al final el poder es el poder y está solo en un lado, no en el otro.
Hace unos años, cuando hablábamos sobre tu novela ‘Los ángeles de hielo’ me contaste que te interesaba el lado oscuro de la realidad. En ‘El oscuro adiós de Teresa Lanza’ muestras la cara b de los personajes, ¿en realidad, ninguno somos lo que parecemos? Sí, a veces el lado oscuro es una frase algo pretenciosa. A mí lo que me gusta es mostrar los personajes al lector de manera objetiva, como si te permitieran acceder a su intimidad y yo no estuviera por medio. Y claro, todos tenemos esa parte oscura. Nadie resistiría un análisis pormenorizado sin enseñar algún rasgo que preferiría ocultar. Aunque ‘El oscuro adiós de Teresa Lanza’ trata del suicidio y es una novela inquietante, resulta más luminosa que ‘Los ángeles de hielo’, que era una intriga declaradamente gótica y jugaba con otros códigos. En esta puedes simpatizar con todos los personajes y en el fondo los entiendes. El gran esfuerzo del escritor es no juzgar, sino plantearlos y presentarlos para que la gente saque sus propias conclusiones, que no tienen por qué coincidir con las mías en absoluto.
En la novela aparece un elemento sobrenatural o espiritual. No es la primera vez que utilizas este recurso, ¿qué le aporta al texto? Sí, ya lo usé antes, pero esta es la primera vez que lo hago de una manera tan directa. En ‘Tigres de papel’ aparecía un señor que escuchaba voces, pero eso pertenece a otra patología, ajena al surrealismo o al género fantástico. La verdad es que esta experiencia me ha gustado mucho y la novela nació así. Por otro lado, constituía un reto, porque se trataba de una chica joven, muerta, que habla en primera persona, y yo tenía que lograr que el lector empatizara con ella y que, de algún modo, siguiera preocupado por lo que le pudiera suceder. Y eso no es sencillo, porque el personaje vive atrapado en un mundo reducido y casi paralelo, con las mismas rutinas que seguía mientras vivió. Y creo que el lector, al final, la percibe como un personaje más. Desde luego yo no quería escribir una novela de terror, y de hecho no lo es, pero el recuerdo de alguien que se suicidó es algo perturbador. Con este recurso, además, pretendía que la gente entrase de una manera más sutil a lo que había sido la vida de Teresa, porque ella iba a sus casas y los que le apreciaban solo conocían las dos horas que trabajaba allí. Su vida fuera de sus hogares les interesaba más bien poco.
Este recurso te ha permitido construir la metáfora de que a los inmigrantes se les trata como fantasmas, es decir, como si no existieran. En realidad, intentamos ver solo lo que nos pasa dentro de casa. Si la inmigrante malvive en un piso compartido, ha de enviar dinero a su familia, y a ella no le queda, o la detiene la policía, porque no tiene papeles, no lo vemos, queda fuera de nuestro campo de visión. Y la gente no es que sea mala, pero con sus propios problemas tiene bastante y no se detiene a ponerse en la situación de la otra persona.
Como has comentado, el tema del suicidio está presente en la novela. Por algún lugar he leído que, literariamente hablando, el suicidio es menos rentable que el asesinato, ¿eso es así? Bueno, creo que el suicidio es un tema complejo del que a la gente no le gusta hablar mucho, porque remueve cosas e inquieta. En una novela policial clásica siempre hay una especie de catarsis final, donde el malo resulta atrapado y encarcelado. Y claro, si el tema del fondo es el suicidio no hay un malo, no hay un culpable y se pierde parte del morbo. En ‘El oscuro adiós de Teresa Lanza’ yo he pretendido averiguar por qué se suicidó Teresa, descubrir qué cúmulo de circunstancias pudieron conducir al suicidio a una chica como ella, en principio no depresiva, contenta, creyente y enamorada. Seguramente era la persona menos tendente al suicidio y eso es algo que al lector le choca también.
Hagamos un inciso. Lourdes, un personaje que ya has citado antes, es editora y opina que a la gente ya no le importa el libro sino el autor. Actualmente, ¿el lector busca la marca del libro, del mismo modo que compra determinado tipo de ropa o de coches, sin importarle tanto el producto? Es una de mis tesis y antes eso sucedía mucho en la ficción comercial. Comprabas el último libro de Stephen King y te daba un poco igual el título o el contenido. Y creo que eso también pasa ahora en la ficción literaria. Por ejemplo, se compra el último título de Carrere o el de Cercas, sin que importe lo que han escrito. En la actualidad, todo lo que rodea al escritor es más conocido por las redes sociales y acabas generando una especie de conexión o no, claro, porque hay gente que no la establece. Se apuesta cada vez más por escritores con un discurso muy marcado. Y en el fondo, esto tiene mucho que ver con eso de si “es de los míos o no”, algo que resulta bastante perturbador e inquietante, porque al final lo que nos debería importar es si un libro nos ha gustado o no.
También hay espacio en la novela para abordar otro tema delicado: el de la adopción. No todas las adopciones funcionan bien. Efectivamente, es un tema delicado. Tampoco todas las paternidades o maternidades funcionan bien, lo que ocurre es que, cuando el hijo es nuestro, lo asumimos de manera natural, pero se convierte en tabú cuando es adoptado. Y creo que el hecho de que los padres adoptivos puedan pensar que se han equivocado y que vivirían más tranquilos si no lo hubieran hecho, es algo plenamente humano. Eso nadie lo cuenta, pero yo intuyo que es real. Todo no es tan bonito como nos enseñan las fotos de Instagram cuando estamos de vacaciones.
En un momento del libro, encontramos una reflexión sobre la vejez: «Envejecer es borrar recuerdos». Sí, es borrar y a veces tu cabeza borra sola. Pero borrar significa relativizar. Hay un punto en el que lo que te parecía tremendo a los veinticinco años, a los cuarenta ya no lo es tanto y a los setenta lo recuerdas muy vagamente. Esto se nota mucho con las nuevas tecnologías, cuando se nos pide que sigamos atentos a todas las innovaciones, aunque envejezcamos. Entonces llega un punto que dices «oiga, por favor, déjeme en paz, ya está bien». Tú usas Facebook, Twitter, Instagram, pero dices no a Tik-Tok. En ese momento estableces una barrera y automáticamente quedas descolgado de un mundo que crece sin ti. Es algo complicado, porque las diferencias generacionales, que siempre han existido, no eran tan marcadas como ahora. Hay un momento en que para la gente mayor es horrible, porque ni siquiera pueden acudir a la ventanilla del banco, ya que no hay nadie que les atienda. La pandemia que estamos padeciendo también ha contribuido a agilizar y acelerar estos procesos.
¿Por dónde queda Toni Hill en la novela? Estoy en todos lados, es aquello de «Madame Bovary c’est moi». Hay cosas mías diseminadas en cada personaje. En realidad, si somos sinceros con nosotros mismos, todos tenemos un punto caprichoso como Xenia; un ego crecidito; un disfrutar de un libro como Lourdes; pensamientos oscuros como Olga... Yo no escribo sobre mí mismo nunca, pero cuando empatizo con un personaje de alguna manera trato de acercármelo. En esta novela, diría que no hay tantas cosas mías, porque no reúno las condiciones de vida de estos personajes, pero al mismo tiempo conservo una visión panorámica de todos ellos.
Terminamos por hoy: ¿te aguarda ya algún nuevo proyecto literario en el cajón de tu mesa, algún borrador…? No, de momento no tengo nada. Aunque siempre hay ideas que te bullen por la cabeza, ahora con la promoción es suficiente. Por otro lado, cuando terminas una novela hay un proceso de duelo, luego una promoción, que de alguna manera te vincula con la novela durante un tiempo añadido, y hasta que no aparece algo muy interesante o una idea empieza a tomar cuerpo, te mantienes fiel a estos personajes, con los que he pasado más de tres años. No puedes borrarlos de un plumazo, es un alejamiento paulatino hasta que los dejas. De todos modos, pienso que al final de mi vida estaré lleno de ellos, porque es muy difícil olvidarlos completamente.
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