Los que nacimos entre los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo, hemos demostrado ser unos dignos representantes del “segmento de plata”. Creo que a lo largo de la historia hemos sobrevivido estoicamente a las diversas alternativas vitales, políticas, económicas y laborales que se nos han ido presentando.
Hemos vivido las “colas de petróleo”, el queso y la leche americanos en los colegios, los pantalones cortos y los bombachos, la mili o el servicio social, los noviazgos formales: “a las diez a la casa”, el tranvía, la bicicleta, el “velosolex”, el “vespino”, la vespa, el seiscientos o el R-8.
Nos hemos desplazado a las playas andando; bailado en guateques caseros así como bebido cervecitas y moscatel con gaseosa los sábados. Hemos vivido con ilusión la primera comunión, sufrido los ejercicios espirituales de los colegios, la gimnasia premilitar, la lucha desesperada por el primer empleo, el pisito de 60 metros y la boda de blanco y por la iglesia.
En el momento de nuestra jubilación hemos dejado una España bastante “apañada” a nuestros hijos. Posteriormente, cuando se ha fastidiado la economía, hemos vuelto a arrimar el hombro y la cartera. Ante la situación actual de pandemia, hemos sido obedientes y nos hemos chupado más de un año sin movernos de nuestro confinamiento.
Y ahora, ¡ay ahora!, nos hemos aprestado a ponernos la vacuna que nos ha correspondido sin ningún tipo de miedo o de prevención. Nos lo hemos comunicado unos a otros, mientras nuestros facebooks o watssapps se llenan con fotos que recogen nuestro alborozo por haber atajado el ataque del “bicho”, que amenazaba el presente y el futuro de esta generación que, en cuanto pueda, volverá a ser adalid del “segmento de plata”, disfrutando de su libertad laboral para seguir militando como voluntarios, cuidadores, formadores o “útiles para todos los servicios”.
Pero no hay alegría que “cien años dure”. Ya ha venido el tío Paco con las rebajas. Los sufridos “segmentistas” de 70 a 74 años han vuelto a caer en el “limbo” de las vacunas. Ahí están. No son carne ni pescado y esperan con ilusión a que algún político les redima diciendo que las “peligrosísimas vacunas” anteriores se han convertido, por ensalmo, en la salvación de sus vidas. A ver en que quedamos.
Definitivamente los “setentones” somos “buena gente”. Y muy sufridos.
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