Ante una carga de trabajo excesiva de los docentes interinos en Asturias es evidente que se comprueba la imposibilidad de conciliación entre la vida laboral, la adecuada preparación de la oposición y la vida privada con el derecho al descanso diario. Los profesores interinos no son robots o cerebros electrónicos para tener que soportar esta situación estresante porque así lo decidan las autoridades de esta Comunidad Autónoma. Por tanto, es absolutamente necesario que la oposición en Asturias sea aplazada. Es imprescindible.
No se puede pretender que los interinos no duerman para poder tener tiempo para estudiar de verdad bastantes horas cada día y que además preparen e impartan las clases, corrijan multitud de exámenes, celebren reuniones de equipos educativos y sesiones de evaluación, y atiendan los servicios telemáticos y las clases online y otras múltiples tareas en los centros educativos.
Con la pandemia el trabajo se ha duplicado o triplicado por razones que no hace falta explicar. No se puede exigir un esfuerzo sobrehumano a los interinos para que estudien sin tener tiempo, porque atienden perfectamente todas sus obligaciones como docentes comprometidos con una enseñanza de calidad. Es el círculo cuadrado, si se considera que esto es lógico y justo.
No hay suficiente número de horas para que los interinos que imparten clases puedan preparar con una mínima garantía de poder superarla. Esto es algo que parece que se quiere ocultar y es la pura realidad ya que no vale la exageración y la manipulación ni tampoco vale disfrazar lo que salta a la vista.
A esto se añade que la situación sanitaria sigue siendo preocupante por el número de contagios por coronavirus. Pretender que se va a lograr que con 7.000 opositores va a haber una oposición segura es una fantasía falsa a todas luces y no hace falta hablar con los expertos en cuestiones médicas.
No se va a poder garantizar la distancia de seguridad de modo total a todos los interinos. Ya han muerto profesores por la pandemia en Asturias y en el resto de España. Parece como si esto no tuviese importancia y la tiene, sin duda.
En realidad, es un cúmulo de despropósitos que no deben conducir a que se celebre la oposición. En cualquier caso, ya se sabe que al final la autoridad manda y puede ordenar casi lo que desee, pero eso no quiere decir que esté justificado con la lógica, la ética y los derechos humanos en las manos.
Lo que dicta la razón es que hay numerosos argumentos profundos que se pueden esgrimir de tal manera que se imponga el raciocinio sobre la imposición irracional. Los docentes interinos cumplen y cumplirán su deber como siempre: impartiendo clases y realizando una labor educativa extraordinaria, aunque sea sacrificando sus posibilidades de seguir trabajando, porque en una situación pandémica no pueden prepararse adecuadamente para una oposición que debería aplazarse.
No se está pensando que los docentes interinos también tienen derecho a descansar como cualquier trabajador y esto parece que tampoco se tiene en cuenta por parte de las autoridades o la Administración. No se quiere ceder ante estas peticiones de miles de interinos en Asturias que están reclamando que se aplace la oposición por motivos de carga laboral y sanitarios. Es lamentable, a mi juicio, y lo escribo con todo el respeto que sea necesario decir las cosas de una manera tan clara y diáfana para que se entienda la realidad de lo que está sucediendo. La igualdad ante la oposición salta por los aires. Las aglomeraciones son peligrosas y esto parece que da igual.
Los derechos individuales parece que quedan en un segundo plano y son irrelevantes. Si se aplaza la oposición se estará teniendo en cuenta una ética mínima y cordial como la que desarrolla Adela Cortina y que también está en armonía con los Derechos Humanos, con un entendimiento integral y completo de lo que representa y supone realmente la humanización de la existencia. Es decir un no rotundo a la deshumanización. Ya que los docentes interinos tienen unos derechos que deben ser respetados. Si a esto se añade la cuestión del fraude de ley la situación se agrava todavía más hasta llegar a niveles difícilmente soportables. Ya hay procedimientos judiciales en marcha con resultados positivos.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el hombre más rico del mundo, Elon Musk, han desatado un caos a nivel internacional con las medidas que están adoptando en su intento de desguazar el Estado federal estadounidense, que incluyen despidos en masa y congelación de fondos.
De todos es bien sabida, la nula moralidad del presidente del Gobierno y su entorno familiar y político. Pero no es menos conocida su enorme caradura para decir -o hacer- una cosa y la contraria, en menos de un minuto, sin que le salgan los colores. Pero el colmo de la desfachatez le deja con el tafanario al aire cuando censura, sin piedad por los demás, lo que él mismo se permite practicar con frecuencia y avidez.
Ese espejismo que transforma la arena en oro y el eco en voz propia, es el defecto humano por excelencia: invisible para quien la padece, insoportable para quien la sufre. Yo, luego existo. Pero la soberbia no es solo patrimonio de los poderosos; no hace falta ser un líder, un magnate o un intelectual para ejercerla. Se palpa en lo cotidiano, en una conversación cualquiera, con quien sea.