No es que pretendiera que se creara una nueva profesión la de cura-ganadero. Se trataba de inculcar en los sacerdotes el acercamiento al rebaño con “sonrisa de padre”.
A lo largo de mi vida he tenido la oportunidad de conocer a un montón de curas, frailes y miembros de la jerarquía eclesiástica. La mayoría de ellos, gracias a Dios, eran personas cercanas y amables que daban el perfil que el Papa requería en su intervención. Pero alguno de ellos me ha marcado especialmente.
A finales de los ochenta participé en un Cursillo de Cristiandad celebrado en Ronda (Málaga). Entre los asistentes se encontraba un curilla joven que iniciaba su andadura como sacerdote en los pueblos de la serranía. Si no se llega a identificar como tal, nadie lo hubiera notado. Fue un cursillista normal con gran capacidad de asombro y una simpatía arrolladora. Era Manolo Lozano.
Como tantos otros sacerdotes malagueños se incorporó a la misión que tiene establecida en Venezuela la diócesis de Málaga. Allí en Caicara del Orinoco ha discurrido su vida a lo largo de los últimos 26 años. Desgraciadamente, el maldito bicho también ha llegado a esa lejana -y también cercana para los cristianos malagueños- zona, en un país al que se entregó en cuerpo y alma. Una complicación cardíaca ha desencadenado el fallecimiento de ese maravilloso cura que nos envió un mensaje entrañable a los malagueños, a través de la revista Diócesis el pasado 9 de Mayo. https://youtu.be/Z2PTYHbhTJw.
Los mejores se nos van pronto. Ellos, los elegidos de Dios, han cubierto con creces su misión en esta tierra, que no es otra que transmitir la Buena Nueva. Su labor es intemporal. Manolo Lozano, sacerdote, es nuestra buena noticia de hoy. Descansa en paz. Junto al Padre. Estuvo siempre con los más desvalidos del rebaño.
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