A lo largo de mi vida he conocido a varios sacerdotes pertenecientes al clero castrense, especialmente durante mi paso por las Milicias Universitarias. Me consta que no se parecen en absoluto a esa especie de “cura trabucaire” al estilo del personaje de “La Vaquilla” de Berlanga. Realizan una labor de apoyo psicológico y espiritual a las tropas desplazadas en lugares no exentos de peligro, a lo largo y ancho del mundo. Me parece que lo hacen muy bien.
Hace unos días, en un programa radiofónico nacional, me tope con un reportaje realizado a un sacerdote español: Ignacio María Doñoro de los Ríos, un cura castrense bilbaíno que, en su día, estuvo destinado en el Salvador con un destacamento de la Policía Nacional española que se encontraba en aquel país en misión especial.
Este “cura que cura” ha disfrutado de una vida plena de entrega a los demás. Si se toman la molestia de leer la reseña de su vida de la Wikipedia, podrán ver su recorrido por diversos lugares llenos de riesgo junto a las tropas españolas en misión de paz. En uno de ellos, en el año 2002, llegó a El Salvador donde se produjo la buena noticia que se ha prolongado en el tiempo y el espacio a lo largo de los años: su ayuda a los niños desahuciados de Hispanoamérica.
Por aquel entonces, nuestro cura Ignacio, conoció la circunstancia trágica de una familia que iba a vender por veinticinco dólares a su hijo semiparalítico de 14 años, para que unos traficantes de órganos los cedieran al mejor postor. Con este importe podían alimentar a sus otros cuatro hijos hambrientos. Al conocer esta noticia se lanzó a la aventura de rescatarlo de alguna manera. Se vistió de una forma patibularia y, jugándose el pellejo, se acercó a la familia para mejorar el precio y poder comprar a su hijo Manuel por un dólar más. Todo ello con el riesgo de ser masacrado por los traficantes de órganos a los que les birlaba el negocio.
La aventura le salió bien. Después se sufrir diversos avatares consiguió llevar al niño a un lugar seguro y Manuel se encuentra en la actualidad totalmente recuperado. En sus declaraciones Ignacio afirmaba: “Manuel se recuperó de aquella parálisis que había sido su sentencia de muerte. Supe de él años después, cuando recibí una carta del joven, ya un adulto, en el cuartel de Intxaurrondo (San Sebastián), donde estaba destinado en los años más duros de la banda terrorista ETA. En aquella misiva, Manuel me agradecía todo lo que había hecho y me recordaba que había sido para él la persona “más importante”.
Ignacio, el cura que cura: nuestra buena noticia de hoy, ha pasado posteriormente por diversos destinos, hasta desligarse del ejército y asentarse finalmente en Perú donde ha fundado el Hogar Nazaret, una casa de acogida para niños huérfanos de familias de extrema pobreza que son víctimas de la prostitución y la trata. Allí lleva diez años realizando una labor que le ha valido para ser nominado al Premio Princesa de Asturias de la Concordia, que se fallará el próximo miércoles 30 de junio.
Nada de cura trabucaire. Todo un tipo este vasco. Un cura que cura. Ha publicado un libro que les recomiendo: “El fuego de María”. Y además… confiesa que es totalmente feliz.
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