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¿Europa puede asumir, sin que peligre su statu quo, millones de inmigrantes?

Miguel Massanet
miércoles, 12 de agosto de 2015, 07:48 h (CET)
No creemos que el tema de la inmigración, cuando ésta se produce a grandes oleadas y en forma continuada e indiscriminada, sea algo que tomarse con frivolidad y sin contemplar los posibles efectos adversos que, para las naciones que los acogen o para los propios inmigrantes, se pudieran derivar de pretender, como parece que se pretende, desde algunas instituciones de pretendido carácter humanitario y algunos sectores de la Iglesia católica, que sea como una obligación más que añadir a las que, todos los países europeos, han tenido que enfrentarse durante estos siete años de crisis que han asolado a toda Europa y, con especial virulencia, a naciones que como Grecia, Irlanda, España, Italia y Portugal, por sus especiales circunstancias internas y problemas estructurales, que han sido las que se han llevado la peor parte de las repercusiones del fracaso inmobiliario que tuvo su inicio en las famosas fallidas de las hipotecas basura (créditos subprime) en los EE.UU de América.

Es posible que, la simple consideración de que muchos africanos de los distintos países en los que está dividida la tierra de Nelson Mandela, pueda inducir a crear, en aquellos que se contentan con mirar superficialmente el tema inmigratorio, un sentimiento de compasión, de acogimiento o de injusticia, cuando se observa que la mayoría de los que huyen de las dictaduras africanas, de los problemas con los yihadistas del Yemen, Irak o Siria o del sin gobierno que hoy existe en países como Libia que, desde la derogación del régimen de Gadafi, no han levantado cabeza, divididos en facciones que se han pasado luchando los unos con los otros mientras los de ISIS se han hecho los dueños de parte de su territorio. Y es posible que visto desde el sólo aspecto humanitario tengan razón y sus sentimientos merezcan todo el respeto del mundo. Pero no es óbice a que se analice con sensatez.

No obstante, mucho nos tememos que el tema no sea tan simple, que no carezca de aristas y graves inconvenientes cuando se trata de cómo dar acogida, alimentar, ubicar en viviendas, proporcionarles trabajo y asistencia social, no sólo a unos miles o centenares de miles, sino a verdaderas avalanchas que, en estas últimas fechas, han alcanzado cifras de varios miles diarios de estas personas que deben ser recogidas en las costas de las islas italianas cercanas a Libia o que llegan a Francia e Italia a través de las fronteras de Turkía, cuando no son recogidas en las costas de España o pretenden entrar a través de las fronteras de Ceuta y Melilla. Es posible que la UE sea tarda en reaccionar ante una invasión semejante y también lo es que el “efecto llamada” es cada vez mayor cuando, los que pretenden llegar a Europa, se dan cuenta de que algunos gobiernos flaquean o instituciones, como el Parlamento Europeo vacilan y adoptan actitudes contradictorias entre lo que se manifiesta públicamente al respecto y lo que, en realidad, se lleva a cabo.

Si los obispos italianos, a través de la Conferencia Episcopal, siguiendo las acusaciones que Nuncio Galantito, secretario general de los obispos, denuncian que algunos políticos buscan votos “atacando a los inmigrantes” que “buscan un rédito electoral en el drama de la inmigración”; por su parte, el líder de de la ultraderechista LN, Matteo Salvini, asegura que “esta invasión clandestina, que está arruinando a Italia, o no comprende u obtienen beneficio”, añadiendo:“ no se trata de ser católico o no, sino de sentido común”. Al menos, en esto último, podríamos estar de acuerdo. Diríamos que la Iglesia Católica, desde la llegada del nuevo Papa, está incurriendo en una cierta demagogia quizá influida por una cierta tendencia de papa Francisco, que no ha dudado en condenar, públicamente, el Capitalismo, identificándose con el peronismo argentino, algo que tiene cierta lógica si se tiene en cuenta que, prácticamente, toda su vida ha transcurrido bajo el régimen de Juan Domingo Perón, sólo que cualquiera que contemplara el peronismo social de aquellas épocas, tendría dificultad en compararlo con el actual kishnerismo de la señora Fernández.

Si Europa no cierra la espita, si se dan facilidades a que cientos de miles de asiáticos y africanos puedan entrar fácilmente y distribuirse por la UE, es evidente que va a tener graves problemas que, para algunos, poco reflexivos, parece que no tienen importancia. En primer lugar, les estamos haciendo la sopa gorda a los dictadores de estas naciones africanas cuyos habitantes tienen carencias y miseria debido a que el dinero está administrado y repartido exclusivamente desde el Estado. Países con gran riqueza en minerales, en producción agrícola, en minería y en zonas turísticas, están infraexplotados; seguramente con la intención de sus dirigentes de que, la miseria, obligue a sus habitantes a irse del país; dejando las manos libres a los que esperan hacerse con las riquezas pendientes de ser explotadas. Vean el interés de los chinos que, poco a poco, van colonizando los diversos países africanos, invirtiendo en ellos y haciéndose los dueños de su comercio, como paso previo a la invasión total y el subsiguiente aprovechamiento de sus ricos recursos naturales.

Otro aspecto, y no de tono menor, es el de que los países del norte de Europa no parecen valorar la situación delicada de las naciones del Sur, algunas de ellas, como España, con cifras que superan el 23% de desempleo; que están intentando sobrevivir a base de grandes esfuerzos pedidos a sus ciudadanos, que ya tienen acogidos a grandes cantidades de inmigrantes, y que no pueden permitirse agregar a los desocupados, nuevos grupos de extranjeros, muchos de ellos sin oficio y educación, que lo único que harán será competir por el trabajo con los oriundos y, en caso contrario, se verán obligados a ir por las calles pidiendo limosna si, como suele suceder, no optan por la ilegalidad. Seguramente, muchos de los que hoy claman por la llegada de los inmigrantes, si se les hace convivir con ellos o se les pide que renuncien a parte de sus beneficios para dárselo a ellos, tampoco estuvieran de acuerdo con hacerlo.

No debemos olvidarnos de que, entre tales masas de inmigrantes, es muy fácil introducir a sujetos peligrosos, yihadistas o talibanes, con el fin de preparar atentados terroristas, constituir cédulas organizadas criminales o constituir un ejército oculto preparado para cuando los dirigentes de Oriente decidan emprender su yihad de los muyahidines para recuperar Al Andalus, las tierras de sus ancestros los abderramanes. ¿Puede permitirse Europa aceptar varios millones de africanos y asiáticos, de culturas completamente distintas a las nuestras, que practican una religión no cristiana, el Islam, y que, como se ha demostrado, se dejan influir con facilidad por las directrices de sus lideres religiosos del EI, en contra del resto de religiones que no aceptan integrarse en el islamismo radical? Ellos piensan que deben ser erradicadas sin contemplaciones mediante el ajusticiamiento de todos aquellos que se resistan a abrazar la religión musulmana. Muchos creemos que no debe jugarse con la seguridad, las libertades, las culturas y las raíces de las naciones integradas en la UE, permitiendo que entre nosotros se introduzca el germen de la discordia que un día, como el famoso caballo de Troya, pueda intentar acabar con nuestra democracia para implantar el otro tipo de dictadura, en este caso no la comunista, sino la de la teocracia islamista.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, no podemos dejar de mirar con prevención como Europa se deja influir por aquellos que piensan que acogiendo a todos los que quieran venir a disfrutar el modus vivendi que, a los europeos, nos ha llevado tanto tiempo , sacrificios y esfuerzos conseguir y, aún con imperfecciones; teniendo en cuenta que es imposible que pueda adaptarse a todas las necesidades de unas masas que, evidentemente, no están preparadas para integrarse (suponiendo que tengan intención de hacerlo) ni por su formación ( en la mayoría de casos nula o casi nula) ni por sus costumbres, religión o necesidades; a las que será necesario proporcionarles los medios imprescindibles y la asistencia sanitaria para la que no se está preparado ni se estará en mucho tiempo. La realidad es ésta, y todo lo demás: hermosos cuentos imposibles de que se conviertan en realidad.

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