«Luego de dos semanas de la segunda dosis tienes un 50% en casos leves, te puedes contagiar, sin embargo, en casos graves la protección es en un…». «Yo en cambio pongo el hombro y que me inyecten lo que vayan a inyectarme». Preferí no contestar a esa interrupción que mostraba una sólida intención, un moverse por la vida de forma aletargada, automática, una costumbre inconsciente propia de la tontedad. Tontedad que, ajena a una edad, no agrupa a jóvenes o viejos; todos nosotros tendemos hacia ella como arrastrados, igual que un imán al metal. En esta pandemia se ha escuchado infinidad de cosas sobre la vacuna, su efectividad y su uso secreto: dominar al mundo por medio de un microchip o la modificación del ADN. Muchas personas, debido a la sobrecarga de información, se han visto obligadas a apagar el televisor o a cerrar las pestañas del navegador (yo incluido); otras han hecho lo mismo por un motivo distinto: o confían en que la vida es buena en su totalidad y que ningún suceso imprevisto les sobrevendrá o se han reconciliado con la muerte a tal punto que prefieren ir por el sendero con los ojos vendados, ajenos a las señales de advertencia o, a su vez, son tan solo tontos. Incapaces de ver el risco al tener sus mentes cerradas.
El otro día releyendo mis ensayos descubrí que aparentaba estar en contra de las nuevas tecnologías y del internet. No es así, aunque es cierto que, en este punto, de forma repetida, me he colocado la venda imposibilitándome a mí mismo ver el camino. Por ejemplo, yo bien afirmaba que últimamente la lectura se ha visto en un terreno ajeno a lo popular; sin embargo, en una columna de Enrique Vila-Matas descubrí que se había extendido el rumor de que los libros hallaban su espacio en medio de la pandemia, la gente, aburrida de las series de moda, se adentraban al placer de leer y que las librerías volvían a abrir sus puertas. Esto fue un descubrimiento que tuve gracias al internet y en contra de lo que yo pensaba.
Cerrarse a nuevos puntos de vistas y descubrimientos es una forma, aunque respetable, antipática de vivir. La existencia se abre paso cada día, la curiosidad nos brinda la oportunidad de contemplar el sendero que tenemos ante nosotros. Es cierto que a veces no podemos evitar los peligros propios de este viaje, pero, también hay muchos otros problemas que se hubieran podido evitar si solo hubiéramos puesto atención. Tengo amigos cuyas vidas se han apagado debido a negligencia, accidentes evitables y enfermedades curables… Muertes sucedidas por un «pongo el hombro y que me inyecten lo que vayan a inyectarme».
La vida es impredecible y peligrosa, pero, así mismo, en su interior se engrandece una belleza inigualable, la belleza de existir, de respirar y de contemplar el mundo. Permanezcamos atentos a lo bueno y a lo malo, a lo hermoso y a lo feo, a lo delicioso y a lo desagradable solo así podremos decir que los años nos han regalado el don de la sabiduría.
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