Rafael Franco era Mayor y fue jefe de logística durante el asedio a Boquerón, una victoria moral boliviana durante la guerra del Chaco, donde pocos centenares de bolivianos resistieron a todo el ejército del Paraguay durante casi un mes causando grandes pérdidas y bajas. Lo había relegado a un papel secundario la política de la época, pero luego impondría su talento militar para comandar todo un cuerpo de ejército, cuyos logros darían brillo a su nombre.
Luego se convirtió, involuntariamente, en presidente provisional del Paraguay. Esa investidura que no afectó sus hábitos, como el de usar jarros de lata para tomar un té de yerba mate paraguaya, conocido simplemente como cocido. Durante la guerra, había usado el mismo jarro de lata para disfrutar con sus leales de una botella de champagne, que fue capturada en el cerco de Campo Vìa. Fue una victoria decisiva del Paraguay contra Bolivia en una guerra inspirada y sufragada por multinacionales heridas por la gran depresión, hacia 1932.
Fue consagrado como el ídolo de los oficiales que habían ganado la guerra contra Bolivia, y eso le valió ser convocado para presidir provisionalmente la República del Paraguay en 1936. No se menciona con frecuencia, pero no fue parte de un golpe militar, dado que había sido expulsado del país y se encontraba en Argentina cuando lo convocaron para asumir la presidencia.
Una Ley nunca cumplida, del año 1996 y que lleva la firma del presidente paraguayo de entonces, ordenaba erigir un monumento. Se ignora por qué nunca se cumplió lo dispuesto por el Poder Legislativo de la República del Paraguay en un documento que lleva la firma del presidente de la República de entonces, Juan Carlos Wasmosy.
Otra ley posterior, que ordenaba trasladar sus restos al Panteón Nacional de los Héroes, tampoco se cumplió, Aunque también llevaba el aval del Congreso Nacional y la firma de un presidente, en este caso por deseo del mismo Franco. Sus familiares recordaron que en una oportunidad manifestó que no quería que sus huesos acabasen en un panteón impuro, en alusión a sus enemigos políticos que yacen en ese lugar.
No tuvo la trascendencia de Hugo Chávez por motivos obvios, pero a pesar de haber sido el gran protagonista de una guerra perversa contra Bolivia, intuía que debía unirse al enemigo creado de forma artificial por el imperialismo, si pretendía levantar al Paraguay.
No fue Velazco Alvarado, el presidente militar del Perú que expropió a la Standard Oil de New Jersey, la misma empresa que las crónicas señalan como responsable de la guerra entre Paraguay y Bolivia. Pero rechazó las amenazas del diplomático estadounidense Findley Howard, quien anticipa un rearme de Bolivia con respaldo estadounidense para una nueva guerra, diciéndole que en una eventual segunda contienda podría terminar arrojando al enemigo al océano Pacífico.
Aunque lo ascendieron dos veces a general, para muchos sigue siendo un coronel que no se auto ascendió como otros militares que ocuparon la presidencia del Paraguay, debe ser el que mejor recuerdo dejó entre los muchos militares que detentaron el poder en la historia del Paraguay. Cuando usó la fuerza, sólo fue para paliar injusticias. Un viejo oficial me narró que una vez le ordenó usar la fuerza contra latifundistas en defensa de los "mensú", verdaderos esclavos en pleno siglo XX que inspiraron a Rafael Barrett su célebre libro "El dolor paraguayo".
Esta semana las autoridades paraguayas le rendirán un tardío pero necesario homenaje que me recuerda una famosa frase de Jorge Luis Borges en Everness: Solo una cosa no existe, es el olvido. Y como lo plasmó el gran Augusto Roa Bastos en una de sus celebradas novelas: No existe nada tan poderoso e invencible como cuando alguien, desde la muerte, monta guardia y espera.
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