Hoy no pensaba escribir, estoy como dice mi móvil, en modo ahorro de batería. Desde que los niños empezaron el colegio no he parado, y hoy, a pesar de tener la tarde medio de relax, he preferido ir con mi hija a la biblioteca.
Hemos salido felices pero cargadas de libros, menos mal que conociéndonos, me había llevado la mochila, hemos ido andando a casa porque aún era de día, esta observación puede parecer irrelevante, pero es que cuando estoy entre tanto libro pierdo la noción del tiempo; puede llover, tronar, nevar o hacer tanto calor que se pueda freír un huevo en la calle, que yo ni me entero.
Cuando he llegado a casa me he puesto a buscar un libro que según el auxiliar no habíamos devuelto, yo creo que ha confabulado con mi marido y mi abuela para que limpie la casa buscando el puñetero libro.
Bueno, el caso es que, después de la cena, una película y una pastilla para el dolor de cabeza, me ha mirado desde la mesa del salón el cuento de Edgar Allan Poe “El demonio de la perversidad” mi yo razonable me estaba diciendo que eran las doce de la noche y mañana a las siete de la mañana tengo que estar despierta, pero mi otro yo, ese del que habla Poe, me decía que por leer un ratito no iba a pasarme nada, y así daría tiempo a que se me pasara el dolor de cabeza. Efectivamente, es como si decido tomar Whisky para olvidar que tengo dolor de cabeza. Absurdo, ¿verdad? pues tan absurdo como ponerme a leer para que se me pase el dolor.
Pero me lo he leído, un cocktail de complejidad mezclado con psicología, una sombrillita de filosofía y una aceitunita de religión, todo eso agitado, no mezclado. De esta experiencia he aprendido que ese cocktail es bueno para olvidar el dolor de cabeza, pero también he aprendido a ver desde el interior de la mente de un asesino.
Cuando he empezado a leerlo, pensé que me había saltado alguna página, ya que su comienzo es como si el lector ya supiera de qué va todo, conociera al protagonista y llevara el hilo de la historia. Pero no, la anterior página era de otro cuento, he fruncido el ceño y me he decidido a darle una oportunidad, porque si algo he aprendido, es que a todos los libros se les debe dar una oportunidad de diez o veinte páginas, es como si ves a un chico guapo, y piensas… quizás es inteligente, quizás no tiene que ser tonto por ser guapo y me puede regalar la conversación más interesante de la semana. Pero cariño, si a los quince minutos no te ha regalado ni un minuto de conversación interesante, o te regala algo más o mejor devolverlo a la estantería de donde lo has sacado, seguro que a otra le encajará.
Bueno, ahí lleváis un consejo de libros y uno aplicable a chicos y chicas. Si es que soy muy completita, lo mismo os vendo un libro, una moto, o un consejo de amor. Pero esta vez os vendo mejor el cuento de Edgar Allan Poe “El demonio de la perversidad”, ya que me ha encantado, es complicado de entender al principio, pero según se va avanzando comienzas a comprender el porqué de ese principio.
Poe intenta hacernos comprender que Dios nos creó tal como somos porque cada necesidad mental y fisiológica va en relación con lo que necesita nuestro cuerpo, por ejemplo, comer; si sentimos hambre es para que comamos, porque nuestro cuerpo está hecho para sobrevivir con comida. Ese mismo concepto lo aplica a la mente de un asesino, ya que el placer que siente al matar por beneficio propio, es un estado de bienestar que el asesino busca y lucha por conseguir.
No os voy a hacer spoiler para que os lo leáis, ya que es muy cortito y se lee en un rato, lo que si os puedo decir es que la mente juega malas pasadas y se puede volver contra la persona. Así contado no parece demasiado, pero es increíble como un cuento en el que no ha hecho falta imaginar todo lleno de sangre, nos hace sentir terror al percatarnos de que lo que cuenta es cierto, que esos pensamientos pueden pasar por la mente de la gente y que la mente de un asesino puede trabajar de esa forma. Quizás yo vea demasiadas cosas en un cuento tan corto, pero me ha parecido una autentica genialidad.
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