Los que vivimos la “mili” recordaremos con desazón aquella terrible “tercera imaginaria”. La imaginaria es un invento militar muy eficaz en tiempos de guerra, pero bastante innecesario en época de paz. Consiste en “uno o unos soldados que vigilan por turnos mientras el resto de sus compañeros duermen”. La realidad es que se trata de fastidiar el sueño del designado y partirle por medio el descanso nocturno. Las ocho horas de reposo se dividen en cuatro cuartos de dos horas cada una. La segunda y, sobre todo, la tercera imaginaria, son las más puñeteras, dado que te corta el sueño por completo. El Evangelio hace una referencia a la “vela”. A una imaginaria personal. A estar en vela: estar atentos por si llega “el Señor”. Te habla de estar atentos a la llamada evangélica: al encuentro de ese Jesús de Nazaret que sale a tu paso en la Palabra, el testimonio o las circunstancias de la vida. Los mayores, los del segmento de plata, estamos viviendo la tercera imaginaria. Han pasado las dos primeras etapas de nuestra existencia con cierta inconsciencia y un “dolce far niente” a este respecto. De pronto descubrimos que ha transcurrido el tiempo sin darnos cuenta y que la lista de nuestros amigos y conocidos va menguando inexorablemente por ley de vida. No quiero decir que tenemos que hacer testamento. Que también. Sino que debemos ver como andan nuestras lámparas, si las estamos surtiendo de aceite y si nos sentimos invitados a la cena. Y sobre todo, nos conviene vivir con intensidad cada día. La tercera imaginaria es tan enriquecedora como las demás y se nos pasa sin darnos cuenta. Mejorémosla con un poquito de todo. De mirar hacía adentro y hacía afuera. Cuidando el cuerpo y el espíritu. Sobre todo buscando nuestra paz interior y transmitiéndola a los que nos rodean. A Dios rogando y con el mazo dando.
|