Sin la victoria pírrica de los imperialismos y su posterior aceptación de la imposible aplicación de una Ley de Mares al río Paraná, el Paraguay no hubiera desarrollado su experiencia única de 1811 a 1870.
Por estas fechas del años 1845, un 20 de noviembre, tuvo lugar un episodio crucial en la historia latinoamericana. Fue la batalla de Obligado, donde se enfrentaron las dos màs grandes potencias de la época, Francia e Inglaterra, a un grupo abigarrado de nativos que lograron lo imposible: hacer claudicar a los colonizadores y devolverlos a su Europa natal.
El gran protagonista sería el gobernador de Buenos Aires Juan Manuel de Rosas, quien obtendría una distinción del mismo Libertador, General San Martín. Sudamérica enfrentó con éxito en esa oportunidad a una flota anglo francesa, que aunque logró forzar el paso y llegar hasta Asunción, sufrió más pérdidas que beneficios comerciales en la aventura. El objetivo de aplicar la "Ley de mares" a un río interior como el Paraná fracasó. En posterior acuerdo las dos más grandes potencias del mundo en esa época, Francia e Inglaterra, debieron aceptar su derrota.
Lo que no fueron capaces de obtener las más poderosas naciones del globo, lo conseguiría una ignota república mediterránea vecina a la Argentina, el Paraguay, que sí obtuvo garantías para sus navíos mercantes.
En posteriores contenciosos, tanto los ingleses como norteamericanos debieron renunciar a invadir Paraguay. En el caso de Inglaterra, el almirante Lushington debió claudicar ante la imposibilidad de navegar el Paraná agua arriba, cuando el pretexto era la detención de un inglés en Asunción llamado James canstatt.
En un episodio paralelo, Estados Unidos enviaría una expedición punitiva contra el Paraguay, sin mejores resultados, bajo el pretexto del cañoneo al barco de guerra WaterWitch. Imposible de ser invadido, el Paraguay gozó por entonces de un desarrollo independiente único en Latinoamerica.
Es que el Paraguay fue por entonces la única nación del continente donde encontró vallas infranqueables la expansión del imperialismo europeo de aquel tiempo. Y como el país estaba acostumbrado al aislamiento, desarrolló un género de economía peculiar que dependía muy poco de la economía internacional.
El resultado fue beneficioso, dado que el país pudo contar por su propia cuenta telégrafo y ferrocarril mucho antes que los demás de la región, sin empeñar jirones de soberanía dado que fueron obras del gobierno paraguayo y no de expoliadores “inversionistas” extranjeros.
Tanta era la autonomía del Paraguay que se permitía arrestar a conspiradores de nacionalidad británica, como sucedió con James Canstatt. Ante una airada protesta del cónsul inglés, mister Henderson, el único resultado sería la expulsión del país de diplomático británico.
En la vecina argentina, entre tanto, el proteccionismo que necesitaban las provincias de tierra adentro se enfrentaba al libre cambio que enriquecía al puerto, constituyendo el trasfondo de sangrientas guerras civiles que duraron por décadas. Uno de esos sangrientos episodios, precisamente, sería epilogado merced a la intervención de Francisco Solano López a través del pacto de San José de Flores, el 11 de noviembre de 1859. Como los finales felices son poco probables en Latinoamérica, todo acabó en 1870 con una invasión de Argentina, Brasil y Uruguay en beneficio del imperialismo inglés. Decir que no tuvo que ver ninguna potencia hegemónica, más aun considerando la invasión inglesa a Buenos Aires antes del 25 de mayo y el intento de 1845 repelido por Rosas, sería como pretender hoy negar la existencia del Plan Cóndor de las dictaduras de Videla, Pinochet, Stroessner, etc.
Solo resta concluir que la experiencia paraguaya de 1811 a 1870, que todavía causa asombro o es negada, no hubiera podido desarrollarse sin la batalla de la Vuelta de Obligado, en 1845. Es un día de la soberanía que trasciende las fronteras de Argentina, sin ninguna duda. Aunque duela a la historiografía colonial.
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