Siempre en disposición, tanto de mente como de corazón, es como se mejoran los comportamientos y las actitudes ciudadanas. Es nuestra mejor norma existencial, la constante entrega a los demás. Desde luego, no hay mejor escuela de vida que salir el encuentro, que volcarse en ese hallazgo corazón a corazón, contribuyendo de este modo a una cultura de solidaridad y acogida, abierta a la donación gratuita de uno mismo, lo que representa un factor de crecimiento y civilización; máxime en una sociedad imbuida en el constante interés de mercado, donde todo se compra y se vende. Ellos, el voluntariado donante, se caracterizan precisamente por su valentía y generosidad de testimoniar amor gratuito al prójimo, contribuyendo de esta manera a llevar a buen término el anhelado florecer reconciliador.
Indudablemente, la acción del voluntariado es clave para la transformación social, ambiental y económica; que hoy el mundo requiere como jamás, cuando menos para responder a ese orbe injustamente tratado, que clama dolores por doquier. Juntos es más fácil derrotar nuestras miserias, vislumbrar el camino hacia la construcción de una población fraterna, donde reine la justicia y la concordia. Únicamente, trabajando conjuntos, podemos disipar las tinieblas de la insensatez, venciendo la tentación de la violencia y del aislamiento. Tampoco nos confundamos de abecedarios. Utilicemos lenguajes que fortalezcan la cohesión social. Al fin y al cabo, de una manera u otra, todos nos necesitamos mutuamente. La autosuficiencia es un mal peregrinaje, tremendamente irrespetuosa y egoísta a más no poder.
En efecto, con la incondicional entrega, en sus diversas y variadas formas, es como se avanza humanamente ante todo y hacia una actitud de verdad y bondad; mediante un hálito que sabe abrirse a las angustias del que camina a su lado, reconociendo en esa proximidad, nuestros propios vínculos de hermanamiento, cuestión que debería servir para unir a las gentes de todas las naciones y todas las lenguas, intensificando los esfuerzos de mediación. Reconozco que no me agradan esos gobiernos sumidos en intereses partidistas, en permanente división, que conjugan el odio y la venganza como parte de su programa en camino. Por eso, son fundamentales las voces de esas familias que activan el voluntariado y lo universalizan, haciéndonos más fuertes para acabar con el escándalo de la coexistencia de personas que carecen incluso de lo necesario y de otras que derrochan a más no poder y, aún así, nada comparten ni reparten.
Sea como fuere, yo pienso que todavía no es demasiado tarde para construir una utopía que nos permita abrazarnos, bajo ese participar de días y de noches. Personalmente, observo que me esperanzan esas multitudes de alma viva que trabajan a destajo, con la hazaña de crear un porvenir más esperanzador para todos y su solidaridad no conoce líneas divisorias, ya que llevan consigo ese afán y desvelo de sentirse piña, dispuestos a prevenir y poner fin a cualquier conflicto. También me encandilan por su alta grandeza responsable, por el cultivo de mirada abierta y de escucha permanente, algo que nos lleva a una cercanía humana de la que tanto estamos necesitados actualmente.
Justamente, y después de lo dicho hasta ahora, considero que no habrá verdadero aliento armónico si este no viene acompañado de proximidad en los latidos, de atmosfera auténtica y aire justo, de cesión y adhesión desprendida. Entiendo, pues, que nadie se puede salvar por sí mismo. Necesitamos de los cuidados y del cariño que nos imprima aquel que camina a nuestro lado. Lo material, al fin, se queda en nada como nuestro cuerpo. De ahí, lo esencial de la apertura interior hacia la llamada del análogo, de avivar la mano tendida y de solidarizarse entre sí con honorables lazos de cooperación. Las claves para este sano espíritu están en nuestras manos. Depende de nosotros, de la entrega puesta en el voluntariado, para poder abrir la dulce puerta de la esperanza.
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