En mi larga vida he ido pasando de usar la pizarra, el pizarrín y los cuadernos rayados con la tabla de multiplicar en la última página a la máquina de escribir, a la calculadora y al ordenador y me sentía satisfecho cuando podía ilustrar a otros más jóvenes con mi experiencia. Pero ahora me desconcierta comprobar que ya no sé hacer muchas cosas y que necesito que otros más jóvenes me echen una mano, especialmente para utilizar el ordenador o el móvil con sus mil y una aplicaciones. Añoro los años en que el móvil era solo un pequeño teléfono con tapa. Tendrá que ser así y debo comprender las limitaciones que me imponen mis muchos años, pero me cuesta trabajo aceptarlo.
Recuerdo los tiempos en que para sacar dinero del banco se expedía un talón, lo entregabas en la ventanilla y te cortaban una esquinita numerada y esperabas a que te llamaran, después en vez de cheque, llevabas tu cartilla, hacías cola en la ventanilla, retirabas o ingresabas y te marchabas quejándote del rato que habías pasado esperando.
Pero las entidades bancarias decidieron cambiar las cosas, mejorarlas decían, e inventaron los cajeros automáticos para lo que necesitas una tarjeta cada vez más sofisticada, que también te sirve para pagar las compras en las tiendas.
Si antes sabías por la cartilla el saldo de tu cuenta y las operaciones realizadas, ahora tienes que actualizar tu libreta en el cajero milagroso, que usarás a la intemperie desconfiando de los andan cerca y no sabes bien si están allí esperando para robarte. Los viejos somos siempre posibles víctimas de los descuideros.
Llevamos ya dos años de pandemia y para evitar contagios las diversas y variadas administraciones han tenido la luminosa idea de la “cita previa” y que yo sepa esto no ha servido para facilitar los trámites sino para complicarlos y retrasarlos, ya sea registrar un contrato de trabajo, hacer una reclamación o solicitar una prestación.
Ya sé que hay muchos trámites que pueden hacerse por vía internet, (ojalá fuera por vía televisión, que todo el mundo tiene, pero el internet no está al alcance de la mayoría de los ciudadanos). En el caso de las prestaciones sanitarias las citas siempre fueron por cita previa, salvo las urgencias, ahora la cita además de previa es telefónica. Hay facultativos que se desviven por enterarse por teléfono de lo que nos pasa a los enfermos, pero el enfermo que, como yo, es viejo y achacoso no se queda muy satisfecho.
A la vejez me ha tocado vivir unos tiempos que no me gustan nada ¡qué le vamos a hacer! No sigo haciendo crítica de las cosas que pasan para evitarme problemas. Quizás deba aceptar aquello de Jorge Manrique de que “a nuestro parecer cualquier tiempo pasado fue mejor”. Pero que hoy sea el mejor tiempo posible me cuesta admitirlo ¿qué dicen los más jóvenes? Muchos se empeñan en mantener que el pasado fue peor, pero yo que pasé literalmente de la bicicleta al seiscientos no me lo creo.
Empecé hablando del paso de la pizarra al ordenador, pasando por los cajeros automáticos y veo que me he metido en un berenjenal. ¡Cosas que nos pasa a los viejos!
|