Estas consideraciones las centraré en la persona humana de Jesús, por ello no he empleado Jesucristo, ya que el adjetivo cristo, en Latín christus, derivado del Griego antiguo χριστός, christós, y que este, a su vez, es una traducción del vocablo hebreo mesías, que significa “ungido”. La palabra unción, del Latín ungere (untar) se empleaba cuando a una persona, o cosa se la untaba con aceiteperfumado, u otro tipo de grasa,para simbolizar la introducción de una influencia sacramental o divina, una emanación o poder sagrado; también.dentro de este marco religioso, que el mal o la enfermedad se apartan de la persona ungida a la que mediante este rito, se le restablece la salud o purificación. Este protocolo se ha empleado desde los tiempos más antiguos en civilizaciones tan distintas y distantes como la egipcia, la australiana, o la de los árabes del África oriental. Ό χριστός (el cristo) es el ungido, el consagrado, el que tiene una misión superior que llevar a cabo, por eso se ungían a los reyes, a los sacerdotes y a los profetas. Ungir a un rey equivalía a coronarlo, a colocarlo por encima de los demás mortales porque tenía que realizar un cometidomás elevado que el resto de las personas corrientes. Entre el pueblo de Israel la unción de este era lo mismo que reconocerlo como rey, por lo que no necesitaba corona para demostrar que lo era. Recordemos que David fue ungido como tal por el profeta Samuel. “Samuel tomó el cuerno del aceite y lo ungió en medio de sus hermanos. A partir de aquel día vino sobre David el espíritu de Jehová. Se levantó luego Samuel y regresó a Ramá”. Se nos dice en la Biblia. Pues bien, yo no quiero hablar de Jesús como el ungido, sino como el hombre. El Hombre que trajo a la civilización y cultura occidental la doctrina más sublime que hayan podido contemplar los siglos. No solo su enseñanza y sus instrucciones se encuentran en los Evangelios, Flavio Josefo, que escribió sus “Antigüedades Judaicas” en el siglo I d. de C., finalizadas en el año 93, nos dice en su libro 18: “Había por esta época un hombre sabio, Jesús, si es que es lícito llamarlo un hombre, pues era un hacedor de maravillas, un maestro tal que los hombres recibían con agrado la verdad que les enseñaba. Atrajo a sí a muchos de los judíos y de los gentiles. Él era el Cristo”. Son palabras, como decimos de Flavio Josefo que la lo llama Cristo, pero nosotros no queremos referirnos a él como tal, sino como un hombre sabio, justo que predicó una doctrina como hasta entonces no se había enseñado a la Humanidad. No solo lo menciona el escritor que mencionamos, sino también en repetidas ocasiones otros autores romanos como: Tácito, Suetonio y Plinio el Joven. The New Encyclopaedia Britannica (1995) afirma: “Estos relatos independientes demuestran que en la antigüedad ni siquiera los opositores del cristianismo dudaron de la historicidad de Jesús, que comenzó a ponerse en tela de juicio, sin base alguna, a finales del siglo XVIII, a lo largo del XIX y a principios del XX”. Sus enseñanzas hablan de la igualdad entre los hombres en una época en la que la esclavitud se consideraba como algo natural, del perdón a los que nos hacen daño, de poner la otra mejilla, cuando te abofeteen una, de ser el último si quieres que te consideren el primero; cosa que demostró cuando, en la última comida que tuvo con sus seguidores, se inclinó ante ellos para lavarles los pies. Cuando se dolía de ver a la multitud que lo seguía, hambrienta y remediaba su necesidad. Fue un hombre que pasó haciendo el bien y al que, a pesar de sus muchos enemigos, estos no han podido demostrar que tuviese tacha alguna. Como ser humano fue excepcional y único, al que no se le ha podido comparar ningún otro en la historia de la Humanidad. ¿Y si fue un hombre en el que se encarnó la Divinidad? Ahí queda la pregunta, que mentes más doctas y sabias que la mía (¡pobre de mí!) la resuelvan.
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