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Etiquetas | Paraguay | Historia | Memoria | Olvido

De penas nacidas en olvidos

Dicen que el olvido no existe, y en realidad aparece lleno de memoria
Luis Agüero Wagner
lunes, 10 de enero de 2022, 09:17 h (CET)

Esta pasada semana hubiera cumplido 79 años un admirado genio de la literatura sudamericana, Osvaldo Soriano. Y me recordó parte de su obra una admirable columna periodística del intelectual y activista político paraguayo Aníbal Saucedo, sobre la polémica que envuelve a todos los grandes protagonistas de la historia paraguaya.


En una famosa obra de Soriano, "No habrá más penas ni olvido" , uno de sus  personajes le dice a un ocasional interlocutor: "Si yo nunca me metí en política, siempre fui peronista". El escritor dedicó muchas de sus más entretenidas narraciones a la corriente que se agrupaba en torno a Juan Domingo Perón, uno de los caudillos más influyentes de la historia latinoamericana, también vinculado al Paraguay.  


Precisamente en uno de sus mejores cuentos recuerda a la cañonera paraguaya que rescató al Perón caído en desgracia de la venganza de sus enemigos en 1955. Justamente en Paraguay, durante la dictadura, la gente consideraba que ser colorado y partidario del General Alfredo Stroessner era una forma de alejarse de la política.  Igual que lo hacía  el personaje de Soriano, muchos eran colorados y estronistas para no enredarse en cuestiones de interés público que entrañaban peligro.


Aníbal Saucedo hace en su columna el elogio de las virtudes y cualidades del actual canciller paraguayo, Euclides Acevedo, reprochándole a renglón seguido haber olvidado la figura histórica del General Bernardino Caballero, en un mensaje de fin de año preanunciando su candidatura presidencial.


Caballero es un personaje de la historia paraguaya de incuestionable importancia.  Fue seguidor del Mariscal Francisco Solano López, que enfrentó a la Triple Alianza de Argentina, Brasil y Uruguay en una guerra inspirada y sufragada por el imperialismo inglés y sus adeptos sudamericanos.  Sobrevivió a la guerra y en virtud a sus cualidades, se convirtió en líder nacional durante varias décadas de la posguerra.


Su carisma y capacidad de dialogar con adversarios,  lo convirtieron en el primer  presidente de la república del Paraguay que logró concertar pactos y conquistar períodos de gobernabilidad en un país moral y materialmente devastado.


En particular soy un reivindicador de Caballero cuando me toca como interlocutor alguno de sus detractores, además de considerar inobjetable su status de héroe nacional.  Pero como ya lo dije en anterior oportunidad, la historiografía política paraguaya, como las cosmogonías bárbaras, es un género literario que integrado por un conglomerado de relatos donde la ficción, la realidad y el surrealismo son como esas tres cabezas unidas a un solo cuerpo del guardián canino que custodia el ingreso al inframundo.


En las narraciones se encuentran imbricados los libelos acusatorios y las familias del poder integradas por dioses tan humanos como los olímpicos griegos.  Es precisamente el caso de la descendencia de Bernardino Caballero, cuyo primogénito y homónimo fue redactor del Decreto 152 que Saucedo puntualiza como una omisión del Canciller Euclides Acevedo, en su muy interesante y sustanciosa columna publicada esta semana en un importante medio de Asunción.


El decreto en cuestión fue dictado bajo inspiración de Caballero hijo, recién llegado de la Alemania Nazi y bajo el gobierno de Rafael Franco, que Acevedo cita en su iconografía de figuras admirables en el pasado del Paraguay.  El decreto no se llegó a aplicar, y fue dejado sin efecto al poco tiempo, a pesar de que corrían tiempos de auge para el fascismo.


Era el año 1936, cuando probablemente muchos aplicaban el axioma de Soriano pensando "Nunca me involucré en política, siempre fui FASCISTA" .


No está mal recordar el decreto 152 inspirado por el hijo de Bernardino Caballero, pero tampoco está bien omitir la Carta Política de 1940 que dejó servido el banquete a los dictadores en Paraguay. Le agradezco a Aníbal Saucedo haberme hecho reflexionar con su brillante artículo, sobre las penas que muchas veces causan los olvidos. Y el deber de conciencia que es hacer memoria.


El gran Jorge Luis Borges escribió en Everness, que no existe el olvido. Eduardo Galeano añadió que el olvido siempre está lleno de memoria. Queda hacer votos para que una historia tan trágica y dolorosa como la del Paraguay deje de padecer de memorias selectivas. 

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