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Reconectarnos con nuestro núcleo

​“Llegaste, ya te esperaba. No posterguemos la hora marcada”
Abel Pérez Rojas
domingo, 23 de enero de 2022, 09:57 h (CET)

“Llegaste, ya te esperaba. No posterguemos la hora marcada”.


Es sábado por la mañana. Despierto, reviso mis mensajes de WhatsApp. Ninguna novedad, todo está sin sobresalto. Aún en la cama reenvío a algunos de mis contactos mi más reciente colaboración en podcast para AfroJarocha Radio 91.5 FM. En formato mp3 viajan mis versos:


Sé que llegaste/ por mis ausencias/ por mis extravíos constantes/ y porque ya siento el invierno…


La fuerza de las figuras literarias y el fondo alcanzan la diana. Varios de quienes reciben el poema inmediatamente lo califican de romántico. Los pocos hacen suyo el mensaje filosófico: tarde o temprano la hora marcada se cumplirá y partiremos después de que el cordón de plata ya no una lo de aquí con lo del más allá.


Gumecindo Orduña, mi querido Gume es uno de los que ve un poema romántico, pero rescata algunos versos para pensar varias veces en torno al autoamor. Si alguien está enamorado –dice–  es porque en sí hay cierto autoamor, fuente de su afecto a los demás o a un destinatario en particular.

Gume continúa disertando telefónicamente en torno a su más reciente lectura: Autoamor, de la psicóloga Laura Chica.


Lo escucho, le clavo un aguijonazo al primer descuido. Imaginariamente creo ver cómo Gume se cubre los costados resintiendo el gancho al hígado recibido. Siente que algo no lo va a dejar en paz, opta, horas más tarde, ir en mi búsqueda.


Porque con tu ingreso a la sala/ se duerme el corazón/ y la pila casi se apaga/ porque puedo entender/ comprender/ sintetizar/ el summun de la vida.


Ver el autoamor sólo como la actitud de quererte y consentirte a partir de mirarte con nuevos ojos –le digo–,  será superficial si cada quien no descubre la fuente profunda dentro de sí. Sostengo que no es una cuestión conceptual sino de experiencia íntima. Se trata de conectar con nuestro centro.


Uso la analogía para expresarme: si cada uno de nosotros fuéramos el planeta Tierra, de lo que se trataría sería de reenchufarnos con el núcleo incandescente de casi siete mil grados centígrados.

Centro que es más caliente que la superficie visible del Sol y es vestigio del Big Bang.


Porque lo hiciste para quedarte/ para hacerme tuyo sin recato/ y para siempre/ porque las ventanas se convirtieron en puertas/ los girasoles detuvieron su marcha/ los perros sintieron tu presencia/ y los canarios callaron sin un por qué aparente/ porque después del miedo/ vino la fusión/ la oscuridad me abrigó/ y al final se hizo la luz.../ la Gran Luz


Gume me da una lección, dice que viéndolo así, somos como el borrachito que anda buscando sus llaves en la banqueta para entrar en su casa, pero por su estado etílico, no se da cuenta que no necesita llave, que la puerta está abierta.


Dice Gume: –“estamos buscando afuera lo que está adentro, muy adentro”.


Aquí estoy abriendo mi pecho/ mi Libro de la Vida/ y cortando el cordón de plata/ llegaste/ ya te esperaba/ no posterguemos la hora marcada


Reconectarnos con nuestro núcleo incandescente, sin expectativas, sin prejuicios, sin conceptualizaciones, sólo como una experiencia única, intransferible, irrenunciable, ultra interna. Está en lo cierto Gume, andamos como el borrachito que perdió las llaves y no se da cuenta que la puerta está abierta.

Hay que reconectarnos con nuestro núcleo.

Me voy jubiloso/ fui feliz/ soy dichoso/ el amor me trajo hasta aquí/ en la Gran Luz confío





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