Ayer celebramos el cumpleaños de uno de mis nietos. Quique. Cumplió dos años.
Este niño tan solo ha visto a sus semejantes con mascarillas. Nació en los días en que nos llegaron las primeras noticias de la aparición de una “especie rara de gripe” en la lejana China. No nos podíamos esperar lo que se nos estaba viniendo encima. Sus dos primeros años de vida han estado marcados por la incertidumbre de sus mayores, que han padecido sucesivamente: primero, unos meses de confinamiento total, después, una llegada de esperanza en forma de vacunas. Hasta tres dosis. Después otra oleada aun peor. Ahora parece que viene “la sigilosa”. ¿Hasta cuando? Sus mayores seguimos enmascarados, abrazándonos en la lejanía, hartos de tanta promesas incumplidas y con una prudente esperanza en un futuro mejor no muy lejano. Su propia familia, sus padres, tíos, primos y él mismo, se han visto afectado más o menos por el virus maldito. Gracias a Dios todos han salido del contagio con más o menos fuerzas. Pero la espada de Damocles sigue pendiente sobre nuestras cabezas. Para colmo, aquellos que debían procurarnos el bien común, se han empeñado en demostrar los unos a los otros quién manda más. Los gallitos del Este y del Oeste se están dedicando a amargarnos la vida en forma de amenaza de conflicto (cuando no de guerra abierta); de “maniobras” con cientos de miles de soldados movilizados y puesta al día de la maquina de guerra. Como es natural, en otros países. Que no sean el nuestro. Hace muchos años, en la clase de Estructura Económica de la flamante facultad de Ciencias Económicas malacitana, el profesor D. Ramón Tamames nos decía que en nuestro mundo, por mor de la macroeconomía, se necesita cada 25 años una guerra. A ser posible distinta y distante. Los tiempos le han dado la razón. Después de la 2ª Guerra Mundial, Corea, Vietnam, El golfo, los Balcanes, Irak, etc. Ahora, Ucrania. Al final “palmarán” los de siempre. Los que nada sacan del conflicto. Solo sangre, sudor y lágrimas. La buena noticia de hoy nos la transmiten los niños. Esos niños que, como mi nieto Quique, tienen toda la vida por delante. Espero que esa generación no fracase tanto como lo ha hecho la nuestra. Que dediquen sus esfuerzos investigadores y económicos a quitar la enfermedad y el hambre del mundo, a propiciar el bienestar y la paz como ansiamos el común de los mortales. Ustedes dirán que esto es utopía. Pero es el deseo de la inmensa mayoría de los mortales. A ver si los de esa generación son capaces de ponerse de acuerdo. Los niños que nos rodean son la Esperanza y la buena noticia de hoy.
|