Entre más inmerso estoy en el despertar poético debo confesar que menos sé de este maravilloso universo. Me siento como un bebé en la transición del gateo a los primeros pasos y con los ojos vendados. En ese andar inseguro, lo único cierto es que me encuentro en el atrio del templo.
Asumo que mi ejercicio poético es eminentemente intuitivo guiado por las premisas de la Educación Permanente y las cualidades autopoiéticas de lo que Enrique Canchola, experto en temas de las neurociencias, ha dado en llamar: cerebro poltergeist.
A poco más de diez años de mi primer poemario (De la brevedad al intento. 2011. Sabersinfin), después de entrevistar a cientos de escritores, en su gran mayoría poetas; de cientos de poemas y decenas de artículos sobre poesía, sigo con la certeza de que soy neófito en la materia.Quizá porque no he estudiado lo suficiente, porque no lo he hecho correctamente o porque minimizo mi andar poético.
En medio de este ejercicio sincero de introspección, derivado de un estado poético permanente, traigo a mi mente algunas de las líneas de mi querido amigo, Luis Fernando Paredes Porras, escritas para mi poemario Provocaciones al impulso y a la razón (2012. Sabersinfin):
Por motu proprio Abel se asume como poeta y me pregunto: ¿es que acaso hay otra forma?, ¿no es cierto que el pueblo repite lo que con mayor frecuencia escucha? Y en este atrevimiento está el mérito de la obra, porque la idea provocó la actitud, el resto dejémoslo al tiempo.
Sí, he sido un atrevido y un provocador en muchos ámbitos, especialmente en la educación, la comunicación y la poesía, aunque, quizá para descarga mía, debo decir que, en primera instancia, lo he sido conmigo mismo. Por ejemplo, de haber sabido que después de tanto andar me siento en la poesía el más reciente de los aprendices, tal vez hubiera optado por otro arte.
Pero, aquí estoy, declarándome un sobreviviente de la poesía y poniéndole el pecho a lo que venga.
¿Cómo es que di ese salto inicial a la incertidumbre de la poesía? El cuento sufí Por qué el perro no podía beber (El camino del sufí, IdriesShah.1978. Buenos Aires) me da luz al respecto:
Le preguntaron a Shibli:
-¿Quién te guió en el camino?
Contestó:
-Un perro.
Un día lo encontré casi muerto de sed a la
orilla del río. Cada vez que veía su imagen en el agua,
se asustaba y se alejaba creyendo que era otro
perro.
Finalmente, fue tal su necesidad que
venciendo su miedo se arrojó al agua; y, entonces,
“el otro perro” se esfumó.
El perro descubrió que el obstáculo era él mismo y
la barrera que lo separaba de lo que buscaba había
desaparecido.
De esta misma manera, mi propio obstáculo
desapareció cuando comprendí que era mi propio ser.
Fue la conducta de un perro lo que me señaló
por primera vez el Camino.
Es cierto, un perro, como el del cuento, es quien me ha guiado en mi camino por la poesía. El perro no me ha dejado desde el primer salto al río poético. También me ha enseñado a no ahogarme y a aprender a nadar con tiburones.
Reconozco, quizá a estas alturas estaría gravemente enfermo, loco o muerto de no haber seguido en mi andar poético al perro, mi perro interno.
Esto permite sopesar, pensar en las ciudades como un puñado de calles, hoteles, moteles, bares, restaurantes, cantinas, edificios de todo estilo, lo cual es más que importante pensarlo como el lugar que habitamos, trabajamos o vivimos y convivimos, como una manifestación viva de nuestra propia cultura.
En esta ocasión tengo que decir que creo que es la última novela que leo de esta autora. Entiendo que Redondo viene cosechando un éxito inconfundible desde su primera trilogía y tiene sus adeptos y es ese tipo de autores que, escriba lo que escriba, siempre gusta.
La mafia como tema literario ha generado siempre mucha fascinación. Quizás, cuando pensamos en este tipo de argumento, nos viene más a la mente la gran pantalla, a causa de obras como El padrino, que se encuentra en estos momentos entre las películas de culto que, muchas listas, dicen que tienes que ver al menos una vez en la vida.