El título de este escrito lo he tomado prestado del artículo redactado por Xavier Marcet, mensaje de carácter comercial que trata del factor humano en el buen o mal funcionamiento de las empresas. Xavier Marcet se refiere a un estudio realizado por la Universidad de Nueva York que revela que las culturas tóxicas tienen diez veces más peso en la decisión de dejar una empresa que la compensación salarial. El autor define qué son culturas tóxicas: “Una cultura corporativa tóxica es aquella que es capaz de poner el respeto a las personas en el centro de la organización en donde algunos hábitos y algunas personas generan conflictos absurdos, actúan de mala fe o distorsionan estúpidamente el propósito de la organización. La gente tóxica tiende a complicarlo todo, son especialistas en crear conflictos y en colonizar las agendas de los otros. Si el mismo líder de una organización es una persona tóxica, la situación se hace crítica”.
El problema de la culturas tóxicas es que afecta a todas las instituciones, sean comerciales o sin ánimo de lucro: Comunidades de propietarios, asociaciones de padres, asociaciones de gente mayor, las familias… y por descontado, los partidos políticos. Allí en donde se encuentren más de una persona son espacios idóneos para el cultivo de culturas tóxicas. El remedio a la toxicidad de las personas según Xavier Marcet consiste en “levantar culturas de respeto. Lo primero es evaluar nuestro propio nivel de toxicidad y mejorar nuestros indicadores de respeto”. La ausencia de respeto es un factor esencial para el desarrollo de situaciones tóxicas que actúan como granos de arena que hacen rechinar los engranajes de las instituciones.
Tengo que hacer resaltar que urge mejorar los indicadores de respeto. Para que se pueda producir esta mejoría es indispensable que todos los miembros de una organización pasen por la prueba de la biga en el ojo. Por tendencia natural nos comportamos como jueces inmisericordes. Actuamos como buitres que se lanzan sobre la presa. Esta actitud actúa como bumerang que se revuelve contra quien lo lanza. En el intento de lastimar al prójimo nos perjudicamos a nosotros mismos. Jesús dice: “No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida que medís, os será medido” (Mateo 7: 1, 2). Habiendo dado Jesús esta advertencia a las personas que se habían reunido para escucharle les relata la metáfora de la biga en el propio ojo y la mota en el ojo del vecino.
Cuando alguien se considera ser un número uno lo hace porque tiene la visión distorsionada respecto a la condición humana. La biga incrustada en el ojo no le permite ver la realidad de lo que es. Le impide ver su fealdad moral y engrandece la de su prójimo. Se convierte en difusor de tóxicos. Son narcisos inconscientes de la toxicidad que se esconde en su alma con lo que contaminan las relaciones humanas.
Unas palabras de Jesús que deberían movernos a la reflexión: “La lámpara del cuerpo es el ojo, así que si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz, pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo estará lleno de tinieblas. Así que, si la luz que en ti hay es tinieblas, ¿cuántas no serán las mismas tinieblas?” (Mateo 6: 22, 23). Por nacimiento natural todos nacemos con el ojo maligno. Debido a ello, todos sin excepción alguna, producimos pensamientos más o menos tóxicos que producen comportamientos tóxicos que enturbian las relaciones humanas. Tenemos que tener el ojo bueno para que nuestro cuerpo sea luminoso. Este cambio no lo produce nuestra voluntad. No olvidemos que el ojo maligno aborrece la luz. Una mano externa tiene que ser la que coja el bisturí y nos extraiga la biga que tenemos en el ojo y así recuperar la visión. Jesús que es el Oftalmólogo eficiente es quien puede hacer la operación: “Yo soy la luz del mundo, el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8: 12). Fruto de la fe en Jesús y la colaboración del Espíritu Santo hacen bueno el ojo que permite que la luz de Cristo expulse las tinieblas que oscurecen el alma.
La toxicidad de nuestro corazón que genera comportamientos tóxicos: “adulterios, fornicaciones, inmundicias, lascivias, idolatrías, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías”, intoxican el entorno en que nos movemos. Esta toxicidad que genera el ojo malo, Jesús y el Espíritu, al hacer el ojo bueno la transforman en “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gálatas 5: 18-23).
La fe cristiana no espera que se la guarde en el interior de los lugares de culto en donde la toxicidad tendría que ser baja. La predicación de la Palabra de Dios sirve para que regularmente se limpie el polvo tóxico que impregna el ojo en los días laborables. Fortalecidos los cristianos por la limpieza ocular efectuada por la predicación salen a la palestra convertidos en ayudantes del Oftalmólogo en la transformación de los ojos malos en buenos y, con ello rebajar la toxicidad ambiental.
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