A lo largo de esta mañana de domingo hemos seguido recibiendo constantemente noticias de la terrible guerra que ha puesto en marcha el señor Putin de una forma unilateral. A todos nos ha recordado la invasión de Polonia por Hitler que dio comienzo a la segunda guerra mundial. En medio de este caos, y afortunadamente para mi salud espiritual, recibo de un amigo una copia de un podcast en el que se recoge un programa de Ángel Expósito (de la COPE), en el que se publicaba un récord. El récord fue de 38 trasplantes de órganos a lo largo de 24 horas procedentes de 19 donaciones. Como resultado de los mismos diversos pacientes recibieron sus nuevos riñones, hígado, pulmones, corazón o páncreas. Para ello fue necesario movilizar el trabajo de doce aviones, ocho aeropuertos, policías, pilotos, médicos, enfermeros, cirujanos, anestesistas, celadores, etc. Todo ello en los servicios sanitarios de trece comunidades autónomas. La noticia es de hace un par de años, pero estoy seguro de que a lo largo de este tiempo se ha seguido manteniendo los programas de trasplantes en nuestro país. La estadística lo demuestra: A lo largo del 2021, en plena pandemia, se ha incrementado el número de trasplantes en un 8 %. Un total de 4863 órganos procedentes de 2229 donantes, según datos de la Organización Nacional de Trasplantes. Gracias a Dios, los sanitarios no preguntan idioma, comunidad, ni ideas políticas para actuar con diligencia y buen hacer. Han entendido que el sanar enfermos y el salvar vidas no entiende de discriminaciones de ningún tipo. Es para nosotros una excelente noticia la labor de los equipos de trasplantes españoles que enlaza con otra buena noticia: La excelente disposición de los familiares de los donantes, que no dudan en ceder los órganos del tristemente fallecido, para que puedan devolver la salud a quien lo necesita. Ante esta buena noticia me planteo una pregunta: ¿No sería posible trasplantar la buena leche a personajes como el dichoso Putin? Como es posible que todo un pueblo, que no desea la guerra, se vea impelido a la misma, sin comerlo ni beberlo, y comenzar a asesinar semejantes, motivados por unos gobernantes que piensan en términos económicos e imperialistas. Una vez más un “iluminado” decide “salvar el mundo”. En el fondo, lo que pretende es hacerse dueño de la salida al mar Negro, el petróleo, el gas y los cereales de ese sufrido pueblo ucraniano que lleva muchos años en una guerra subterránea que ahora se ha convertido en abierta. Termino invitando a mis lectores a unirse al deseo del Papa Francisco de orar por la paz en el próximo miércoles de ceniza. Y acoger y ayudar, en lo que podamos, a esos miles de ucranianos que viven en España. Muchos de ellos en Málaga. Hagámosles presente nuestra solidaridad y cariño. Y haceros donantes de órganos.
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