Luchar por el reconocimiento y la dignidad de quien ha sufrido cualquier tipo de maltrato o abuso no es una tarea fácil. A menudo no es ni siquiera grata, y puede acarrear consecuencias desagradables. Leonor Paqué (Bilbao, 1963) conjuga su faceta como activista contra los abusos eclesiásticos a menores con la de escritora, que al fin y al cabo, es también una herramienta para dar voz y devolver la dignidad a mucha gente.
¿Cuánto hay por desenterrar del subsuelo de nuestra memoria histórica?
Estamos viendo en las últimas semanas lo que está ocurriendo con las agresiones sexuales a niñas y niños en la Iglesia católica española. Es memoria histórica silenciada en nuestro país. Como lo es y saldrá algún día a la luz la violencia física y psicológica contra esos mismos menores en centros educativos regentados por la misma Iglesia. Como ha sido el tema de los niños robados, de los muertos en las cunetas a los que las familias siguen tratando de dar un descanso digno; como lo será el tema de jóvenes solteras en apuros, embarazadas. Existían instituciones religiosas que les daban cobijo hasta el nacimiento de la criatura. ¿Qué hacían con los bebés? ¿A quiénes eran entregados?
Hay otra memoria en este país que, quiero creer, aflorará, sin remisión, en una sociedad con muchas sombras. Porque la memoria es persistente. Somos memoria.
¿Sobre qué temas te gusta más escribir? Las personas, lo que piensan y sienten, cómo se relacionan consigo mismas y con los demás. El puzle de la vida, con las emociones universales como piezas de una gran obra. Sea de quien sea esa vida. Me gusta dar voz a personas de las que no se cuenta nada, porque parecen insignificantes, sin valor en una sociedad jerárquica donde el llamado estatus es determinante. Las mujeres, tan ricas y extraordinarias en su diversidad, son un tema que me apasiona. Creo que todos merecemos ser una historia bien contada.
Existe cada vez más literatura reivindicando la figura de esas mujeres que fueron pioneras, que realizaron grandes hazañas silenciadas durante siglos, pero tú, en Una mujer de nada, elegiste dar voz a otras mujeres: las que no vivieron grandes aventuras, que apenas sabían leer, cuya heroicidad era eso, ser mujeres. ¿Cómo de importante es su legado? Nos han querido convencer de que las aventureras reclaman una motocicleta con la que atravesar un desierto en solitario o ser capaz de pilotar una nave con la que alcanzar la luna. Son aventureras, sin duda. Aunque creo que es una mirada de nuevo patriarcal.
Creo que, si a muchas de nosotras nos dejan caer en la manera de vivir que tuvieron que acometer nuestras madres y abuelas, que afrontan hoy miles de mujeres en América Latina, África, Asia... En las barriadas más desfavorecidas de cualquier ciudad, como Madrid, donde obtener electricidad es el gran reto, sabremos por qué son heroínas.
Hay una forma de vida que sustentan millones de mujeres, con sus manos, su talento, generosidad, sus desvelos, sus cuidados... Que procuran una existencia digna a otros muchos.
A nosotras, aquellas mujeres analfabetas nos dejaron una gran enseñanza: lucha. Por evitar mis limitaciones, sin formación. Lucha por ser libre. Lucha por una vida digna en igualdad. «Si yo pude resistir con tanto en contra, con tan pocas herramientas, no dejes que te venza el desánimo: Lucha. Tú podrás». Es lo que parecen susurrarnos, un legado extraordinario.
Debe de ser muy duro escribir un libro como En sus tibias manos. Y parece que el mundo sigue mirando para otro lado con respecto a los abusos cometidos sobre los niños. Cuando mi hija tenía la misma edad en que sufrí agresiones sexuales en un sanatorio regentado por monjas, con un amoroso cura que nos daba la misa y nos visitaba en la habitación, decidí escribir En sus tibias manos. Qué tibias eran sus manos y qué tibieza en la actitud de la sociedad.
Fue una novela llorada en cada línea. A la vez, me sirvió de terapia liberadora. A la pena se superponía la rabia. Al final solo deseaba abrazar, en la figura de esa niña, a todas las criaturas vulnerables.
Cuando me preguntan si no he denunciado el abuso, pienso en mi novela, que fue el modo que encontré de denunciar unos delitos prescritos por la vía judicial. Como no era cuestión de salir a mi ventana a gritar contra la pederastia en la Iglesia, «Por favor, ¿es que no vais a hacer nada?», desde hace años trabajo con el proyecto Memoria de mujer... Es Otra Historia.
Utilizamos imágenes en blanco y negro, titulares de periódicos relativos a la pederastia eclesiástica y, con las canciones de mi hermano Diego, componemos un evento que hemos mostrado en universidades de México, de Alemania, de Cataluña, Madrid... Y denunciamos así, con arte, ese horror, en todo tipo de lugares de encuentro, educativos y de ocio.
Quiero creer que los recientes acontecimientos, con muchos compañeros y compañeras de infortunio saliendo a contar su padecimiento, suponen un punto de inflexión por el que ya nadie podrá acallar lo sucedido. Muchos de nosotros estamos luchando por el esclarecimiento en la dimensión de tal herida social.
¿Cómo ha influido la figura de tu hermano Diego en tu obra y en tu vida? Durante muchos años, mi hermano Diego fue eso: mi hermano pequeño. Es músico y canta por el mundo. Yo trabajo como periodista, y nos encontramos en casa en las fiestas familiares. Un día comprendemos que hablamos el mismo lenguaje, nos une la confianza en la creación y la cultura como aparejos para sembrar un mundo mejor.
Creamos Latiovisual y con ella nos dedicamos a producir desde conciertos, ediciones de novelas, trabajos discográficos, conferencias, dramatizaciones, charlas educativas, audiovisuales... en defensa de los Derechos Humanos.
¿Cuál es el efecto de trabajar con un genio? Lo observas, escuchas sus argumentos, su pasión, su fuerza contra el desaliento, su capacidad para generar magia con todo aquello que toca, no solo los instrumentos, la guitarra, sus letras y poesías... La convicción para seguir en el camino, por pedregoso que resulte para un artista en tiempo de pandemia, por ejemplo. Y cuando el cansancio amenaza, viene su imagen y te dices que, si él continúa, tú lo harás a su lado.
Lo quiero, pero, además, lo admiro profundamente. Es un estímulo, un espejo sincero, es el jolgorio cuando la misma bobada nos hace reír. Es mi amigo y confidente. Soy consciente de que continúo escribiendo novelas, de que estoy escribiendo esto, en gran parte porque él está ahí.
¿Tu papel de denunciante pública de abusos por parte de la Iglesia católica te ha ocasionado algún tipo de censura en medios, librerías…? Aún no lo sé. Hay compañeros que han denunciado y me cuentan que les están sucediendo cosas que me asustan. Ignoro cómo determinadas entidades o instituciones que habitualmente contratan los trabajos de Latiovisual Cultura van a reaccionar.
Recuerdo a mi madre, cuando le pregunté por qué no habían pedido responsabilidades al saber de algunas de aquellas cosas que nos hicieron, responderme: «Estábamos incultos. Teníamos miedo». Sus hijos nos hemos esforzado, lo seguimos haciendo, para adquirir conocimiento, para vencer al miedo.
¿Qué te gustaría transmitir con tus libros? Placer. Lo primero, el goce de la lectura, de viajar a otros mundos, sensitivos, geográficos, vitales. El placer ante lo bien escrito. Además, emociones. Me resulta mágico que aquello que fraguo en mi mente y escribo a solas en mi ordenador lleve al lector a sentir, de alguna manera, con mis personajes. Y si ellos aman, ama el lector, y si les duele la vida, le hiere a quien recorre las páginas, y si sueña la protagonista, quien lee se sumerge en sus sueños... Compañía. Identificación. Descubrimiento. Transmitir a la vez la gran similitud de los humanos, para apartar al gran juez que todos llevamos dentro y ser cómplices por un mundo mejor.
¿Qué próximos proyectos tienes entre manos? En lo literario, publicar mi quinta novela, Sola Conmigo. Continuar con la promoción y comercialización de la cuarta novela, Esa vida que no es mía. Tengo un vehículo preparado que me permite ser autónoma y, en compañía de mi perrita y al encuentro de mi hermano Diego en determinados puntos de la geografía, voy a recorrer carreteras con un proyecto que convertiremos en una producción audiovisual.
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