Se acaba de celebrar el Dia Internacional de la Mujer. Por muchos avances que hasta hoy se hayan producido en la ciencia biológica, no se ha conseguido sustituir el imprescindible rol que la mujer juega en el inicio de la vida de todo ser humano y que se conoce como maternidad. Entre las voces y el griterío de feministas activas, yo diría que radicalmente activas, pocas o casi ninguna se oyen para defender y reivindicar la relevante función que ejerce hoy la maternidad en el desarrollo cultural, económico y social de nuestra sociedad.
La caída en picado de la natalidad es un hecho que preocupa y alarma en todos los foros políticos y sociales. Las consecuencias ya las estamos padeciendo: envejecimiento progresivo de la población,dificultades en el sostenimiento del modelo de protección social con repercusión importante en el sistema productivo de los Estados que la padecen y que coincide con los países más desarrollados del mundo occidental.
Estoy convencido de que ciento de miles mujeres no tienen el numero de hijos que desean por la imposibilidad de conciliar trabajo y maternidad, eso sí con una gran diferencia entre el sector público y el privado, a las que hay añadir otras dificultades o prioridades económicas o culturales, que les hacen no solo retrasar el embarazo sino incluso renunciar al mismo.
La sociedad tiene que aprender a tratar a las mujeres con equidad tanto en las esfera pública como privada a la vez que hacer justicia a la realidad evidente de que ellas pueden quedarse embarazadas y los hombres no. Y que ellas son las que pueden dar de mamar y los hombres no. Y que ellas son las que han de recuperarse del parto y los hombres no.
Es ahora cuando voces feministas parecen darse cuenta de que en el paquete de reivindicaciones que el movimiento inició en los años 60 para exigir el reconocimiento de los derechos reproductivos, habría que reconsiderar el papel de la maternidad debido a la crisis del sistema de bienestar.
Limitar el debate sobre la maternidad al aborto, a su desnaturalización y a rechazarla como un derecho de la mujer, tal y como hace desde el propio Gobierno la ministra Irene Montero, además de ser una demostración de su cortedad intelectual y moral, es escoger el camino más dañino y perjudicial para el progreso de la mujer y la familia, que vienen demostrando ser los pilares más firmes de nuestra sociedad.
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